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Cultura

24 de Marzo de 2016

Dani El Rojo, el gánster que vivió para contarlo

Creció en una familia de clase media en Barcelona y pudo estudiar una carrera, pero eligió robar bancos. Y fue de los mejores de Europa. Sus botines sumaron más de 50 millones de euros que él pagó con largas temporadas en la cárcel –14 años en total– y una adicción a la heroína y la coca que transformaron su vida de lujos en un solitario infierno. Luego, con sus dos metros de estatura fue custodio de Messi, Calamaro y otros artistas. Hoy es un escritor de ficción que sólo necesita recurrir a su memoria y al que nunca le salen los finales. Conversamos con él en su paso por Buenos Aires.

Por

Dani el rojo

El comienzo de esta historia nace con el final de otra. Porque la vida de Daniel Rojo Bonilla, catalán, dos metros de altura, 54 años, se divide en dos: en sus años –sus décadas– de ladrón de bancos, de presidiario y de adicto a la heroína, y en su presente de escritor.
Y ese cambio, esa grieta, ese antes y después, comenzó en la prisión, durante su tercera condena.

Dani el Rojo –alias que tomó de Daniel Cohn-Bendit, líder de las protestas de Mayo del 68– dice que dio el primer paso pidiendo un traslado al sector de Desintoxicación para salir de la heroína. Eso, para él, ya era como la calle. Pero al tiempo, surgió el primer gran problema. Se preguntó a sí mismo si podría vivir con un sueldo, como cualquier ciudadano común. Es viernes por la noche en el centro de Buenos Aires y en una sala del Centro Cultural San Martín, invitado por el BAN (el festival de literatura negra de Buenos Aires), Dani recuerda ante unas trescientas personas aquella época de los años noventa:

–Mi principal miedo era no saber vivir con un sueldo. Yo nunca había trabajado, ni había tenido conciencia del valor del dinero. Me asustaba pensar si podría vivir con un sueldo básico, o cómo acostumbrarme a conducir un carro económico habiendo tenido un Porsche o una Ferrari. Entonces, en el centro de desintoxicación de la cárcel, pedí trabajar. Me metí en los trabajos más denigrantes: cargando pollos en camiones y limpiando las playas de preservativos y basura. No cobraba una sola peseta. Solo lo hacía para que le llegara el informe al juez, y para que al quedar libre me sintiera Dios con un sueldo básico. Luego salí, conocí a una mujer y nos casamos al año. Me crucé con un viejo amigo que me ofreció un trabajo y comencé a ser contratado por celebridades. Fui papá de mellizos. Ahora llevo 19 años sin drogas, viviendo como cualquier hombre común.

El público que repleta la sala está en silencio. Lo único que se oye son los flashes de las cámaras. Hay casi tantas personas paradas como sentadas. Dani también se ha puesto de pie y cuenta que era “como ustedes”, que viene de una familia de clase media, que no pasó necesidades, que tuvo educación y posibilidad de estudio. “Solo que me profesionalicé para atracar bancos. Mi ser estaba dominado por veinte gramos diarios de cocaína y cinco de caballo (heroína). Hacía lo que yo quería hacer: entre todos mis asaltos llegué a recaudar, a plata de hoy, más de cincuenta millones de euros. Me tocó pagar cárcel y no me importó: si uno es delincuente sabe que tarde o temprano le toca ir a la prisión. Pero con dinero, tras las rejas, haces lo que quieres. Lo único que aprendí allí adentro fueron más formas de atracar. Entras siendo carterista y sales secuestrador. Yo digo que uno no sale de la droga y la delincuencia por otra persona. Porque si es por eso, cuando esa persona no esté más contigo, volverás a lo mismo. Debes dejar todo por convicción. A mí, cuando pedí el traslado al centro, nadie me creyó. Pero desde ese día no volví a pincharme más drogas, y hoy estoy acá, hablándoles a ustedes…”.

No es que Dani corte el relato. Un aplauso rápido y certero como un disparo lo interrumpe y la balacera de más aplausos retumba en la sala. Más tarde, afuera, muchos de los espectadores harán fila para comprar alguno de sus libros y llevárselo autografiado.

UN LADRÓN PROFESIONAL
Dani el rojo 2

Los medios –del exterior, no de España– comenzaron a interesarse en la historia de Dani cuando se supo que era, o había sido, el custodio de Messi. Y ahí, lo que ocurre en muchos ámbitos de la vida: de algo pequeño sale algo grande, de algo circunstancial se descubre una historia. Dani era, o había sido, el custodio de Messi, de Calamaro, de Paulina Rubio, entre otros tantos artistas. Pero además de eso llevaba escritas cuatro novelas y otro libro –el que inició todo– llamado “Confesiones de un gánster de Barcelona” (Premio Rodolfo Walsh 2010), basado en su historia de vida. Además, varias productoras lo contrataban –y lo contratan– como “asesor” de guionistas. También, en el último tiempo, debutó como actor en la película “Anacleto”, hace monólogos sobre su vida y dicta charlas de criminología en la universidad y en cursos de medicina ambulatoria. Por si le faltara algo, a través de la empresa Trip4real, almuerza con visitantes curiosos por conocer sus vivencias.

Después de sus primeros pequeños robos, y cuando su padre ya lo había expulsado de la casa, Dani conoció a dos colombianos que lo iniciarían como un ladrón profesional. Tenía 17 años y gracias a ellos, aprendió a abrir puertas de departamentos vacíos. Dice que así conoció su ciudad de punta a punta. En tres o cuatro minutos, con un destornillador largo y una barreta, podía voltear cualquier puerta. Su récord lo hizo en el departamento de su infancia, cuando volvió –sus padres aún vivían allí– y robó en casi todos los departamentos, sabiendo que la mayoría se encontraba de vacaciones.

De los robos a apartamentos vacíos pasó a los asaltos a comercios. En el medio, le surgió la posibilidad de regresar a su casa. Con una condición: sus padres lo obligaron a entrar al servicio militar, y debía ser en un campo alejado de Barcelona. A los diez meses lo expulsaron del campo de Sevilla y sus padres volvieron a ponerle condiciones: trabajar. Por contactos de su hermano entró al César’s, un local nocturno que funcionaba como discoteca, como whiskería y como garito de juego clandestino. Dani, que ya tenía 19 años, empezó trabajando como seguridad, en la puerta. Medir dos metros tenía que servirle para algo.

Pero entrar al César’s fue regresar a lo de antes: a los meses ya estaba asaltando a otros garitos que le hacían competencia. Hasta que una tarde, en una salida de a cuatro, el novio de la amiga de su novia le habló de un banco. Le contó que su hermano trabajaba de seguridad, que sabía el mejor día para asaltarlo. Y así fue. Una mañana cualquiera entró encañonando a un empleado. Con el tiempo se convertiría en uno de los mejores asaltantes de bancos de Europa. En “Confesiones de un gánster…” recuerda muchos de sus cientos de robos y hasta narra detalles de homicidios, ya sea de narcotraficantes o de enemigos en ajustes de cuentas.

“YO NO HE ABIERTO CABEZAS”

Es miércoles por la mañana en Buenos Aires, y Dani baja de su habitación media hora más tarde de lo acordado. Pide disculpas: dice haber estado hablando con periodistas de una radio y un sitio web. Y cuando termine de hablar con The Clinic, deberá cambiarse para otra entrevista con el Canal 13 argentino. En sus diez días en el país, Dani dará un total de 54 entrevistas. Y la próxima semana viajará a Montevideo, a otro festival de novela negra. Pero ahora tiene cara de dormido, y todavía no desayunó. Se sirve unas tostadas y un café que le quedará frío. Porque Dani, cuando habla, se olvida de todo.

¿Por qué crees que la gente te acepta tanto habiendo sido un delincuente?
–Es que yo no he abierto cabezas para entrar a un banco. No he cortado dedos de nadie en mis hechos. Fui un delincuente, pero yo atracaba bancos, que tienen seguros. O sea que robaba a aseguradoras. No tengo remordimiento de conciencia. La misma actitud de los bancos de los últimos años me la ha quitado. Y si puedo ir con la cabeza alta es porque pagué todos mis delitos con cárcel. Ojo: que llegue un “chorro” y quiera dar clases de moral puede enfadar a alguien. Yo me expuse a eso y debo tener la capacidad de saber que no a todo el mundo puede caerle bien mi historia. Sé que no me atacarán por algo que haya hecho yo, sino que se enfadan por un problema social. Comprendo la situación. Creo que me aceptan porque hay muchos problemas sociales derivados de cada gobierno corrupto y por la vinculación de delincuencias asociadas a los gobiernos. A mí me ven como un simple ladrón de bancos reinsertado, y soy sincero. Me ven mucho más sincero que a un político. Ni siquiera fui traficante. No le he arruinado la vida a nadie, como muchos de ellos.

¿Uno llega a sentir tristeza en medio de tanto lujo y tanto dinero?
–Sí, claro. La anteúltima vez que salí de la cárcel fue la época de más atracos y más dinero en efectivo. Era 1991 y en 1989 me habían dado un año de vida, por mis enfermedades. Como la policía me estaba buscando viajé a esconderme a Colombia con una documentación falsa y 150 mil dólares. Allí me esperaría un socio al que había ayudado a escaparse de una cárcel en España. Era el hermano del socio de Pablo Escobar. Pasé tres meses de lujo. Tenía una casa colonial en Cartagena en la que hacíamos fiestas de veinte o treinta personas comiendo, bebiendo, drogándonos. Con las mejores mujeres. Volví a España con una condición: que mis compañeros me consiguieran una casa de lujo y documentación apócrifa. Así que vivía en una casa de Barcelona con pileta, dos canchas de tenis, alfombras sirias y hasta una mesa traída de Venecia. En mi habitación había una máquina tragamonedas. Pero todos esos lujos no podían contener mi tristeza, cuando quedaba solo en esa casa tan grande. Era cuando se iban las prostitutas que habían venido y los compañeros. Quedaba solo. Yo y un vaso con agua y sangre y las jeringas que nos habíamos inyectado. La plata no me alcanzaba para vencer mi adicción. Esa soledad me dio la reflexión. Que los lujos no me gustaban tanto. Yo creía que todo eso me daba la felicidad, y entendí que ya no era así.

¿Y cuándo “cuidaste” a Messi?
–Comencé trabajando para el Barcelona en 2006. El club me encargaba recoger los jugadores que habían bebido en una discoteca y no podían conducir. Estuve dos años con Lío. Debía acompañarlo a eventos de Adidas, publicidades y presentaciones. Él no tenía licencia de conducir, y yo lo llevaba a todos lados en mi auto. La orden que me daban del club era que no estuviera con chicas. Cenábamos muy seguido, juntos. Muchas veces él me preguntaba sobre mi vida. Me escuchaba más de lo que hablaba. Hoy, cada tanto nos juntamos a comer.

¿Y a “escritor” de qué modo llegaste?
–Primero fui narrador. Le conté mi vida a Lluc Oliveras y él escribió “Confesiones de un gánster de Barcelona”. Ese libro ganó el premio Rodolfo Walsh, fue presentado en festivales de novela negra y fue muy vendido en España. Después llegó “Confesiones del último gran golpe”, también escrito por Oliveras, y lo mismo, se vendió muchísimo. Y como yo desde mis últimos años de cárcel me había vuelto muy lector, luego Planeta me pidió una novela. Querían “transgredir”, así me dijeron. Y como la novela negra siempre era contada por un detective, un periodista o un policía, la primera transgresión que se me ocurrió fue que el protagonista fuera un delincuente. Yo digo que soy un escritor atípico. Otros, deben hacer investigaciones para escribir. Yo apenas recuerdo detalles de los 25 años que duré en ese mundo. Hago mis personas a partir de mi memoria. Busco entretener a la gente y no ganar premios. Llevo tres novelas, y ahora sí me considero un escritor. Antes, un simple “narrador”. Soy un escritor que escribe a mano, y al que no le salen los finales. Por eso los dejo abiertos. Siempre.

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