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LA CALLE

29 de Marzo de 2016

McDonald’s de Hong Kong: La casa de los durmientes solitarios

Hong Kong era hasta hace poco el primer puerto del mundo. Hoy es el cuarto. Lo han superado otros puertos chinos como Shanghai o el vecino Shenzhen. Esta excolonia británica, devuelta a China en 1997, hija de las guerras del opio de comienzos del siglo XIX, se ha convertido bajo el eslogan del gobierno comunista “Un país, dos sistemas” en el modelo capitalista más desregulado del mundo. Una consecuencia del descontrol es la caída de los salarios y la falta de vivienda accesible para buena parte de su población. Estos nuevos “sin casa” han encontrado un impensado refugio en los locales de McDonald’s que abren las 24 horas. Allí llegan a dormir cada noche cientos de los llamados McRefugees. Recorrimos varios locales una noche de marzo y esto es lo que vimos y conversamos con algunos de ellos.

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Un pie desnudo por aquí, una panza peluda brotando de un pantalón por allá, cuerpos de hombres y mujeres de todas las edades intentan descansar sobre un catre hecho con tres sillas o en el suelo, sobre chompas y chaquetas; los menos, cabeceando, echados con medio tórax sobre las mesas, entre restos de papas fritas y hamburguesas que otros dejaron a medio comer.

Treinta personas durmiendo juntas, apiladas dentro de una habitación adornada con figuras de payasos y guirnaldas del cumpleaños infantil que se celebró la tarde anterior, pueden provocar una situación no sólo irrespirable sino también curiosa, que obliga al recién llegado a preguntarse en serio qué está sucediendo realmente allí.

La costumbre de ir a dormir a un McDonald´s está tan arraigada en la ciudad que, el 23 de octubre pasado, una mujer de 66 años fue encontrada muerta sobre una mesa en un local del barrio obrero de Ping Shek. Ni los empleados ni los clientes se habían dado cuenta, a pesar de que estaba en progresiva descomposición hacía por lo menos un día completo. Al ser interrogados por la policía, unos y otros dijeron que pensaban que se trataba de una McRefugee y que estaría durmiendo.

Según los datos de la ONG Soco, los McRefugees tienen de media 44 años. No tienen dónde dormir porque o no tienen casa o viven muy lejos de sus trabajos, algunos al otro lado de la frontera de la China continental, y no pueden ir y volver cada día de la semana porque el transporte les desbarranca el presupuesto.

La mayoría son personas sanas. El 95% son hombres y cuatro de cada diez tiene trabajo. Desde 2007 se ha doblado la cantidad de gente que duerme en las calles de Hong Kong. Varias decisiones fiscales del gobierno agilizaron las estadísticas: por un lado se restringieron los subsidios a la vivienda y por otro se abolió el control a los precios del alquiler. ¿El resultado? Los arriendos triplicaron su precio y hasta treinta años tiene que esperar ahora una pareja joven para acceder a una vivienda pública. Para lograrlo, tienen que pagar el 30% de pie y muy pocos lo pueden hacer.

Nge Wang Tung, el encargado de los sin casa de la ONG Soco, explica que ni siquiera el 40% de ellos que tiene trabajo puede afrontar el pago de 600 mil pesos chilenos entre arriendo, garantía y cuentas, ya que el ingreso medio no llega a los 450 mil. Y además, no tienen ningún tipo de protección social.

Esta dormidera generalizada, que no sólo ocurre en los barrios obreros sino que en los 123 locales McDonald´s que abren toda la noche, se ha convertido en un fenómeno multitudinario aunque misterioso para quien viene de una sociedad donde las funciones de los lugares no se violentan y cumplen su destino asignado a rajatabla.

KONG MING CHEUNG, EL EXPERTO
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Entre los McRefugees está Kong Ming Cheung. Tiene 73 años y está cesante. Trabajó llevando pizzas a domicilio y como camarero. Pero perdió el trabajo porque, según dice, los nuevos empresarios chinos prefieren a las mujeres inmigrantes de la República Popular porque son más jóvenes y les pagan menos.

Se cambia cada semana de local y barrio para dormir. Kong sabe de las diferencias entre ellos. En los barrios populares, los McRefugees pueden tomarse las mesas y las sillas y dormir con tranquilidad con la complicidad sordomuda del personal y el encargado; sin embargo en los barrios más céntricos, de oficinas y turismo, tienen más limitaciones y deben resistir la tentación de acostarse. Deben sujetar la cabeza como puedan y a cabezadas pasar la noche.
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Según Kong, los empleados y el encargado del local donde duerme esta noche en el barrio popular de Sham Shui Po, en el norte de la península de Kowloon, hacen como si él y el resto de los durmientes no existieran, aunque los ven llegar todas las noches. Piensa que no dicen nada porque les da mucha pena y sobre todo porque saben que mañana podrían ser ellos lo que estén en esa misma situación. Kong cuenta que los McRefugees no se conocen entre ellos. Al preguntarle por qué todos se saludan con tanto brío al verse, dice que simulan conocerse para sentirse acompañados, pero que la verdad es que nadie sabe mucho del otro.

La tolerancia de la empresa y de los clientes que van a comer causa, por lo menos, sorpresa. Consultados algunos comensales, piensan que la ciudad está en una lenta e imparable decadencia y que hay que ser solidarios con los más afectados.

Por su parte, McDonald’s de Hong Kong no quiere hablar públicamente del tema. Al pedirles una entrevista envían un comunicado tipo que han repartido a toda la prensa que se ha interesado en esta historia. Su contenido sorprenderá a más de alguien acostumbrado a escuchar exactamente lo contrario en este tipo de escenarios. Afirma que “la empresa protegerá a cualquier tipo de persona que entre a sus restaurantes y pase largo tiempo en ellos por las razones que sea, en cualquier momento. Queremos a todos nuestros clientes”.

LA SEÑORA NIN, LA ORGULLOSA
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La señora Nin sujeta con fuerza una bolsa con una muda de ropa, algunos utensilios de aseo, un teléfono celular y poco más. Son sus únicas pertenencias. Tiene 66 años y trabaja como limpiadora.

La señora Nin es una mujer orgullosa. No deja que se la fotografíe porque debajo de su parca está en piyama y no quiere que su familia la vea en esa facha. Aunque quizás no debería importarle mucho: sus cuatro hijos casados no la ayudan, hacen como que ignoran su situación, e incluso cambiaron el número de sus celulares para que no los llame.

Cuenta que estaba desempleada y no podía pagar el arriendo y esa fue la razón por la que eligió ir a dormir a un McDonald’s. Se enteró por otros sin casa y partió detrás de ellos. A la señora Nin sí la saludan los empleados y tiene su propio rincón reservado. Estará allí unas cuatro horas entre cabezada y cabezada, ya que ella es muy comprensiva con la empresa y no se echa a dormir en el suelo o encima de las sillas o sillones. Duerme apoyando medio cuerpo sobre la mesa porque dice que hay que cuidar el negocio de quien la protege, si no qué hará después. Como es un negocio, no quiero molestar, dice, y entonces si ellos prefieren que no se tienda, no debe hacerlo. Por eso prefiere permanecer sentada. Aunque a veces pueda dormir y otras veces no.

BANNY CHUNG, EL RESPETUOSO
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Algunos de los McRefugees sólo pueden pagarse una habitación muy lejos de sus trabajos, y no pueden afrontar el costo diario del transporte: carreteras y túneles con peajes, trenes ultramodernos con pasajes muy caros. Por lo que usan el McDonald´s como hotel de días hábiles. Es el caso de Banny Chung.

Es cristiano, tiene 43 años y cursó la enseñanza secundaria completa. Lleva años durmiendo entre restos de pepinillos y papeles engrasados, cinco días a la semana. Porque, nos explica, no se puede vivir así todos los días. Los fines de semana vuelve a la habitación que le arrienda muy barata un amigo cerca de la frontera con China continental. No puede postular a una vivienda pública porque es un trabajador eventual y soltero. Trabaja en varias iglesias arreglando computadores, pero cuenta que no se queda a dormir en ellas porque, según su visión, las iglesias son para rezar y no para dormir. Es un problema de respeto a Dios y la religión, dice.

En el McDonald´s lo dejan dormir hasta las seis de la mañana. Entonces lo despiertan y le piden que se vaya porque llegan muchos clientes a tomar desayuno.

Banny hace una demostración de lo que está permitido y lo que no para dormir en un McDonald’s. Según él, la forma correcta es con los dos brazos cruzados sobre la mesa y la cabeza apoyada en ellos con una esmerada inclinación del cuerpo para no cansarse ni despertar adolorido. Afirma que en esa posición puede dormir entre cinco y seis horas.

Según él, tenderse sobre las sillas no está permitido. Concuerda con la señora Nin en que hay que respetar a los clientes y al negocio de McDonald’s. Así no necesita comprar nada y puede usar los baños sin problemas.

Nadie se atreve a predecir qué será de Hong Kong en el futuro. Salvo la película Diez años, estrenada en diciembre pasado, que pinta, en 2025, un Hong Kong dividido y secuestrado por una élite que no tiene compasión ni escrúpulos. El filme arrasó con la taquilla superando a Star Wars.

Por ahora, la desigualdad entre su gente es abismante y creciente. En estos días sólo 45 personas ingresan el 80% del PIB, situación que ha conseguido que cien mil personas tengan dificultades para conseguir una vivienda como Kong, Banny y la señora Nin, y que la cantidad de hongkoneses que vive por debajo de la línea de la pobreza haya llegado ya al 20% de sus siete millones de habitantes. Y esto sucede a pesar de que Hong Kong sigue siendo una de las ciudades más ricas del planeta. Su ingreso per cápita es el noveno en el ranking mundial, mayor que el de Estados Unidos.

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