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Opinión

3 de Abril de 2016

De Bolivia con amor: Yo no nací para amar

* Uno de los pilares del régimen de verdad —ese conjunto de relatos y discursos asumidos como verdad— inaugurado por Evo Morales y los movimientos sociales al llegar al poder, está en cuestión. Ese es el corazón de la crisis en Bolivia. La honradez revolucionaria frente a la corrupción de la derecha, ha pasado a […]

Alex Aillón Valverde
Alex Aillón Valverde
Por

Evo Morales 2 EFE

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Uno de los pilares del régimen de verdad —ese conjunto de relatos y discursos asumidos como verdad— inaugurado por Evo Morales y los movimientos sociales al llegar al poder, está en cuestión. Ese es el corazón de la crisis en Bolivia. La honradez revolucionaria frente a la corrupción de la derecha, ha pasado a ser, ahora, parte de una retórica cuestionada. Bastó un golpe certero al centro de su universo, la acusación al mismísimo Evo Morales —nada menos que por tráfico de influencias—, para que el sistema moral del MAS mostrara su fragilidad.
Por lo pronto, el presidente acaba de perder en un referéndum su posibilidad de reelección el 2020, y no es poca cosa.

Lo peor es que a estas alturas, la verdad no nos hará libres. Metidos hasta el pescuezo como estamos en una avalancha de mentiras, es posible que la verdad ya haya sido dicha, que alguno de todos los millones de actores de esta burda tragicomedia en la que nos han (nos hemos) metido, la haya dicho hace tiempo. Pero eso ya no importa. Bolivia comenzó a dudar de todo y eso es grave.

El Estado, ese gran productor de verdades, ahora es el principal sospechoso de ser el gran productor de mentiras. Las últimas semanas no ha habido nadie que ponga en orden el desorden de sus palabras. Todo se desmorona. Cualquier argumento suena a chiste. Cualquier pronunciamiento suena a engaño.

Nuestro presidente, nuestro líder, el hombre que contenía en su imagen el agregado de todas las potencias de la nueva Bolivia, el contenedor de la valentía de los pueblos, de la inevitabilidad del cambio de la historia, de lo que creíamos era la verdad, resulta que ahora es capaz de mentirnos.

Ya ni siquiera es necesario que en verdad nos mienta (acerca de su hijo que no aparece, acerca del tráfico de influencias que niega y que tiene como principal sospechosa a su ex compañera sentimental, ahora en la cárcel). La simple constatación de que podría hacerlo es lo que genera un malestar que hace doler los huesos y el esqueleto de la sociedad boliviana en su conjunto.

A este cuadro de desconcierto colectivo, se sumó toda la incoherencia del resto de funcionarios del gobierno: vicepresidente, ministros, asambleístas, voceros. Que no hicieron sino lograr, con sus declaraciones y contradicciones, que Bolivia entre con paso delirante en la dimensión desconocida, en la vereda de los Expedientes X, en el set de “Laura en América”, en todo lo que pueda imaginárseles.
Criados en las faldas de las telenovelas de nuestras madres y de nuestras abuelas, un escándalo como el que ha vivido nuestro país agita nuestras miserias, nuestras envidias, nuestras carencias, nuestra condición más baja que ahora despierta, como sediento vampiro, con ganas de más sangre y más circo.

Hace tiempo, explicando su condición de soltero, Evo Morales afirmó que está casado con Bolivia. Recuerdo que lo mismo dijo Yasser Arafat con relación a Palestina en su famosa entrevista con Oriana Fallaci. Al parecer nuestro presidente no nació para amar, como reza la canción del gran Juan Gabriel. Él tiene hijos con mujeres de carne y hueso pero está casado con la patria. El problema es que ahora Bolivia se siente engañada y todos asistimos al culebrón de este engaño: pobre Bolivia engañada, nadie tiene el coraje de decirle la verdad. Todavía no sabemos si en esta telenovela habrá final feliz. Por lo pronto, comenzó la luna de hiel.

*Escritor y poeta boliviano.

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