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Opinión

5 de Abril de 2016

“La fuerza de la mentira colectiva”: Lo que no bailamos, de Maivo Suárez

* Si la escritura es una práctica de resistencia, sólo se valida a sí misma en y para la sociedad mediante el uso variado, disruptivo y creativo de dispositivos retóricos antiquísimos. El Poder y sus metáforas- Dios, Máquina, Estado, Masa, Publicidad, Industria Cultural, y sí, también el Autor- buscan ineluctablemente apropiarse esos recursos e imponer […]

Mario Guajardo
Mario Guajardo
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portada libro

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Si la escritura es una práctica de resistencia, sólo se valida a sí misma en y para la sociedad mediante el uso variado, disruptivo y creativo de dispositivos retóricos antiquísimos. El Poder y sus metáforas- Dios, Máquina, Estado, Masa, Publicidad, Industria Cultural, y sí, también el Autor- buscan ineluctablemente apropiarse esos recursos e imponer su gravedad transhistórica de la Ley. Por lo mismo, no es casualidad que los escritores que con mayor rigor asumen la posta del Sísifo de las ficciones sean aquellos quienes con mayor fuerza esgrimen y se aferran a un tropo-o tal vez un conjunto con uno de ellos a la cabeza- como un comandante aferrado a las tácticas que luego el enemigo empleará sin pudor contra él mismo.

Si nos compramos la analogía, la escritura prolija de Maivo Suárez (1964) es la de un batallón con todos los oficiales muertos y que ha decidido resistir en el ajuste, la intensificación y la resignificación de las tácticas enemigas: si el enemigo carga una y otra vez con las metáforas de siempre para crear sentido, los cuentos de la autora- quien por lo demás ha renunciado al nombre de Maritza Ramírez asignado por el Estado, recreando el gesto en la inscripción bautismal que es este libro- van a insistir en esas metáforas una y otra vez. Este recurso anafórico de Suárez no es fortuito: tiene su origen en los fantasmas que una y otra vez se nos aparecen como sociedad: la mediocridad de la clase media y sus metáforas, los programas de gobierno cuya finalidad secreta siempre es el fracaso, la represión de erotismos peligrosos; un devenir peligroso donde la única libertad permitida, según la estética de Lo que no bailamos es la de unos sujetos capaces de volver a repetir, de insistir hasta el cansancio en recuerdos, experiencias, personas y sueños, como una manera de negar la incapacidad de esos sujetos para sobreponerse a la irracionalidad de lo real.

“Tía” es un relato acerca del arribismo y de la carga que suponen ciertas personas y sus discursos sobre otras:

Tía conoce todos los perros del edificio, comienza por el edificio 15 y baja mentalmente, piso por piso y te los nombra: París, Luna, Negrita, Benito, Matías, Nube, Olaf, Malú y Olivia, y luego te dice las razas de cada uno, que luego tú mezclas y nunca memorizas. Burra, burra, burra, te dice tía (…) Aprende Dayana, te dice tía, ¿tú ves niñas con chasquilla? Tienes que bajarte el rollo, sacarte ese asqueroso mechón azul, te repite como un disco rayado. (p. 9)

“Lo que no bailamos” es un cuento performativo, que pone de manifiesto el sacrificio de todo relato: la imposibilidad de los otros. Más allá de la lítote política que da título al volumen y a la propuesta estética de la autora, asistimos a la exposición siempre obscena de esas imposibilidades que otorgan estatus a lo que sí fue posible. La reiteración de la frase “le contaría” sostiene el peso fúnebre del final del relato y el enjuiciamiento de la vida, tanto privada como política, del Chile posdictatorial: “Y también le contaría que desde los noventa tenemos democracia, pero que nunca, nunca, la gente llegó a bailar en las veredas” (p. 40).

“Operación Alum” es un cuento dentro otro, arriesgado en su forma pues pone en evidencia el fracaso de los aparatos de control social, pero también sobre el fracaso del dispositivo que regula la ficción, es decir la autora misma, o más bien dicho sus proyectos personales, su trabajo, su memoria, en fin, la totalidad de su devenir. ¿Y cuál es el secreto de ese dispositivo? Si algún poder tiene ese mecanismo es el poder de alcanzar el poder de la mentira colectiva, como dice la narradora. En ese sentido, estos relatos- y cualquier otro, valga decir- son el esfuerzo de una intención aparentemente individual, expresando algo que ya debería ser un dogma literario; me refiero al hecho de que toda autoría es colectiva, y de que, por lo tanto, ningún dispositivo ficcional es sola y puramente individual. En la misma línea está el cuento “VDM”, donde la sociedad es vista como un gran hospital, o apenas un consultorio donde los enfermos se confunden con los funcionarios y donde las urgencias dejan de serlo con el costo de reaparecer una y otra vez para acomodarse y acontecer como los fantasmas de una rutina donde ganar tiempo no es sino una forma de perderlo con elegancia.

En “Tarde de viernes” la repetición que origina el relato está en el deseo reprimido una vez satisfecho; en “Un pedazo de cerro y una punta de sol” y en “Minotauro” son los sueños, vistos desde el peligro de proyectarlo todo hacia “más adelante” y dejar que los silencios digan y las palabras callen en la imposibilidad; “La Gorda” trata sobre el “deber ser” de los estereotipos y los riesgos de su materialización falsa, degenerada e irreal; “Todo tranquilo” es la anáfora de un ideologema- el del título- que busca sustituir una realidad más bien convulsa donde el quiebre de la falsa tranquilidad es inminente; “Una de hormigas” es una historia que nos muestra cómo un recuerdo oscuro lo prefiguramos y lo construimos más bien desde una oscuridad presente.

Según creo, una vez leído el libro en su totalidad, estos relatos aparecen como la necesidad de asumir el costo por la suma de los fracasos colectivos, con la certeza firme de que se trata más bien de una tarea imposible por ser inabarcable la totalidad de ese fracaso, lo cual se ve evidenciado en que los fantasmas de Lo que no bailamos, son los mismos fantasmas que asustan, enfurecen o acomodan- sí, reconozcámoslo ya- a más de una generación acá en Chile. Y si bien es en este juego con las anáforas donde radica la fuerza del libro, también me parece que no todas las experiencias son lo suficientemente transgresoras para provocar a los lectores más inquisitivos. Espero que el trabajo posterior de Suárez se libere de las trabas, las censuras y metáforas sociales que ella misma expone y denuncia mediante sus personajes, para alcanzar el nivel que su escritura- a veces muy escrupulosa- promete y que en muchos episodios de este libro ha conseguido con oficio.

Lo que no bailamos
Maivo Suárez
120 páginas
Autoedición
Santiago de Chile, 2016
ISBN: 978-956-362-252-2
Precio de referencia: $8.000
A la venta a través de: [email protected]

*Mario Guajardo Vergara (1985). Magíster en Literatura, se desempeña como profesor de enseñanza media en Estación Central. Publicó “Y aquí me voy a quedar”: el paradigma del loco en la narrativa de Roberto Bolaño (2013) y actualmente prepara un volumen de relatos titulado “Las armas que no disparamos”

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