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Opinión

19 de Abril de 2016

Columna: Civiles y militares, Chile es uno solo

En el discurso de asunción del mando, Aylwin invitaba a los chilenos a construir un Chile basado en la reconciliación nacional. Probablemente, ya tenía muy claro que todos los avances en materia de derechos humanos serían “en la medida de lo posible”. Pero en ese momento mágico del reencuentro democrático, hacer ese reconocimiento implicaba aguar la fiesta que se esperó por tanto tiempo.

Mauricio Morales Quiroga
Mauricio Morales Quiroga
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Un Estadio Nacional repleto y miles de televidentes escucharon el discurso de Patricio Aylwin al asumir la Presidencia de la República en marzo de 1989 luego de 17 años de una cruenta dictadura. Escuché ese discurso junto a mis padres. Ellos vivieron el quiebre democrático y se ilusionaban con la recuperación de la libertad. Sin embargo, sus rostros escondían cierta preocupación. Luego entendí que si bien Aylwin era el símbolo de la democracia emergente, aún existía riesgo de una regresión autoritaria. Pinochet se mantenía firme a cargo de las Fuerzas Armadas y no perdía oportunidad para recordarnos que si se tocaba a alguno de sus hombres, se acababa el estado de derecho.

Vi a Aylwin en la campaña de 1989 en San Bernardo. Pasó raudo en su camioneta pero alcancé a divisarlo. No sé por qué, pero me recordó la visita del Papa en 1987, de quien también sólo registré su silueta. Recuerdo que en esa ocasión caminé media cuadra junto a Andrés Zaldívar, quien era candidato a senador. Naturalmente, la figura de Aylwin era mucho más imponente que la de cualquiera. Volví a verlo hace un par de años, también en San Bernardo. No me atreví a saludarlo y tampoco a pedirle una foto.

En el discurso de asunción del mando, Aylwin invitaba a los chilenos a construir un Chile basado en la reconciliación nacional. Probablemente, ya tenía muy claro que todos los avances en materia de derechos humanos serían “en la medida de lo posible”. Pero en ese momento mágico del reencuentro democrático, hacer ese reconocimiento implicaba aguar la fiesta que se esperó por tanto tiempo.

Aylwin aprendió de la historia y de su propio pasado. De la historia recogió lo difícil que es hacer gobierno sin coaliciones estables. De su pasado entendió que cuando el centro se polariza, la democracia cruje. Al mismo tiempo, don Patricio aprendió que una alianza entre el centro y la izquierda podía dar buenos frutos para Chile. En nada sumaba el encono que hubo entre su partido- el PDC- y el socialismo, y supo limar asperezas desde PS-Núñez hasta el PS-Almeyda. Probablemente se mantuvo la desconfianza, pero siempre- o casi siempre- primó el respeto. Esta alianza con la izquierda lo llevó a enfrentar a Adolfo Zaldívar, quien se inclinaba por armar una coalición “chica” sólo entre partidos de centro, excluyendo a la izquierda.

Desde muy temprano Aylwin entendió que era necesario someterse a las reglas del autoritarismo para avanzar en la democracia. De nada servía insistir en la ilegitimidad de la Constitución del 80. Pinochet no daría su brazo a torcer y, en consecuencia, participar del plebiscito de 1988 era el único camino viable. Aylwin fue la figura más visible y conciliadora. Lagos era el agresivo y el polarizado. Aylwin, sabiamente, tenía claridad respecto a que los chilenos- en esa época- premiarían un liderazgo moderado y capaz de evitar cualquier levantamiento militar. La encuesta CERC de septiembre de 1988- un mes antes del plebiscito- señalaba que más de un 40% se definía como de “centro”. Los chilenos necesitaban un protector, no un combatiente.

En las presidenciales de 1989 Aylwin consiguió 3.850.571 votos que representaron más del 55% de todos los votos válidamente emitidos (alrededor de 7 millones). Si tomamos como base a toda la población en edad de votar- 8.5 millones- la votación de Aylwin representó al 45.3%, el porcentaje más alto desde el retorno a la democracia. Aylwin pudo aprovechar la coyuntura para barrer con la izquierda en las elecciones legislativas de 1989. En esos comicios el PDC presentó sólo 45 candidatos a diputado, pudiendo competir incluso en una lista individual con 120 candidatos. Por intervención directa de Aylwin se preservó la coalición, llevando al PDC a omitirse en 16 distritos en favor de los partidos de izquierda. Esto es prueba fehaciente de que Aylwin entendió que un gobierno de coalición era condición necesaria para la estabilidad democrática, incluso sacrificando los intereses de su propio partido. Según la encuesta CEP de junio de 1990, más de un 37% de los chilenos se identificaba con el PDC, seguido a distancia por RN con menos del 10%. Era el momento de “pasar máquina” al PS, pero Aylwin se negó.

Cuestionado desde la izquierda por su presunto apoyo al golpe de estado, y criticado desde la derecha por alejar al PDC del centro, la figura de Aylwin es controversial pero jamás indiferente. En momentos en que el país nuevamente necesita un liderazgo moderado y conciliador, se extrañará su figura, pero preservarán sus acciones, omisiones, obras y arrepentimientos.

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