Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

21 de Abril de 2016

Columna: Aylwin y la esperanzada marcha fúnebre

La muerte del ex presidente Aylwin nos ha arrojado, como país, a rememorar un pasado que seguimos sin poder cuajar. Para los jóvenes, el presidente de la transición es una figura compleja. Por un lado, simboliza el fin de la dictadura de Pinochet, por la que derramaron lágrimas y sangre los recordados estudiantes de los 80 (cómo olvidar a los hermanos Toledo), además del primer reconocimiento desde el Estado de los horrores de la dictadura. Por otro lado, representa la continuación del legado de la dictadura, cristalizada en una transición que definió los estrechos márgenes de “lo posible”.

Marcelo Correa
Marcelo Correa
Por

A_UNO_662018
No creo que nuestra sociedad se divida entre jóvenes que quieren transformar Chile y gente mayor que quiere que nada cambie. Es más engorroso. Ya lo decía Salvador Allende “hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en éstos me ubico yo” y, por cierto, no podemos desconocer que a veces uno se topa con jóvenes harto viejos. Por lo mismo, prefiero leer que algunos, independiente de su edad, están por mantener el statu quo y otros promueven transformaciones. Ahora bien, hay que reconocer que son los jóvenes quienes han impulsado con más fuerza las demandas de cambio en los últimos años.

La muerte del ex presidente Aylwin nos ha arrojado, como país, a rememorar un pasado que seguimos sin poder cuajar. Para los jóvenes, el presidente de la transición es una figura compleja. Por un lado, simboliza el fin de la dictadura de Pinochet, por la que derramaron lágrimas y sangre los recordados estudiantes de los 80 (cómo olvidar a los hermanos Toledo), además del primer reconocimiento desde el Estado de los horrores de la dictadura. Por otro lado, representa la continuación del legado de la dictadura, cristalizada en una transición que definió los estrechos márgenes de “lo posible”. El problema no fue que redujo el marco de acción a lo posible (obviamente, solo se hace lo posible), es que haya definido como imposible cualquier cambio estructural profundo, particularmente en el modelo educacional, consagrado en la Constitución de la dictadura. Esta complejidad, se sigue dando todavía el 2016. Así, ha habido alguna controversia y temor por la coincidencia entre la primera marcha estudiantil del año y los días de duelo nacional por el presidente Aylwin. El simbolismo es innegable.

Sin ir más lejos el punto de inflexión en nuestra historia reciente, como movimiento estudiantil, fue la Revolución Pingüina en el 2006, donde jóvenes de entre 15 y 18 años dijeron fuerte y claro que el modelo antidemocrático y neoliberal, fraguado durante 43 años y enquistado en la educación, ya no podía continuar más. A punta de marchas, compañerismo, creatividad y propuestas, hicieron retroceder la postura de un ministro y un gobierno. Así se instaló la consigna “Solo sé que no LOCE” y la Ley Orgánica Constitucional de Educación empezó a ser cuestionada por todos. Como suele ocurrir, la primera reacción fue el miedo. Se intentó calificar a estos secundarios de irresponsables y revoltosos. Varios veían con preocupación una “polarización” que, forjados en la tibieza cansada de la transición, les parecía peligrosa. Pero cuando el polvo se despejó y la sociedad empezó a escuchar, fue como si el molde de la eterna transición se quebrara y, de pronto, recuperamos esos sueños de un país que se ve a sí mismo y no le da miedo cambiar.

Este mes se cumplen 10 años desde que los secundarios volvimos a ser protagonistas, y no nos hemos ido para la casa. Han cambiado las generaciones, pero las demandas, en vez de perderse, se han ido profundizando. Los dirigentes estudiantiles han tenido una evolución en su forma de ver las problemáticas sociales y ayudar a la solución de las mismas; mientras en el 97’ se pensaba como solución un sistema de becas, hoy vemos como solución al problema de la educación un Estado más protagonista, que financie a la educación y que levante el rol de las comunidades haciéndolas participe de los procesos de discusión para la conformación de un programa de todos. Sabemos también que no podemos confiar en fotos, como nos lo recuerda esa imagen de las manos alzadas, sellando entre cuatro paredes el fin de la primera grieta al modelo. Una imagen que nos vuelve a la memoria cada tanto y nos recuerda que lo viejo no le regala la entrada a lo nuevo, hay que disputar el espacio o terminaremos, nuevamente, con el balde de agua fría que fue la LGE (Ley General de Educación), normativa que más allá del cambio de nombre, modificó poco o nada de la LOCE.

Los diez años que vinieron después -y por cierto el 2011- lograron que Chile diera un giro. Se abrió una oportunidad y ahora los movimientos sociales no estamos dispuestos a permitir que los intereses de los poderosos la cierren.

Como secundarios creemos fundamental generar unidad y mística a la hora del trabajo en conjunto. Por eso, este 21 salimos a las calles de todo Chile. Los pingüinos marchando una vez más, sin arrogancia y sin olvidar, pero sin miedo, buscamos superar lo que representó un personaje lleno de luces y sombras como Aylwin y la transición que encarnó. Estamos convencidos, igual que lo estaban quienes salieron a las calles el 2006 que a la juventud no hay que tenerle miedo. El miedo debería estar en que terminemos en una sociedad que se vea paralizada por una eterna “medida de lo posible”.

* Coordinador nacional de la CONES (Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios).

Notas relacionadas