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Opinión

21 de Abril de 2016

Columna: El triunfo de Aylwin

En el fondo, el ex Presidente entendió que el camino por el que apostó la dictadura —de establecer una institucionalidad desde “arriba” y no legitimada desde las bases sociales de nuestra República, tarde o temprano iba a generar un problema severo. Siguió el camino trazado, pero intentó, “en la medida de lo posible”, corregirlo apelando a ese pueblo ausente.

Luis Robert V
Luis Robert V
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La muerte del Ex Presidente de la República, Patricio Aylwin Azocar, ha generado profundas reacciones de gratitud en todos los sectores políticos del país. Si bien su gobierno fue tenso —enfrentado a una dura oposición, blindada por el general Pinochet, en un marco constitucional severamente restringido—, hoy, después de dos décadas, muchos, incluso quienes en la época estaban en la vereda contraria, elogian sus virtudes de gobernante, su capacidad de unir al país — ¡Chile es uno solo!, exclamó en el Estadio Nacional—, como su honestidad y austeridad de vida. Todo un triunfo de las ideas que inspiraron en aquel tiempo a la Concertación, pero que hoy pasan a ser parte de todos los chilenos.

¿Qué es lo que significa la figura de Patricio Aylwin en el Chile del 2016? Quizás lo que resume los elogios al ex Presidente es su conocida frase “Justicia, en la medida de lo posible” y que denota exactamente el tenor de toda una época. La frase, en la actualidad, poco o nada se entiende porque apunta a una política reflexiva, basada en ideales, pero a la vez seria y anclada en las circunstancias y contextos. ¿Cómo no recordar a Edgardo Boeninger, quien escribía minutas instructivas citando a filósofos y sociólogos? Hoy, en un ambiente de pragmatismo, lo tendrían por loco.

En el fondo, el ex Presidente entendió que el camino por el que apostó la dictadura —de establecer una institucionalidad desde “arriba” y no legitimada desde las bases sociales de nuestra República, tarde o temprano iba a generar un problema severo. Siguió el camino trazado, pero intentó, “en la medida de lo posible”, corregirlo apelando a ese pueblo ausente. El Informe Rettig fue un paso gigante, que significó una valentía enorme. Aylwin, con todas las dificultades y trabas posibles, apostó por ensanchar ese esquema de democracia representativa, sobre todo en esos márgenes tan estrechos del Chile de 1990. Y lo consiguió. Su triunfo, los aplausos de sus opositores en el Chile de hoy, demuestran que la democracia es, a la larga, el camino más difícil, pero seguro para legitimar instituciones sociales. Ese fue precisamente uno de los errores más graves que la derecha cometió: el creer que el puro voluntarismo, la pura fuerza y el desprecio por la participación, era un camino que aseguraría la prosperidad de Chile.
En este sentido, lo más encomiable del gobierno de Patricio Aylwin es que apostó a unir la cultura con la política, la sociedad con los partidos, a Chile con su pueblo. Es la receta de realismo democrático que la Nueva Mayoría olvidó, en parte por la soberbia que generó el aplastante triunfo de Michelle Bachelet y que curiosamente coincide con ese espíritu muy ajeno a la transición, a ese ánimo refundacional que también caracterizó los tiempos Pinochet y que hoy se deshace a fuego lento. No se puede gobernar apostando a intuiciones, pero tampoco a fuerza de balazos.

Que hoy muchos reconozcan la altura moral y política de don Patricio, demuestra que el camino largo, el de la democracia, el de los bostezos y no el de los tarascones, es el que Chile debe seguir. Aunque sea aburrido y lento.

Un texto profundo y de gran altura política y que, por cierto, deberían releer muchos democratacristianos, es el que el Presidente Aylwin pronunció en el Congreso Ideológico del Partido Demócrata Cristiano en 1991. “Tenemos que ser capaces no sólo de soñar ese futuro mejor, sino de construirlo, y para ello tenemos que partir con los pies en la tierra, en la realidad tal cual es. Tenemos que ser capaces de tomar de esa realidad lo bueno, para conservarlo; lo malo, para cambiarlo; y lo regular, para mejorarlo o perfeccionarlo”.

Toda una moraleja histórica, que no alcanzarán a apreciar los honores y sentidos pésames.

* Subdirector de Estudios IdeaPaís.

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