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Opinión

5 de Mayo de 2016

Editorial: La otra revolución

“Lo más antidemocrático que existe es el asambleísmo”, dijo Büchi en la revista Capital. Pero se equivoca: lo más antidemocrático que hay es una dictadura, como ésa en la que participó. Ahí cunden todas las certezas, menos la jurídica. El Chile que vivimos se les fue de las manos porque comenzó a imperar la ley. ¡Los empresarios bajaron del Olimpo! Lo que sucede con las asambleas es que son difíciles de gobernar. En ellas cuesta escuchar al prójimo y las voces que solas sonaban nítidas, se pierden en la multitud. A los Büchi del mundo les “duele” ese rumor. Los autoritarios creen que la solución es acallarlo. Para los demócratas es hora de organizar la conversación. Tarea nada de fácil.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-645

Parece que en Chile el diálogo público está trizado. De las muchas voces que rondan, cada cual prefiere escuchar sólo aquella que le conviene y concederle el sentido que le dé la razón. No es que estemos hablando a los gritos. Eso no es cierto. Muy rara vez deviene el entusiasmo pasional. Las redes sociales juegan a eso, pero no es lo que se ve cuerpo a cuerpo. Las marchas se separan –como las del Día del Trabajador, o las de los movimientos de liberación homosexual–, pero no se enfrentan. Cada cual prefiere seguir su camino y alegar por separado. No abundan las maras ni otras pandillas guerreras, al menos no más que en el resto de los países pacíficos. Cualquier viajero puede constatarlo. En La Araucanía sí; en medio de una guerra con más de un siglo, un par de años atrás los miembros de una comunidad mapuche de Vilcún se tomaron el Seminario Mayor de San Fidel. El intendente Huenchumilla negoció para que la Iglesia les donara esa tierra y el asunto estaba muy avanzado cuando lo sacaron del cargo. Entonces el obispo de Villarica, F.J. Stegmeier, miembro del Opus Dei y familiar de terratenientes de la zona, autorizó su desalojo. Una semana después, un lote de encapuchados quemó el Santuario San Sebastián de Pircunche.
Me cuentan Cayuqueo y Pairicán que no se trata de grupos mapuches bien organizados ni con un líder reconocible, sino de jóvenes más bien anarcos, algunos descolgados de la CAM, sin ninguna interlocución, como los encapuchados de las marchas, que son y no son parte de la causa común. Hablamos de comunidades con una tradición de lucha centenaria que hoy toma formas caóticas. Sólo la obcecación patronal puede esperar que Carabineros le ordene la Historia. También ahí cunde la dispersión. El resto del país está en paz, pero enturbiado. Exactamente lo mismo que la izquierda critica por poco, la derecha lo considera extremista. Unos dicen que Bachelet traicionó su programa progresista, y otros juran que estamos en medio de una revolución. Eso me dijo Villegas el otro día en una entrevista: que no nos dábamos cuenta, pero estábamos en plena revolución. Yo lo contradije, porque deduje de sus palabras, pero también de su tono y actitud, que se refería a una revolución de tipo socialista, populachera, que buscaba refundar desde sus cimientos nuestra comunidad. Una revolución encabezada por un grupo orgánico poseedor de una estrategia bien diseñada. Y está claro que nada de eso sucede aquí. Esa ilusión sólo cunde en ciertos claustros estudiantiles que no se contentan con mejorar su normalidad, ni mucho menos con ser la sombra desfalleciente de un movimiento social que perdió su estrella. Hoy nadie quiere encontrarle la razón a otro. La moda es sospechar. Ningún general tiene las tropas suficientes para dominar al resto. Los que viven del recuerdo de ese antiguo poder, están desesperados. Ya no se respetan los modales de la vieja corte concertacionista. Quizás tenía razón Villegas y sí está en curso una revolución, pero muy de otro tipo, ajena al gobierno y su propia dispersión interna. (Entre la presidenta, sus ministros y los dirigentes políticos de la Nueva Mayoría, también campea el desacuerdo). Se trataría, si la hay, de una revolución democrática, no de masas sino de individuos, que no aspira a la conquista del poder, sino a participar de él. “Lo más antidemocrático que existe es el asambleísmo”, dijo Büchi en la revista Capital. Pero se equivoca: lo más antidemocrático que hay es una dictadura, como ésa en la que participó. Ahí cunden todas las certezas, menos la jurídica. El Chile que vivimos se les fue de las manos porque comenzó a imperar la ley. ¡Los empresarios bajaron del Olimpo! Lo que sucede con las asambleas es que son difíciles de gobernar. En ellas cuesta escuchar al prójimo y las voces que solas sonaban nítidas, se pierden en la multitud. A los Büchi del mundo les “duele” ese rumor. Los autoritarios creen que la solución es acallarlo. Para los demócratas es hora de organizar la conversación. Tarea nada de fácil.

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