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Cultura

8 de Mayo de 2016

Crítica de Tal Pinto, la otra mitad

Tras unos meses de batalla, las fuerzas militares de Napoleón III, primero juzgado como marioneta y después temido por autoritario, consiguieron sofocar la resistencia al presidente devenido emperador. Liderada en París por, entre otros, Victor Hugo, la resistencia corrió con poca suerte y en cuestión de días fue aplacada (el famoso autor de “Los miserables” […]

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LA-OTRA-MITAD

Tras unos meses de batalla, las fuerzas militares de Napoleón III, primero juzgado como marioneta y después temido por autoritario, consiguieron sofocar la resistencia al presidente devenido emperador. Liderada en París por, entre otros, Victor Hugo, la resistencia corrió con poca suerte y en cuestión de días fue aplacada (el famoso autor de “Los miserables” logró huir para encontrar asilo, como tantos otros célebres europeos, en Bruselas, hoy triste); en las provincias, especialmente en los Alpes de Alta Provenza, los republicanos consiguieron restablecer el gobierno civil y organizar “pequeños ejércitos” no profesionales, bajo la égida del mítico “élan vital” que los franceses sacan a relucir cuando el viento les pega en la cara. Todo, como casi siempre, fue en vano.

Una de las consecuencias del conflicto fue la disminución de la población masculina en algunos pueblos de provincia. En un pueblito alto provenzal, los hombres, muertos, deportados o arrestados, jamás regresaron. Hacia 1852 la aldea estaba compuesta sólo por mujeres y niños.
Violette Ailhaud, quien por aquella época tenía dieciséis años, era una de las habitantes del pueblo. Tanto su padre como su prometido, ambos republicanos, fueron víctimas de las fuerzas bonapartistas. “El hombre semen” es su relato de esta particular ausencia. Esperan el regreso de los suyos, esperan la invasión de soldados y tinterillos del imperio, pero ni unos ni otros se presentan (“desde hace dos años que no vemos a un hombre”). Rose, una de las mujeres del pueblo, le pone su vestido de novia a un espantapájaros. La madre del muchacho con que se iba a casar hace lo mismo, vistiendo con las ropas del hijo a otro espantapájaros y ubicándolo al lado del de Rose. “Desde entonces nuestro pueblo de mujeres vive bajo la mirada de esta pareja que nunca fue […] Es nuestra señal para decir que aquí hay vida”.

La inesperada llegada de un hombre, de quien nada saben a excepción del nombre, Juan, despierta a las mujeres del pueblo. “Nuestro primer objetivo era su semen, luego su fuerza de trabajo y, por último, su presencia. Nunca su amor”. La aparición del extraño liquida la fantasía que se había ido instalando entre las mujeres de que quizás ya no existieran más hombres en el mundo, y sobre todo permite que la energía erótica, hasta ahí confinada al espacio opaco de la melancolía –y aunque Ailhaud no lo menciona directamente, al trabajo y la crianza–, pueda ser invertida. En manos de un hombre, o tal vez de un novelista menos competente, la presencia de Juan desembocaría en orgía. Ailhaud, tal vez gobernada por una idiosincrasia de la contención, no del remilgo, crea una carrera circular de gestos y coqueteos, un flirt tan triste como apasionado, en el que, aun tiritando de necesidad, Violette resiste el deseo y encuentra otros modos de relacionarse con un hombre (la lectura).

Escrito en 1919, cuando Ailhaud ya era una anciana, y recuperado en 1952, “El hombre semen” es una magnífica demostración de estilo tardío, o bien una de esas raras maravillas editoriales cocinadas al fuego de la ficción y servidas en el plato de la no ficción. Aunque quizás sospechar de la autoría de este libro sea mezquino. La traducción de Caroline Stamm y Galo Ghigliotto es ejemplar, y la ilustración de portada de Francisca Yáñez una de las mejores invitaciones recientes a leer un libro.

EL HOMBRE SEMEN
Violette Ailhaud
(traducción de Caroline Stamm y Galo Ghigliotto)
Edicola, 2015, 46 páginas

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