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Opinión

13 de Mayo de 2016

Columna: El carnaval brasileño

Basta con prender la TV Senado para ver la farra: El presidente de la Cámara instaura proceso de impedimento contra la Presidenta Dilma Rousseff por postergar el pago de sus cuentas mientras el honorable acusador es investigado por corrupción pasiva y lavado de dinero, totalizando unos 5 millones de dólares. Al día siguiente, al término de su show, le destituyen para poner otro caballero investigado por el financiamiento irregular de su campaña.

Marcelo Santos
Marcelo Santos
Por

presidenta de Brasil Dilma Rousseff
Cuando el cantante y compositor Tom Jobim abandonó su vida de glamour en Nueva York para volver al subdesarrollado Río de Janeiro, habría entregado una simpática justificación: “Nueva York es buena, pero es una mierda. Río es una mierda, pero es buena.”

Mi país produce genios y campeones. Y es también uno de los líderes de la delincuencia. Antes de ser mayor de edad, ya me habían robado reloj, billetera, zapatillas, bicicleta, motoneta y hasta mi jockey favorito. Pareciera un rito tribal de madurez: del jockey a la moto; del hurto a la pistola amenazante. ¿Pasaste por todo esto? Entonces te timbro el carnet de brasileño.

Uno se adapta, sobrevive. Si en Chile se habla de pasar agosto, en Brasil hay que llegar al Carnaval. Ahí todos somos amigos y felices: el pobre se disfraza de rey, el hombre de mujer y el rico… bueno, el rico arranca a Nueva York a pasear porque Carnaval es para la plebe.

Pero últimamente esta fórmula ya no da. Por un lado el robo de los ricos, de cuello y corbata – a veces ni siquiera vestidos elegantemente- ya se convirtió en rutina. Uno no sabe si tener más miedo al pobre con cuchillo de cocina o al político con cuchillo de plata. El primero al menos te acuchilla de frente.

¿Y el Carnaval? Bueno, el Carnaval ya no tiene fecha cierta. Basta con prender la TV Senado para ver la farra: El presidente de la Cámara instaura proceso de impedimento contra la Presidenta Dilma Rousseff por postergar el pago de sus cuentas mientras el honorable acusador es investigado por corrupción pasiva y lavado de dinero, totalizando unos 5 millones de dólares. Al día siguiente, al término de su show, le destituyen para poner otro caballero investigado por el financiamiento irregular de su campaña. Luego, el proceso pasa al Senado donde un séquito de otros honorables se llena la boca para hablar de corrupción cuando una gran parte de los que vota a favor del impedimento de Dilma para gobernar tiene igualmente las manos sucias.

Un detalle: Dilma no es acusada de corrupción, como fue el caso de Fernando Collor, otro presidente presionado a dejar su cargo. Su pecado es el mal uso de recursos públicos, más relacionado a la idea de responsabilidad fiscal. Mientras tanto, el vice-presidente Michel Temer es acusado por la Presidenta de las mismas improbidades administrativas –ya no se sabe si Temer era o no, finalmente, su vice-presidente- pero no tiene éxito. Temer es hoy el Presidente interino hasta que se investiguen las acusaciones en contra de Dilma. Posiblemente su reinado solo dure los 6 meses de plazo que tienen los tribunales competentes para dar su fallo.

En ese juego de las sillas musicales ni Wikipedia está al tanto de quién es qué en la selvática política brasileña.

Si el dominó sigue y se derrumba la Presidenta, posiblemente le contraataquen el vice, luego el presidente del Senado podría ser inhabilitado pues está involucrado en tres escándalos, el más reciente la famosa operación “Lava-Jato” que llevó a la cárcel al líder de la mayor empresa de construcción de Brasil. Tomará generaciones superar el legado de debilidad institucional y desconfianza con la clase política.

A ese paso, no queda más que nombrar al diputado Tiririca, elegido con más de un millón de votos pese ser payaso por profesión, para liderar ese circo que se llama Brasil.

* Educador / Consultor Comunicación, Participación y Democracia.

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