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Opinión

18 de Mayo de 2016

Diario de un puto: Cliente criminal

En Chile no solo existe una extrema precarización para quienes brindamos servicios sexuales, sino que también se encarcela a mujeres que deciden abortar. Decidir cómo usar nuestros propios genitales parece altamente peligroso en una sociedad patriarcal. La victimización es la mejor forma que tienen para quitarnos la voz. Entonces ya no solo quieren deslegitimar nuestras prostituciones; el cliente, convertido en otro cuerpo del mal, el que “explota”, el que “domina”, el que “viola” con su poder adquisitivo, es ahora un delincuente.

Josecarlo Henríquez
Josecarlo Henríquez
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sexo
Quiero partir diciendo una obviedad: la trata de personas no es sinónimo de prostitución. Lo digo porque en países europeos –Suecia, Francia, entre otros– se está legislando para que pagar por sexo sea delito, y si se trata de combatir el creciente tráfico de mujeres y niñas, criminalizar al cliente puede ser importante. Pero es muy distinto ese tráfico de cuerpos a que una persona decida cobrar por sexo. En este último caso, criminalizar al cliente es seguir estigmatizando el trabajo sexual y seguir precarizando a quienes lo ejercemos. No existen tales leyes en nuestro país, pero la noticia viene de Europa y sabemos que el Viejo Continente marca la pauta para estos bordes del Tercer Mundo.

En esa añeja Europa que se despedaza en vivo a través de nuestras pantallas, una oleada conservadora de izquierda a derecha –cada cual con sus propias razones– está arrasando con los derechos de las minorías sexuales y de la prostitución. No es menor que esto ocurra en el contexto de la dramática inmigración que ha manchado sus blancas fronteras, pues gracias a los clientes muchxs inmigrantes ilegales han podido sobrevivir en Europa.

En Chile no solo existe una extrema precarización para quienes brindamos servicios sexuales, sino que también se encarcela a mujeres que deciden abortar. Decidir cómo usar nuestros propios genitales parece altamente peligroso en una sociedad patriarcal. La victimización es la mejor forma que tienen para quitarnos la voz. Entonces ya no solo quieren deslegitimar nuestras prostituciones; el cliente, convertido en otro cuerpo del mal, el que “explota”, el que “domina”, el que “viola” con su poder adquisitivo, es ahora un delincuente.

Pero se equivocan. Que nos paguen por sexo no atenta contra nuestra dignidad. Tiene que ver con la posibilidad de tener un techo y comida, pagar por nuestra salud en un sistema médico que discrimina y tener el tiempo suficiente para hacer lo que queramos. Para mí la escritura ha sido posible solo gracias a mis clientes. Si me hubiesen convencido de que el mercado laboral para jóvenes sin estudios universitarios como yo es mucho mejor que cobrar por sexo, no podría haber escrito esta columna.

Quisiera citar un fragmento de una nota del Facebook de Georgina Orellano, prostituta feminista, activista de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina): “Y si quiero seguir siendo Puta? Y si sus argumentos de que esto lo que hago no es trabajo, a mí no me convencen? Y si encuentro violencia en sus palabras y no en los clientes? Y si me rebelo frente a su modelo de feminidad? Y si con orgullo digo que me encanta que me paguen por sexo? Y si les grito que no me siento indigna, que me creo más digna que ustedes? Y si les digo que también hay mujeres que pagan por sexo? Y si me niego a que me trabajen la culpa diciéndome: ‘si quieres que se regule el trabajo sexual, se lo recomendarías a tu hijo?’” Si les digo que en vez de intentar que deje la esquina, respeten mi decisión? Y si les digo que en vez de inventar esas palabras como prostituyente o sistema prostituyente respeten la autodeterminación de nosotras?”.

En nuestro país la prostitución parece no existir, al menos no en su vertiente sindical, organizada como sí lo es en Argentina, por ejemplo. El reconocimiento del trabajo sexual me parece un piso mínimo, pero apenas tenemos voz en redes sociales y aunque los clientes no sean encarcelados, la sociedad chilena se encarga de satanizar la decisión de pagar por sexo. Se parte por perseguirnos y desalojarnos de nuestros deptos-burdeles; se parte por medidas higiénicas en barrios donde se concentran nuestros “cuerpos en venta”; se parte por la tortura solapada de la policía a mis colegas; se parte por el juicio moral de la gente que cree que tiene un mejor trabajo aunque también sean esclavos dopados con contratos miserables. ¿Por qué los empresarios que abusan de sus trabajadores como el proxeneta de sus putas no están siendo encarcelados?

¿Qué queremos lxs trabajadores sexuales? ¿Qué dice la voz de quien ejerce la prostitución? Así como con el aborto –que también tiene que ver con la autodeterminación del cuerpo– no son las mujeres quienes legislan sobre sus úteros, en este caso tampoco somos lxs prostitutxs quienes legislamos en contra de nuestros clientes.

La emancipación del trabajo sexual parece una idea descabellada para ciertas feministas de Estado, esas que ahora están siendo cómplices del paternalismo europeo y lo son en la invisibilización de las prostituciones en nuestro contexto latinoamericano. Quiero destacar que no hay un solo feminismo y aquel al que yo adhiero, así como muchas colegas politizadas, es un feminismo que cree en la autodeterminación del cuerpo, más allá del género. Somos un feminismo que no niega la vulnerabilidad de cientos de trabajadorxs sexuales, pero sobre todo creemos que con persecuciones y recriminalizaciones de nuestra labor se le está dando paso libre a esta oleada conservadora que desde Europa insiste en igualar el tráfico de personas con nuestro trabajo. Nuestro feminismo sudaca tampoco cree en el Estado como protección. Bajo tanta precarización de nuestra labor, hemos aprendido a sobrevivir en complicidad con nuestra clientela.

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