Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Mundo

20 de Mayo de 2016

Brasil: Un giro a la derecha

El proceso de impeachment, frágil y controversial, fue ampliamente defendido por los empresarios y tuvo la simpatía de sectores judiciales y de buena parte de los medios locales. El diario “The New York Times”, con elegancia, lo definió como un castigo “desproporcionalmente severo” respecto a las faltas administrativas cometidas por Dilma.

Por

Brasil

La agitada política brasileña ha experimentado por estos días un giro político-ideológico tras los primeros anuncios del presidente interino Michel Temer, que asumió la Presidencia de Brasil la semana pasada, tras la destitución de Dilma Rousseff.

En pocos días, el grupo de centro-derecha que llegó al poder adoptó una nueva agenda, que difícilmente sería aprobada en las urnas. Los ministros ya anunciaron, entre otras cosas, que los programas sociales y el sistema de salud público serían revisados, reduciendo los derechos de la población más pobre del país. La subida en las tasas de impuestos, sugerida por el gobierno de Dilma y criticada por los actuales ocupantes de la Presidencia, regresará a la mesa, así como también la política de privatizaciones.

El objetivo del gobierno de “salvación nacional”, como Michel Temer lo nombró, pretende rescatar la economía, que enfrenta la peor recesión en 80 años, disminuyendo el tamaño del Estado. La reducción del aparato público contempla la absorción de algunos ministerios por otras reparticiones estatales. El ministerio de Cultura, por ejemplo, pasaría a ser desde ahora una secretaría. Algo similar sucedería con el ministerio de Derechos Humanos y Ciencias.
Los ruidos no terminan ahí. En el equipo ministerial no hay, entre los 24 nombrados, ninguna mujer ni tampoco algún político de color. Con la polarización en las calles, una ruidosa población comienza a manifestarse contra un gobierno que considera ilegítimo. El nuevo ministro de Justicia, cercano al movimiento conservador que crece en el país, señaló sobre las protestas: “Ningún derecho es absoluto”.

Hace poco se supo que la nueva imagen del gobierno, cuyo eslogan es “Orden y Progreso” rescatado de la bandera nacional, fue elegido por Michelzinho, hijo del nuevo presidente interino, que sólo tiene 7 años. Detalle: la versión de la bandera brasileña utilizada por el gobierno, proviene de los años de la dictadura.
Michel Temer, el papá, ya señaló que no tiene miedo de “ser un presidente impopular”.

El trance brasileño recién comienza. A la luz de los hechos, resulta prácticamente imposible que Dilma y el Partido de los Trabajadores reúnan fuerzas para regresar al poder, finalizado el plazo de 180 días para la revisión del proceso de impeachment, ya aprobado en el Congreso por diputados y senadores.

Para los brasileños orgullosos de su país, por muchos años presentado internacionalmente como la más grande democracia de Latinoamérica, los episodios recientes ponen al gigante sudamericano al lado de las repúblicas más inestables de la región. Y podrían, incluso, influenciar la geopolítica regional, acercándose a una agenda liberal como la de Mauricio Macri en Argentina, vista como un ejemplo para los nuevos conductores nacionales.

El proceso de impeachment, frágil y controversial, fue ampliamente defendido por los empresarios y tuvo la simpatía de sectores judiciales y de buena parte de los medios locales. El diario “The New York Times”, con elegancia, lo definió como un castigo “desproporcionalmente severo” respecto a las faltas administrativas cometidas por Dilma.
El maquillaje fiscal ha sido realizado en más de la mitad de los 27 Estados, y fue permitido por el vicepresidente, Michel Temer, que se quedó fuera del proceso de impeachment. Como escribió el periodista Fernando Barros e Silva, de la revista Piauí, será difícil explicarles a los niños, en el futuro, como un movimiento que pedía decencia en la política, responsable de las más grandes manifestaciones hechas en 126 años de la República, llevó al poder a políticos sospechos de crímenes de corrupción.

En la Cámara de Diputados, el proceso de impeachment ha sido hábilmente manejado por su presidente, Eduardo Cunha, un político formalmente denunciado por corrupción pasiva y lavado de dinero en la Operación Lava Jato, investigación que todavía sigue y es inédita en destapar un esquema de corrupción en la estrutura del Estado, con la participación de constructoras, que han alimentado a praticamente toda la clase política.

Aliado de Temer, que desde el año pasado ha conspirado en contra de Dilma, Eduardo Cunha terminó suspendido del cargo por decisión de la Suprema Corte, tras la votación del impeachment. Aún así se dio maña para estar representado en el nuevo gobierno: un asesor y uno de sus abogados fueron nombrados en algunos puestos en Brasilia.

La llegada al poder de este grupo de centro-derecha, que ha echado al PT del juego, puede también ser intrepretado como un movimiento de sobrevivencia de la tradicional clase política. Los casos de corrupción, investigados en la Lava Jato, tienen grandes posibilidades de provocar los mismos estragos en el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y el Partido de la Social Democracia (PSDB). Los dos ahora vuelven a aliarse para sacar oficialmente al país del desastre económico dejado por Dilma Rousseff. Entre 2014 y 2016, se estima que la reducción del PIB per cápita en Brasil sería del 10%, con una probabilidad que la tasa de desempleo alcance el 14%.

La pregunta que se hacen los brasileños es si las investigaciones en curso continuarán, especialmente en la Suprema Corte brasileña, conocida por la lentitud en juzgar las acciones que implican a políticos, o bien se detendrán ahora que el PT dejó el gobierno.

“Pude haber cometido errores, pero no crímenes”, dijo Dilma Rousseff en su último día en el Palacio del Planalto. Después de ser reelecta en 2014, la ex-guerrillera ha cometido una serie de equívocos que han precipitado su caída. Tras mentir en las elecciones pasadas sobre la real situación financiera del país, adoptando luego la política económica de la derecha, la presidenta se ha aislado cada vez más y no ha logrado el éxito esperado en un Congreso más bien hostil. Dilma ha perdido toda la gobernabilidad que Lula, con gran astucia política, logró plasmar en su gobierno.

Con la caída del más grande partido de centro-izquierda en Brasil, tras 13 años en el poder, la atención nuevamente vuelve a las calles, el mismo lugar donde los movimientos sociales empezaron a exigir un cambio de timón. El período del PT ha sido marcado por escándalos de corrupción, pero también por muchos avances sociales.

Las dudas sobre el futuro de Lula aún arrecian. Todavía el exgobernante puede ser implicado judicialmente en las investigaciones de Lava Jato, que mostraron que él recibió favores de las constructoras. El más grande nombre del PT y principal líder político de las últimas décadas en Brasil, ya prometió recorrer el país intentando rescatar la deteriorada imagen de su partido. Esa hora, sin embargo, aún no ha llegado.

Nadie sabe si Lula realmente lo hará, pues sería una obvia señal de enfrentamiento contra la elite con la que él ha convivido muy bien. Aunque sea prematuro decretar su muerte política, como ya hicieron muchos analistas y políticos, Lula parece perdido y, por supuesto, desgastado por las investigaciones. De no prosperar sus líos con la justicia, quizás sea de nuevo el nombre que el PT presentará en las elecciones de 2018.

*Periodista de Sao Paulo.

Notas relacionadas