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Opinión

20 de Mayo de 2016

El brasileño que canta en las micros

Una guitarra, un instrumento llamado “cavaquinho” y una máquina de fotos vieja fueron las tres cosas con que Thiago Lyra (30) se vino a Chile el año 2010. Ya había renunciado en Río de Janeiro a sus estudios de Filosofía y Economía, y volaba al país con la intención de probar suerte en algo diametralmente distinto: la música. Atrás también dejaba a su familia, amigos y un fugaz pasado político. Hoy, después de cinco años, saca su primer albúm en Chile.

María Paz Cortés
María Paz Cortés
Por

Thiago Lira

Por Internet había buscado cuáles eran las radios y sellos discográficos que existían en Chile. Anotó todo lo que podía serle útil en un pequeño cuaderno, se colgó su vieja guitarra al hombro y partió a tocar puertas. Thiago Lyra llevaba solo seis meses viviendo en Chile. Sus apuntes lo llevaron hasta el edificio de Radio Horizonte, donde preguntó cómo se hacía para grabar. “No hueón, la cosa no funciona así”, recibió como respuesta. Los periodistas, mientras fumaba un cigarrillo, decidieron darle una oportunidad. “Te vamos a poner en vivo en quince minutos, prepárate”, le dijeron. Sin saberlo, iba a entrar a tocar al programa satírico de la radio: “La venganza del pudú”. “ Yo era perfecto, porque era un personaje ideal para agarrar pal webeo. Imagínate: un brasilero que canta en la micro y que quiere grabar un disco. Pero empecé a tocar, y la respuesta de las redes sociales fue muy buena y ellos también quedaron impresionados”, cuenta Thiago.

Ese día cantó su canción favorita compuesta en Chile: “Passarinhos verdes”. Por petición de los auditores tocó un segundo tema. Luego le dieron la posibilidad de grabar cinco canciones más en la radio. “Ahí fue la primera vez que pude verme como músico de verdad, aunque aún sea muy inexperto y me falte mucha carretera por delante”, reflexiona.

Porque la historia musical de Thiago Lyra parte efectivamente en las micros santiaguinas. Al llegar a Chile quedó sorprendido con el trato de la gente al músico callejero y decidió incursionar en las micros. “En Brasil es muchísimo más difícil ser artista emergente, allá valen callampa los músicos callejeros. No los valoran”. Maravillado y nervioso ante la idea, se subió por primera vez a cantar a una micro en Escuela Militar. Todo salió mal: cantó desafinado, se equivocó en los acordes y su nerviosismo lo superó. “Yo creo que no hay escenario más intimidante que una micro. Sí tocas ahí, tocas en cualquier lado, porque tienes al público respirando en tu cuello”, dice. Pese al mal rato, la gente le dio algunas monedas que para él significaron un voto de confianza. Con seis meses de práctica, todos los días hasta las seis de la tarde, ha transformado su rutina en una fuente de ingresos. Con el dinero recaudado paga un arriendo, sus cuentas y ha logrado vivir bien los cinco años que lleva en Chile. “Vivo bien, estoy siempre feliz. No gano mucho, pero es libertad total, y eso no tiene precio”, dice.

Pero las cosas no fueron siempre así. Thiago nació en un barrio de clase baja en la periferia de Río de Janeiro, en el seno de una familia vinculada al rubro de la basura por más de tres generaciones. “Mi destino me apuntaba a seguir en el barrio, a no terminar la enseñanza media. Quizás hubiera embarazado a una chica a los 17. Quizás seguiría trabajando en la basura, cargando y descargando camiones hasta hoy”.

La primera rebelión contra su destino fue terminar el colegio y entrar a la universidad. Para llegar a la facultad de Filosofía tenía que tomar diariamente una micro, un barco y un metro, y luego volver de la misma manera al trabajo. Aburrido de la rutina, terminó por abandonar sus estudios.

También participó en política. En el colegio fue líder pingüino y en la universidad llegó a ser vicepresidente de la Unión de Estudiantes Universitarios de Río de Janeiro. Se la jugó, además, como candidato a concejal por la izquierda a los 23 años. “Ahí me di cuenta de que ésta huevá es un gran circo. A nadie le importa un carajo tus ideas, solo importa el poder económico”.

Fue así como un día decidió, después de tantas desilusiones, tomar las pocas cosas que tenía y partir a Chile de vacaciones. Acá se sorprendió con Los Jaivas, Inti Illimani y Santiago del Nuevo Extremo. La estadía finalmente se alargó. En las micros incluso le han pedido gaviotas a coro. Cuenta que le han regalado de todo: alfajores, fruta, dulces, ropa e incluso una polera de Chile como regalo de navidad. “Hasta piropos me han llegado”, dice riendo.

También ha pasado malos ratos. Recuerda que un curado odioso le paso mil pesos balbuceando algo así como “cállate”. Thiago le devolvió la luca enojado y le soltó: “A mí me pagan por cantar, no por callarme”. Muchas veces también ha tenido que enfrentarse a públicos que no valoran y no escuchan su trabajo por ir en la micro agobiados por la rutina o el calor. “Yo creo que es importante crear una cultura de valorización de la música callejera, de sacarse el audífono cuando uno se sube a ofrecer música en vivo. Hay que darle un espacio, tiene que haber una cultura más de solidaridad”, agrega. También recuerda cuando una noche caminando por las cercanías de San Pablo con Matucana le robaron una guitarra nueva que recién había terminado de pagar. Desde entonces no ha podido comprarse otra y ha vuelto a tocar con la antigua.

Después de su aventura en la Radio Horizonte, la música de Thiago comenzó a despegar. Tuvo invitaciones a eventos, organizó una exitosa gira a Brasil y se enfrentó a un Teatro Caupolicán con más de 2.000 personas. Hoy lanza el single del video “Mira Mina” y está ad portas de estrenar su disco debut, producido por Jorge Maulén a quien Thiago conoció tocando en la micro.

Maulén estudiaba ingeniería en sonido y buscaba para su proyecto de título un artista callejero no muy conocido. El brasileño pareció caído del cielo. “Vi unos vídeos que él subía a YouTube y caché que tenía hartos seguidores. La gente le escribía y había mucha empatía con él. Noté ese ángel que tiene, aparte de la buena voz”, cuenta Maulen.

Una historia parecida sucedió cuando Thiago conoció a su manager y productor oficial. Diego Monje estaba en su estudio de grabación cuando un amigo entró con Thiago Lyra. Lo había escuchado cantar en la micro y se lo había llevado a Monje para que lo ayudara. Comenzaron de inmediato a grabar y a hacer planes. “La idea es que éste año se convierta en un artista más visible en la industria chilena. Él tiene sus canciones y con eso va a lograr lo que ya ha hecho: encantar con su música”, dice Diego Monje, dueño del sello “Cactus” que el 14 de este mes lanzará a Thiago Lyra en el Bar El Clan.

A pesar de un incipiente éxito, la micro sigue siendo la fiel compañera del brasileño. “Yo no veo a la micro como una especie de peldaño. Para mí es un escenario más y voy a tocar ahí mientras sea necesario, no hay diferencia con otros”, recalca Thiago.

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