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Cultura

27 de Mayo de 2016

Crítica de Tal Pinto: La hibernación del amor

"A lo largo de la historia, la canción y los textos amorosos fueron prohibidos, tarjados e incluso, en el mayor acto de reconocimiento a su influencia, reinterpretados para que sus aspectos eróticos se leyeran como alegorías o metáforas de sentimientos y actitudes menos inquietantes".

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“Los próximos «rebeldes» literarios verdaderos de este país podrían muy bien surgir como una extraña banda de antirrebeldes, mirones natos que, de alguna forma, se atrevan a retirarse de la mirada irónica, que realmente tengan el descaro infantil de promover y ejecutar principios carentes de dobles sentidos. Que traten de los viejos problemas y emociones pasados de moda de la vida americana con reverencia y convicción. Que se abstengan de la autoconciencia y el tedio sofisticado. Por supuesto, estos antirrebeldes quedarían pasados de moda antes de empezar”, decía Foster Wallace a principios de los 90. Ted Gioia, uno de los más importantes musicólogos norteamericanos, recoge el guante para ocuparse de uno de estos asuntos que suelen causar muecas de sarcasmo: las canciones de amor y, por extensión, el amor. Pero, como bien dice Gioia, “No escogemos la canción de amor; ella nos escoge a nosotros”.

“Canciones de amor” recorre y examina –y en algunos casos corrige– la historia de las canciones de amor desde los comienzos de la humanidad hasta la época presente. Su objetivo es enmarcar la canción dentro de la vida cotidiana y las necesidades humanas y no “como una letanía de grandes compositores e intérpretes célebres”. Para eso se vale de fuentes de muchas disciplinas científicas y humanistas: desde las teorías evolutivas de Darwin hasta las intervenciones de bandas en prensa y televisión, pasando por textos escolásticos y testimonios de las épocas más dispares. El resultado de tamaño esfuerzo de documentación es un libro que no confunde erudición con cultura.

A lo largo de la historia, la canción y los textos amorosos fueron prohibidos, tarjados e incluso, en el mayor acto de reconocimiento a su influencia, reinterpretados para que sus aspectos eróticos se leyeran como alegorías o metáforas de sentimientos y actitudes menos inquietantes. Así, un texto bíblico como “El cantar de los cantares” (“¡Cuán bello y delicioso eres tú, amado mío!”, por solo dar un ejemplo) es resignificado con evidente remilgo para que los arrebatos eróticos refieran, en primer y último término, a Dios. En todo caso, la lectura teológica no fue siempre un modo de apropiación, pues, según Gioia, desde la Edad Antigua la inspiración de la canción de amor se ha movido entre dos nociones antagónicas: una ocupada con la trascendencia y otra con la mundanalidad. En la primera el sexo es un medio a través del cual se consagra la superación del mundo de las cosas, mientras la segunda, desprovista de esa carga metafísica, celebra el acto y el cortejo en cuanto acciones humanas, íntimas y pasajeras.

Tras la irrupción de los trovadores occitanos, las canciones de amor comienzan a proliferar de modo más orgánico en la Europa medieval. Nace el amor cortés, que toma prestadas ideas de la Antigüedad como la subyugación, los fetiches amorosos o la sacralidad sumeria del matrimonio. Perseguidos, desterrados, encarcelados o asesinados, los trovadores, como Guillermo de Aquitania, abonan el camino para el amor supremo, ese amor en que se reconcilien los ánimos de trascendencia y el placer. De acuerdo con Gioia, Dante, primero, y Petrarca, después, lo logran. Pero esta síntesis no hubiera sido posible sin la presencia de esclavos en diferentes culturas cuya función principal era entretener a sus amos.

A comienzos de “Canciones de amor” Gioia se muestra escéptico respecto de los argumentos darwinianos de que las canciones de amor obedezcan a un imperativo biológico, procreativo, de la supervivencia de la especie. Hacia el final, la desconcertante evidencia de que, sin importar la cultura o la época, la humanidad compone canciones de amor según patrones religiosos o eróticos (o una mezcla de ambos), lo obliga a darle algún crédito al científico inglés; aunque hubo algo que Darwin no previó, y es la casi total desaparición de las canciones de amor. Para Gioia esto supone un retorno al punto de partida, en el que la exacerbación de los elementos sexuales dificultaba categorizar como amorosas muchas canciones. En los tiempos de los algoritmos estadísticos y del consumo pasivo de música, Gioia cierra el libro con una pregunta desoladora: “¿Es la supervivencia de los más sexys la regla inexorable de este tiempo?”. YouTube parece confirmarlo.

Canciones de amor. La historia jamás contada
Ted Gioia
Turner, 2016, 439 páginas

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