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Opinión

19 de Junio de 2016

Columna de Iván Monalisa Ojeda: La visita de Lady Giuliani

Durante el gobierno de Lady Giuliani, se empieza a desarrollar con más fuerza el concepto de “bajo perfil”, o sea, se puede hacer de todo, pero que “no se note”. No en la calle. Nada en público. Todo en privado.

Iván Monalisa Ojeda desde Nueva York
Iván Monalisa Ojeda desde Nueva York
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El calor en Nueva York se viene intenso este verano. Una especie de brisa entra a la sala, y me echo en el sofá a guglear en mi teléfono color pink. En lo más pantera rosa –solo en energía, pues la verdad no soy ni alta ni flaca como esa felina– gugleo Rudolph Giuliani… me quedo un poco pensando en qué le agrego… hasta que recuerdo que alguna vez vi al exalcalde vestido como toda una dama. Rudolph Giuliani en Drag.

El video del año 2000 muestra en la mini pantalla a una señora muy elegante, rubia y en traje de noche a la que llamaré Lady Giuliani. Camina lentamente por el pasillo de una tienda de artículos femeninos. En su recorrido se encuentra con nada menos que Mr. Donald Trump. Lady Giuliani se rocía un perfume, que es aprobado por Trump, no sin antes haberle olido su cuello para ver qué tal le quedaba la fragancia. Donald se pone algo fresco, besándola cerca de los pechos, a lo que Lady Giuliani reacciona dándole una cachetada.

Así tal cual. Un video de dieciséis años atrás. Y parece que el aroma de ese perfume se quedó incrustado en Trump. Un perfume con el olor del poder, del poder público. Y como la dama en cuestión era la alcaldesa de Nueva York, pues a su galán le ha dado ahora por querer ser presidente de la nación. Miro al techo y digo: “Qué cosas tiene la vida, Mariana… qué cosas tiene la vida”. Como si eso de la línea del tiempo se volviera un círculo. Y como en Nueva York todo puede suceder, capaz que veamos a Lady Giuliani como nuestra primera dama. Sería una dama de hierro en versión americana, o más bien una María Antonieta, la última reina antes de la utópica revolución.

Porque sí, nuestra Lady Giuliani gobernó esta ciudad durante toda la última década del pasado siglo, del pasado milenio. Y fue la última gran reina de esta maravillosa ciudad. Una queen que dejó una estela de hipocresía e impunidad, al implementarse durante su administración lo que se llamó “tolerancia cero”. Reprimir todo delito o, lo peor, lo que “pareciera” ser un delito antes de que realmente ocurra. Lo cual dejó el camino libre a todo tipo de abusos por parte de la policía, siendo uno de los más crueles el caso del inmigrante africano Amadou Diallo. Él estaba parado afuera del edificio de departamentos donde residía, cuando se le acerca un carro de policía. No está demás señalar la actitud agresiva que tiene la NYPD cuando va a cuestionar a alguien que no sea de raza blanca. Razón por la cual se entiende que Diallo se haya asustado y, antes de decir algo, haya puesto la mano en su chaqueta para sacar su identificación y mostrársela a los agentes; antes de que esto sucediera, le dispararon 41 veces, matándolo al instante. ¿Cuál fue el argumento que usaron para justificar su horroroso acto? Pues que pensaban que iba a sacar un revólver, por lo que sintieron sus vidas en peligro. ¿Condena que recibieron? NINGUNA. Absueltos de todos los cargos. Casos como este, aún hoy día se repiten. Pero fue durante la administración de Lady Giuliani que se registraron los más brutales.

Aunque debemos aclarar: siempre hay una mente detrás del trono. Y en la más cardenal Richelieu. No fue Giuliani quien implementó la “tolerancia cero”, sino su comisionado de policía, William Bratton, quien ya se había hecho fama con ese sistema en otras ciudades del país. Este señor empezó a ser visto como el mesías de la paz ciudadana en Nueva York, ocupando portadas tan importantes como la de la revista Time. Por supuesto que esto no gustó nada a Lady Giuliani. ¿Cómo uno de sus subalternos iba a ocupar los titulares? ¡Oh, eso sí que no! Así que nuestro comisionado tuvo que presentar su renuncia. Pero ya lo decía, la línea del tiempo se vuelve circular. El Sr. Bratton ha vuelto a ser nombrado comisionado de policía de la ciudad de Nueva York, por el actual alcalde Bill De Blasio.

Así de ingenua nuestra Lady Giuliani. Ella quiso quedar como la reina que impuso el orden, la reina que bajó los índices de criminalidad a costa del atropello a los derechos civiles más básicos. Se limpiaron las calles de prostitutas y drogadictos. Las calles de Times Square quedaron como pasillos de un edificio de oficinas administrativas. Oficinas que vendría a ocupar su sucesor, el exitoso empresario Michael Bloomberg. Times Square ahora parece un satélite de Disney World. Pero más temprano que tarde aparecerá el ratón Mickey en tacones, haciendo memoria de todos los travestis que fueron expulsados de esa zona. Y no es que la prostitución o el tráfico de drogas se hayan acabado. Ahora es todo por el ciberespacio. Pero las calles de Nueva York son para turistas y buenos ciudadanos. Durante el gobierno de Lady Giuliani, se empieza a desarrollar con más fuerza el concepto de “bajo perfil”, o sea, se puede hacer de todo, pero que “no se note”. No en la calle. Nada en público. Todo en privado. Tan preocupados estaban de los terribles criminales, a fines de los noventa, que se olvidaron de los otros criminales, los de afuera, quienes vinieron a perpetrar un crimen mucho más horroroso de lo que esta ciudad pudo haber imaginado. La caída de las Torres Gemelas, que es el evento que marca el comienzo del fin del reinado de Lady Giuliani.

Supe que va a Chile. ¿A qué? ¿A qué va? ¿A ayudar con los problemas de criminalidad? Si es así, es a Mr. Bratton a quien tienen que invitar. Y si no es más que una visita informal, pues vístanlo de nuevo al estilo de Lady Giuliani. Llévenla a la calle San Camilo, que se tome un par de pisco sour, le consiguen un cafiche y la ponen a trabajar en nombre de todas las que fueron desplazadas de Times Square. Muchas de ellas indocumentadas, y que al ser arrestadas fueron deportadas. Lleven a Lady Giuliani a la calle para que vea cómo en Chile se quiere a la amiga cuando es forastera.

*Escritor y performer transgénero.

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