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Opinión

1 de Julio de 2016

Columna de Antonio Becerro: Un canal estatal y otras propuestas culturosas

Los últimos anuncios del gobierno en materia de arte y cultura sugieren que los recursos públicos seguirán repartiendo pobreza entre elefantes blancos, gestionados por enclaves endogámicos y snobs que carecen de inserción social y marginan a los proyectos autónomos. Al menos así lo cree el artista Antonio Becerro –director de La Perrera Arte– que en este artículo cuestiona esas políticas y aboga por descentralizar los recursos en favor de las iniciativas independientes que han demostrado ser un aporte vivo al patrimonio cultural del país.

Antonio Becerro
Antonio Becerro
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*El fallido Carnaval de Santiago del 29 de mayo pasado. Mala práctica, dice Becerro, de política cultural.

Como en un mal partido de la selección de fútbol, en este segundo tiempo se está gobernando el país a tientas y eso se acrecienta en la cultura, un territorio al que la presidenta Bachelet siempre le ha prestado poca importancia. Quizás por su cuna en la familia militar o su formación como médico, ella ve otras urgencias y, a diferencia de lo que creemos otros, no considera este ámbito como una herramienta de cambio, participación, desarrollo económico y, en el caso del lejano Chile, inserción internacional.
En esta política de darle el palo al gato, Bachelet nos sorprendió en la última cuenta pública con dos anuncios que me tocan: el lanzamiento del Centro Nacional de Arte Contemporáneo en el ex aeropuerto de Cerrillos y la creación, a un costo de 25 millones de dólares, de un canal cultural de TV. Propuestas que se anotan, a mi juicio, en una estrategia de instalar hitos antes de que suene la campana.

La idea de un canal cultural parece contradictoria con la línea defendida desde siempre por los gobiernos de la Concertación, a los que algún lobbista les metió en la cabeza que la mejor política comunicacional era no tenerla, dejar fluir los contenidos al libre juego de la oferta y la demanda. Esa singular razón de Estado posibilitó que los monopolios periodísticos acrecentaran su dominio e incluso hoy se den el lujo de afectar la honra de la mismísima ciudadana Bachelet Jeria. Ello sepultó no sólo a los medios independientes que emergieron en dictadura (como el diario “La Época” y la revista “Hoy”, que no eran precisamente de izquierda), sino también el discurso de esa televisión pública, universitaria y estatal, que mereció elogios universales en sus años de fundación, a fines de los 50 y en los 60. Por eso hoy un canal cultural del Estado resulta tardío, extemporáneo. Los medios digitales y las nuevas plataformas tecnológicas pusieron la discusión en otra esfera y es allí donde hay que darla.

Canal 13 ya tiene una buena señal cultural sin meter la mano en el erario nacional y tal vez esos US$ 25 millones podrían ser mucho más efectivos si, como ocurre en los países europeos más amables, se descentralizan y van, vía concursos públicos y debida acreditación de proyectos, a las iniciativas independientes que ya existen, como los medios electrónicos que producen y difunden arte y cultura o las plataformas que ya logran transmitir en streaming. Muchas de esas iniciativas –las hay desde comunales hasta de alcance internacional– se mantienen a pulso, difícilmente lograrán auspicios del empresariado y podrían agradecer por todo un año lo que gana un rostro de TVN en un mes. Nuestra propia página web, Perrerarte.cl, paso el aviso, es un buen ejemplo de un espacio de comunicación de bajo presupuesto con estándar profesional. No hay que desestimar el concepto de bajo presupuesto: el propio Raúl Ruiz nos enseñó que, con una película debidamente pagada, podía hacer hasta cuatro o cinco a la vez. Produjo alrededor de 120 filmes con esa convicción.

No quiero transformarme en asesor, porque eso tendría otro precio, pero también se podría ir más allá apoyando diarios, radios, revistas, fanzines independientes o asignando cuotas diversificadas de la publicidad del Estado a iniciativas comunitarias o de alta calificación en cualquiera de las disciplinas del arte.

ENCLAVES ENDOGÁMICOS
Con respecto al regalo en Cerrillos, surgen varias preguntas. ¿Quién se hará cargo de él? ¿Habrá concurso público para que los hábiles gestores puedan presentar sus proyectos y líneas curatoriales o se instalará otra dinastía hereditaria? Y, ¿para qué crear espacios similares a otros en lugar de apoyar a los que tienen trayectoria? Sin ir más lejos, existe el Centro Experimental Perrera Arte, laboratorio que se dedica hace 21 años a la investigación de los nuevos soportes artísticos, generando cruces y reflexiones que no abundan en los lenguajes más comunes de las artes visuales en Chile. Por otra parte, uno se pregunta: ¿cuál es la validación o el destino de Galería Gabriela Mistral, que cuenta con financiamiento y la política curatorial del Consejo hace más de 25 años?

Por de pronto, parece legítimo el alegato de los centros de arte independientes y de los museos que reciben financiamiento público, los que deben arrendar sus instalaciones hasta para cumpleaños y matrimonios con tal de pagar las cuentas. No quiero entrar en detalles que conozco por dentro, pero algunos reputados espacios conservadores de nuestra cultura sobreviven en riesgosa precariedad. Qué queda entonces para los espacios reconocidos que defienden la autonomía editorial, espacios de autor que a veces incomodan y generan debate. Galería Metropolitana, Centro Arte Alameda, Circo Teatro, Centro de Danza Espiral, Museo de Arte Moderno de Chiloé, entre otros, sobreviven con el riesgo permanente de desaparecer. ¿Cuál es la identidad o el patrimonio artístico que hay que promover y resguardar?
Es evidente que los recursos asignados al sector no dan para más y que solo se está repartiendo pobreza en elefantes blancos. Urge mejorar o doblar esos montos si la visión es incrementar la infraestructura o, de lo contrario, es más lógico optar por otras soluciones que, como las que he descrito para la televisión cultural, no pasan por crear nuevos nichos de poder para las hambrientas elites, sino por apostar a las organizaciones culturales de la ciudadanía, de lo que antes estos mismos gobernantes habrían llamado pueblo. Creer en los espacios que han demostrado sustentabilidad en el tiempo y que están legitimados en su respectiva área, tanto por el público ilustrado como por la audiencia no tan informada.
Es mala práctica, por ejemplo, ver cómo se desperdició la plata en el reciente Carnaval de Santiago, que se inscribe en un proyecto que recibirá más de $ 2.900 millones en dos años, sin lograr la convocatoria ni visibilidad esperada. Un carnaval que entristeció nuestro paisaje de la Alameda con artistas tratando de danzar bajo la lluvia, porque una autoridad no podía echar pie atrás. Aquel día varias comparsas se retiraron y solo participaron 28 de las 52 comunas anunciadas. ¿Quién da la cara por el nulo impacto público de la iniciativa, cuando hasta el más miserable Fondart o fondo regional pide propuestas de audiencia e impacto público?

Lamentablemente, todo indica que la cultura va camino a reflotar las visiones trasnochadas de los que inscribieron una exclusividad izquierdosa y culturosa en el arte. Una forma de hacer arte y cultura sin lecturas concretas de la actualidad, gestionada por pequeños enclaves endogámicos, académicos y snobs que carecen de inserción social y marginan todo movimiento que actúe con motor propio. Eso les pudo haber reportado algunos pinitos de ventaja y sustento en otros momentos, cuando levantaban el puño, cuando Chile vivía en dictadura o manejar información era un privilegio, pero no hoy, cuando gracias a la tecnología planetaria lo contemporáneo surge en cualquier punto y, muy en especial, en los menos indicados.

La autodenominada clase política criolla sigue limitando su repertorio de respuestas a un modo temeroso del otro, que va siempre atrás, cosechando lo que bota la ola y no pocas veces derivando en la violencia, como en el caso del fenómeno mapuche, que es cultural y político. Pareciera subsistir el clasismo atávico que aplicaba la moral para abajo, como si por naturaleza la falla fuera del que tiene menos. Lo popular, lo propio, lo autogestionado, lo libre, lo marginal, es mal visto y, para esa visión ilustrada de la gestión pública y privada, es sinónimo de mala calidad. Como ocurrió en su minuto con Violeta Parra, quien, en lugar de ser vista como la vanguardista que era, quedó circunscrita con mala leche como una valiosa cantora y folclorista, que en sus ratos libres hacía muy bonitas arpilleras.

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