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Opinión

8 de Julio de 2016

Columna de Fernando Pairican: ¿La tregua?

Héctor Llaitul, dirigente de la CAM, lo anunció en Informe Especial: “estamos dispuestos a dialogar siempre que se hable sobre autonomía”. Bajo ese precepto, existe de parte del movimiento mapuche indicios de iniciar, tal vez, una nueva etapa histórica. En ese mismo sentido, a partir de las declaraciones del werken de la CAM en aquel programa, los desprendimientos de su organización y los últimos hechos de violencia, como los incendios a iglesias reivindicados por la organización Aucan Weichan Mapu, efectivamente muestra que un giro de la acción política de una parte del movimiento mapuche. Seamos sinceros: cuando el arzobispo de Villarrica, el Opus Dei Francisco Stegmeier, señaló que los mapuche autonomistas eran parte de un “indigenismo extremista”, aquella declaración -junto al cierre de las negociaciones del Santuario San Sebastián en un contexto de coerción policial desplegado por Burgos y una practica cultural radical de una parte del movimiento-, fue la mecha que encendió la pradera en el país mapuche.

Fernando Pairican
Fernando Pairican
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MAU Mapuche1
Durante la presentación de su último libro “Conflictos, étnicos, sociales y económicos” (Pehuen, 2015), Jorge Pinto, el Premio Nacional de Historia del año 2012, lo expresó con bastante convicción: “no podemos perder la posibilidad de dialogar” señaló, e hizo un llamado: “es tiempo de una tregua”.

Hace un par de meses, un grupo de intelectuales jesuitas, concluyeron luego de un amplio informe en terreno que estábamos ante un nuevo ciclo entre movimiento mapuche y Estado. Éste se caracterizaba por la agudización de la violencia, un escalonamiento que si bien no era cuantitativa, sí era cualitativo. ¿Cuál es la diferencia con el ciclo anterior? El descrédito de las institucionalidad hacia los pueblos indigenas, la legitimidad de la violencia política como instrumento de accionar de parte de un sector del movimiento y el altisonante espectáculo policial. Ello, además, de un discurso de seguridad pública llevado adelante por el ex ministro del Interior Jorge Burgos.

Luego de los garrafales errores del Ministro del Interior y el Intendente de La Araucanía, Andrés Joannet, que apostaron por una estrategia de coerción policial y adaptándose a las exigencias del mundo conservador de la región, se anuncia una nueva mesa de diálogo. La pregunta es: ¿qué la puede hacer diferente?

Existe un movimiento mapuche consolidado en Chile. Hoy, en América Latina hay consenso de que las relaciones de asimilación cultural no tan solo fueron nefastas sino que legitimaron que posturas más rupturistas tuvieron acogida en la población indígena. Organizaciones internacionales, pensadores, los movimientos indigenas y las políticas de otros gobiernos han avanzado en consolidar la demanda indígena: la autonomía. La nueva mesa de diálogo: ¿dará esos espacios sustanciales a construir las bases de esa esperanza o será otra experiencia más que todos los gobiernos vienen efectuando para salir del paso ante el ascenso de los hechos de violencia política?

Para que no sea una más, que ante la presentación de la mesa ya mostró síntomas de problemas, es necesario que se pongan los pilares para avanzar hacia un Estado Plurinacional y espacios de autonomía en que los pueblos indigenas ejerzan su derecho a la autodeterminación, es decir, su derecho a tomar decisiones y en voz de Jorge Pinto: sean “dueños de su destino”.

Héctor Llaitul, dirigente de la CAM, lo anunció en Informe Especial: “estamos dispuestos a dialogar siempre que se hable sobre autonomía”. Bajo ese precepto, existe de parte del movimiento mapuche indicios de iniciar, tal vez, una nueva etapa histórica. En ese mismo sentido, a partir de las declaraciones del werken de la CAM en aquel programa, los desprendimientos de su organización y los últimos hechos de violencia, como los incendios a iglesias reivindicados por la organización Aucan Weichan Mapu, efectivamente muestra que un giro de la acción política de una parte del movimiento mapuche. Seamos sinceros: cuando el arzobispo de Villarrica, el Opus Dei Francisco Stegmeier, señaló que los mapuche autonomistas eran parte de un “indigenismo extremista”, aquella declaración -junto al cierre de las negociaciones del Santuario San Sebastián en un contexto de coerción policial desplegado por Burgos y una practica cultural radical de una parte del movimiento-, fue la mecha que encendió la pradera en el país mapuche.

Por eso la necesidad de una tregua. Porque ninguna actor político tiene la claridad ni la hegemonía para que este proceso no desemboque en un ciclo de violencia distinta o irracional. Así de simple.

Existe dos actores fundamentales que deben participar y para ello se debe generar las confianzas políticas. Por una parte, están los sectores rupturistas del movimiento mapuche. Para incorporarlos, se debe parar la estrategia de seguridad pública llevada adelante desde el Ministerio del Interior, poner fin a las detenciones arbitrarias y los juicios sin un debido proceso. ¿Por qué? Porque lo que se debe conquistar como primera etapa se llama c-o-n-f-i-a-n-z-a. En segundo aspecto, la construcción de una agenda no fabricada desde el gobierno, sino, una construcción con todos los actores que participen en ello.

El otro extremo los agricultores radicales, aunque Emilio Taladriz no participó de la inauguración de la mesa. Es importante que Taladriz, ex presidente de la Multigremial y que ha llamado a la autodefensa como manera de afrontar este desafío participen y que tal vez, comprendan, como dice Elicura Chihuailaf, otro de los invitados a la mesa, que la lucha mapuche “es una lucha por ternura”.

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