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LA CARNE

11 de Julio de 2016

Columna de Carolina Errázuriz Mackenna: La boca

Odio los besos chupeteados y pegotes. A mí me gustan las bocas generosas, los labios calientes, las lenguas grandes y húmedas. Me gustan los besos con lengua y con mordedura, pero con el tiempo me pasó lo que a él. He ido alejándome de los besos de amor, de los besos con compromiso.

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Yo creí entender hace algunos años que mucho beso en la boca era “cosa de minas”. Eso me lo hizo saber un hombre con el que estuve algún tiempo y que una tarde calurosa me tiró a la cara lo que estaba intuyendo al buscar su boca. Que a él tanto beso no le gustaba. Que para dejarse besar tenía que estar caliente, tirando, enredado en mi entrepierna, pero que en frío mi lengua entrando en su boca, paseando por sus dientes, su lengua y sus encías era cosa de mina cargante. Como en ese tiempo era más bruta que hoy, dejé su declaración en el ámbito del “trauma” y a las mujeres brutas el “trauma” de los hombres les fascina porque pueden ejercer el maldito rol de salvadoras. Entonces me propuse hacer que él adorara mis besos, y ahí me fui a la cresta, porque como no entendía nada, terminé por reventarme para ser besada por él fuera de la cama con tanta devoción como lo era en el sexo, y el máximo logro fue cuando, pasados unos meses, me dijo que sí le gustaban mis besos…Pobre tonta yo. Los besos no eran su trauma. Su tara venía por el lado del amor. A él los besos lo ahuyentaban porque sin sexo, besar era un acto de amor, de posesión y sobre todo de intimidad.

Odio los besos chupeteados y pegotes. A mí me gustan las bocas generosas, los labios calientes, las lenguas grandes y húmedas. Me gustan los besos con lengua y con mordedura, pero con el tiempo me pasó lo que a él. He ido alejándome de los besos de amor, de los besos con compromiso. Cuando siento que la boca me busca con mucho sentimiento y poca calentura me espanto. Pero al rato me contradigo, porque creo que un atributo indispensable en un hombre es que sea buen besador. Los de lenguas cortas, labios duros y torpes están descartados de entrada. No creo que los malos besadores puedan ser buenos amantes para mí…Los hay mezquinos -como el del caso que relaté- pero él no era malo al besar, era tacaño. Que es distinto. Mi problema ha ido apareciendo ahora, en que me doy cuenta que he ido lentamente uniendo la intensidad y la circunstancia del beso con el sentimiento y finalmente con mi deseo. Y en esto me he vuelto despótica. No quiero que sobria me anden besando a diestra y siniesta, no quiero que me succionen, que me cojan con la boca, que me aspiren la lengua o los labios…No quiero que me atrapen y me idioticen en un beso. Quiero que me traguen la boca cuando me van a embestir.

No quiero decir con esto que mirarse a los ojos y darse largos besos en la boca con el mar o la tele de fondo no siga siendo un ejercicio saludable. Sino que a mí por desgracia los besos se me han ido complejizando. Y como todas las estupideces que invento, espero que esta también se me pase, porque, insisto: me gustan las buenas bocas. Tanto me gustan que un tiempo me dio con medir el tamaño de los miembros masculinos en función del tamaño de las lenguas. Y al menos en esto me fue bien. Es decir, la relación de ambos era más o menos certera: a mejor lengua, mejor miembro. Así es que será por el mismo fanatismo que le tengo a las bocas es que he ido desarrollando esta obsesión de relaciones. Otro detalle importante. Cuando los hombres están cerca del orgasmo su boca se transforma. Igual que la de una: se hincha y se tuerce de una manera que estando en frío es inimitable. Los labios y la entrepierna están conectados y son una buena manera de poder incluso pillar a las mentirosas que fingen orgasmos (de las que me excluyo porque en la vida he mentido en eso): la calentura se mide en la boca. Cosa que siempre ha sido obvia, lo que pasa es que a mi me dio por medir con la boca demasiadas cosas…

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