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Opinión

13 de Julio de 2016

Columna de Tal Pinto: Máxima Velocidad

En un clima de corrupción y desconfianza generalizada, la novela negra resulta funcional a la indignación. Las luchas intestinas en los distintos poderes –político, social y, por qué no, cultural–, se reflejan en los móviles de los crímenes y la moral de sus personajes (Rubem Fonseca sigue siendo el maestro del así llamado neopolicial). “Vengar al hijo”, tercera novela de Miguel del Campo, se inscribe en esta tendencia.

Tal Pinto
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Máxima-Velocidad
Camilo Marks ha dicho que todo aquel que intente escribir una novela policial en América Latina jamás puede olvidar, si ha de ser verosímil, que por regla general la ciudadanía no confía en las policías. A pesar de que los datos justifican sólo parcialmente esa afirmación (según la WVS, al 2014 un 64% de la población chilena declaraba tener bastante confianza en su policía, una barbaridad en comparación a estados fallidos como México o Pakistán, 28% y 21% respectivamente), los últimos veinte o treinta años de producción narrativa en el género le dan la razón a Marks: Investigaciones suele ser retratada como una institución corrupta e ineficaz y sólo la iniciativa privada –detectives, periodistas, abogados, organizaciones sin fines de lucro– permite esclarecer crímenes que de otra manera quedarían impunes. Heredia, el personaje del mayor cultor del género en Chile, Ramón Díaz Eterovic, es un detective privado; Gustavo Huerta, investigador de las novelas de Gonzalo Hernández, es ante todo un inútil, una versión ahumada del Inspector Gadget. Y así.

En un clima de corrupción y desconfianza generalizada, la novela negra resulta funcional a la indignación. Las luchas intestinas en los distintos poderes –político, social y, por qué no, cultural–, se reflejan en los móviles de los crímenes y la moral de sus personajes (Rubem Fonseca sigue siendo el maestro del así llamado neopolicial). “Vengar al hijo”, tercera novela de Miguel del Campo, se inscribe en esta tendencia.

Un llamado telefónico interrumpe la suspendida vida del publicista Pedro Montes. Del otro lado del auricular una voz extranjera le ofrece vengar a su hijo, muerto hace cuatro años por otro Pedro, Peña (los apellidos simbolizan la diferencia de estatus: Montes, arriba, Peña, abajo). Del Campo no pierde tiempo en sentar la intriga principal, que luego irá engordando gracias a la presentación del verdadero protagonista de la novela, un subcomisario de la PDI tan vil como opaco y competente. Pero, a la larga, la velocidad que Del Campo quiere imprimirle a su novela acaba por transformarse en su principal enemigo. Abundan los cabos sueltos: Pinzón, su antiguo socio, es un clásico “whodunit” o pista falsa; el verdadero asesino parece sacado del sombrero de un mago; los villanos extranjeros tienen pasta de cómic; además, la ciudad, tan importante en géneros como estos, está hecha de cartón piedra y no hay lugares reconocibles o las oportunas descripciones a ras de suelo que siempre añaden encanto a esta clase de novelas. Lo que sí hay es acción; y en verdad “Vengar al hijo” es como uno de los tantos thrillers que Hollywood regurgita en sueños.

Contando con una prosa limpia y ordenada, Del Campo desaprovechó las posibilidades del género. Directa, sin pausas, en exceso superficial, “Vengar al hijo” pertenece a esa clase de novelas que se acaban cuando se pasa la última página. Nada resuena, nada se recuerda, nada queda grabado. Se ha contado una historia y eso es todo.

(lectura portada libro)
VENGAR AL HIJO
Miguel del Campo
LOM, 2016, 143 páginas

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