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Opinión

14 de Julio de 2016

El bar rockero del gringo Slowly

Russel Wilkinson se aburrió de trabajar como gerente en Inglaterra y, de un día para otro, mandó todo a la mierda. Vendió su casa, se compró una mochila y viajó a Sudamérica. Cuando llegó a Puerto Natales se enamoró del lugar, conoció a quien hoy es su esposa y se instaló con un bar rockero en pleno centro de la ciudad. El gringo “Slowly” es un clásico en la Patagonia.

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
Por

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Una mañana fui a trabajar de mala gana y vi a toda la gente caminando como robots en la calle. Era un día gris, muy aburrido, en una ciudad al sur de Londres. De repente pensé: “A la mierda, me voy de aquí”.

Trabajaba en una empresa grande como gerente de comunicaciones, había estudiado contabilidad y llevaba cinco años en lo mismo. Buena plata, poco trabajo. Fácil, pero aburrido. Me había comprado un departamento y tenía dinero ahorrado. Así que decidí irme de viaje. Vendí mi casa, compré una mochila y me vine a Sudamérica. Tenía pensado viajar durante un año. “Cuando vuelva, busco otra cosa”, pensé.

Siempre quise venir acá. Me llamaba la atención lo que veía por televisión. Gente más relajada, más simpática. Quizá fue la crisis de los 30, no lo sé, pero decidí escaparme. Compré un pasaje a Río de Janeiro y otro de vuelta desde Ciudad de México. Llegué a Brasil, pasé a Paraguay, luego Montevideo, de ahí a Ushuaia y al final a Puerto Natales. Quería conocer Torres del Paine. El plan era recorrer Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Centroamérica y luego volver a casa, buscar un trabajo y empezar de nuevo. Antes de viajar, le dije a una amiga que en una de esas ponía un restorán cerca de una playa o alguna montaña para salir a esquiar.

Cuando llegué a Natales la gente me pareció muy simpática y sencilla. Me recordó a la gente de Leeds. Es muy parecida. Tiene el mismo sentido del humor y el paisaje es similar. Menos viento, más lluvia y un poco más de calor. Todo es parecido pero, a la vez, completamente diferente. Me acuerdo que viajé a Torres del Paine con un israelita y a la vuelta, cuando veníamos en una camioneta, le dije que me quedaría unos días más en el pueblo. Me alojé en “Casa Teresa”, un hostal muy acogedor atendido por una abuelita. En ese tiempo no había mucho donde quedarse, hoy, en cambio, existe una oferta gigante. Al final me quedé una semana, volví de inmediato a Inglaterra, vendí todas mis cosas y regresé a Chile. Tenía ganas de estar acá rápido.

La primera semana viviendo en Natales conocí a la que ahora es mi señora en una fiesta. Yo no hablaba español y ella tampoco inglés, pero de alguna forma funcionó. Uno a veces se entiende sin palabras. Incluso cuando llegué acá, como no hablaba castellano, me decían “habla despacio, slowly”. Después un hueón que no hablaba inglés me empezó a decir “oye slowly, ven para acá a tomar vino, te quiero mucho slowly”. Estaba en un carrete y la gente me huevió toda la noche. Y ahí quedé como slowly. Me siento súper cómodo con el nombre. Llegué a Chile y encontré mi otro nombre, mi otra vida, mi lugarcito y me siento feliz, bacán, nada que decir.

Un par de meses después vendieron un bar y lo compré. Se llamaba el bar de Ruperto, como el burrito de Cochiguaz. Estuve allí 10 años.

El comienzo fue difícil. Nadie me entendía, pero mi señora me ayudaba un montón. Además, nunca había trabajado en un bar en mi vida. Fue re difícil, cometimos muchos errores. El primer año fue un desastre. La gente pensaba “qué hace este acá”, pero no por envidia, sino por curiosidad.

Al comienzo no entraba mucha gente, hasta que un curso de kayak y montañismo decidió pasar y llenó el local. Ellos me salvaron. De ahí en adelante me empezó a ir mejor y eso que nunca hacemos propaganda.

En verano viene harto turista y en invierno harta gente local. Aunque esté lloviendo y con nieve, igual los natalinos salen a tomar. Toman harto pisco y cerveza. También el vodka con ají que es nuestro trago especial de la casa y el fernet igual sale un montón.

Nuestro cliente más viejo es el abuelo Morrison. Tiene como 70, pero parece que tuviera mil. Llega con su muleta y toma pisco con sprite. La gente siempre le hace espacio en la barra y conversa con los jóvenes. De eso se trata ir a un bar, como que te devuelve la vida. También llega John MacLean, el dueño del hotel Singular, conversa con todo el mundo. Buena onda. Llega gente de las estancias también. No mucha, porque están 5 meses encerrados trabajando y cuando salen buscan otro ambiente: mujeres. Imagínate 5 meses, así cualquiera.

Los gringos que más entran al local son los israelitas. Vienen en grupos grandes a comer, tomar y pasarlo bien. Les gusta porque es barato y llegan con plata después de hacer el servicio militar. Toman whisky caro y dejan propina. Se lo piden todo. Los menos generosos son los españoles, aunque los vascos son diferentes. En general son cagados. Los italianos en cambió no toman ni una huevá, hablan fuerte y no dejan propina, pero también han llegado algunos simpáticos.

Acá en general no se baila. Se come, se toma, se conversa y se pasa bien. Es un bar rockero. Harto The Police, ACDC, Iron Maiden, Motorhead y sobre todo Deep Purple. Así es el bar. Puro rock todas las noches del año. Hablamos de política, religión y fútbol. Son las mejores conversas, todos tienen opinión. Hablamos de lo que sea, incluso puras huevás. Hay noches de pura risa.

Siempre tengo la parabólica encendida. Me meto y tiro la lengua para hueviar. A veces soy como abogado del diablo. Cuando empiezan a hablar de izquierda yo meto al general, si hablan de derecha saco a Allende. Lo hago para puro molestar. Para la gente mayor de 50 es “blanco o negro”, pero los jóvenes están menos traumatizados. Se nota al ver a las distintas generaciones. Es como el Colo o la U, aunque igual respetan la opinión del otro. Cuando andan medio curados me encuentran parecido a Wayne Rooney o Luca Prodan. Yo prefiero a Prodan. Igual me gusta Sumo.

En invierno acá las noches son larguísimas. Son 16 horas de oscuridad y a veces estamos hasta las 4 o 5 de la mañana. Pero no todo es trabajo. También tengo que disfrutar la vida. En invierno descansamos domingos y lunes. Ahí me quedo en mi casa. Sin copete, sin amigos, sin música, con mi señora y mi gato. Buena comida, tomando mate al lado de la estufa. Leyendo. Regaloneando. Año por medio me arranco a Inglaterra dos o tres meses. Pero siempre vuelvo. Echo de menos. Me siento un patagón más. No me imagino viviendo en otra parte.

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