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LA CALLE

19 de Julio de 2016

Historia de una pistola: Los cuatro muertos de una Glock sin dueño

En menos de cuatro meses, la Glock modelo 19, número de serie TWZ255, pasó por cinco tiradores distintos, disparó más de treinta balas, participó en cuatro homicidios, y dejó a siete personas heridas. Una corta pero sangrienta vida ligada a los ajustes de cuentas, que a fines de 2014 tuvo de cabeza a los peritos balísticos de la PDI. Durante varias semanas de ese año, la pistola fue dejando casquillos y balas en distintas comunas de Santiago, acertijos que comenzaron a resolverse el 29 de noviembre de ese año, cuando la famosa Glock apareció en una parcela en El Quisco. Se la encontraron a un conocido narcotraficante de la población Carol Urzúa que tenía casa en la playa, pero hasta hoy nadie ha logrado esclarecer cuál es la relación que existe entre todos los delitos que se cometieron con ella.

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Apenas escuchó que se acercaba un helicóptero sobre su parcela, Rodolfo Herrera Arias, de 43 años, supo inmediatamente que la policía iba por él. Salió apurado de su casa, pero ya era demasiado tarde. Afuera, en el patio, un batallón de 20 detectives, en tenida de combate y armados con fusiles de asalto, corrían en estampida.

-¡Al suelo, al suelo!– le gritaron apenas lo vieron.

Herrera entrelazó sus dedos por detrás de la nuca y se echó al piso. A metros de él, el resto de la banda era sacada a empujones desde dentro de las seis casas que habían construido en un extremo de un terreno de 5 mil metros cuadrados, ubicado en el camino Huallilemu, en El Quisco, a 3 kilómetros del mar. La policía tenía sospechas fundadas de que aquella propiedad, resguardada y de difícil acceso, había sido adquirida con dineros provenientes del narcotráfico.

Desde el cielo, un camarógrafo de la PDI grababa toda la escena. Una imagen panorámica de la pequeña fortaleza que habían construido Los Fitos, nombre con el que era conocido el grupo. Además de las casas, puestas una al lado de la otra como si fuera una pequeña urbanización, Herrera se había mandado a construir dos piscinas, un quincho para fiestas, juegos de maderas para los niños, una multicancha, un galpón, y dos corrales: uno para los pavos reales y otro para los jabalíes.

-La guagua, ¡quiero ver a la guagua! –comenzó a gritar boca abajo cuando se vio atrapado.

La escena no conmovió a los detectives que lo custodiaban. Adentro de la casa, no había ninguna guagua, pero sí una chaqueta rosada que simulaba envolver un cuerpo pequeño, y que en realidad ocultaba una pistola: una Glock modelo 19, semiautomática, con un cargador de 30 tiros 9 milímetros. Arma que tenía las mismas características con la que el 7 de noviembre de 2014 -tres semanas antes del allanamiento-, alguien había matado a Mario Bravo Vásquez, durante una transacción de droga fallida en la población Carol Urzúa, de Puente Alto.

A Rodolfo Herrera y a sus tres hijos, los buscaban por ese homicidio.

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LOS FITOS

Mario Bravo Escobar estaba a dos metros de distancia, cuando Mayckol Yordan –no el basquetbolista- sacó de entre sus ropas una pistola y le pegó un tiro en el pecho. La bala, que entró por la parte superior izquierda de su tórax y le atravesó el pulmón, no le impidió salir arrancando de la Población Carol Urzúa. Su padre, que esa tarde lo había acompañado a comprar marihuana y cocaína, corrió en dirección contraria, pero la Glock de Rodolfo Herrera, padre de Mayckol, fue más rápida: El Fito le asestó un certero disparo en su espalda y luego lo remató en el piso con ocho balazos más.

Una semana después, su hijo contó detalles de la muerte de su padre. Declaró a la policía que ese 7 de noviembre de 2014, ambos habían ido a comprarle droga a Los Fitos y que un intercambio de opiniones respecto al precio del producto desató el enojo de los traficantes.

Al Laboratorio de Criminalística llegaron siete de las nueve vainillas que se dispararon. El oficio 3874, de la Brigada de Homicidios, solicitaba determinar si las huellas balísticas de los casquillos, diminutas estrías que se imprimen en el bronce y en el plomo de las balas, coincidían con proyectiles encontrados en otras escenas de crímenes. Los peritos ingresaron una de las evidencias al ‘Sistema Integrado de Identificación Balística’, conocido mundialmente como IBIS por su nombre en inglés, y llegaron a la conclusión de que todas habían sido disparadas por una pistola Glock.

El IBIS es una de las dos máquinas más modernas que existen en el mundo para leer la huella balística. En simple, el sistema escanea balas y vainillas y luego compara las imágenes milimétricamente, con más de doce mil fotografías que la policía ha ingresado en los servidores en los últimos trece años: lo más cercano a CSI que hay en Chile. Si el sistema arroja una coincidencia –o un ‘match’ como se dice en jerga detectivesca-, el programa despliega una imagen de ambos proyectiles y la ubicación física de las pruebas. Luego, el perito coteja las balas o vainillas bajo un microscopio. Allí, a una distancia aumentada más de diez veces, se puede ver tan adentro del plomo y del bronce, que es posible saber incluso hacia qué lado salió girando la bala desde el cañón.

Hasta fines de noviembre de 2014, cuando la vainilla de la bala que mató a Mario Bravo Vásquez fue examinada, el IBIS nunca había dado positivo para tantos delitos distintos. Casos que se transformaron en un triste récord para el sistema y un complicado puzzle para la PDI: cinco causas, siete heridos y cuatro muertos, todos con la misma pistola.

Mario había sido el tercero.

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LA GLOCK

Si cada pistola tuviese un nombre, la Glock 19 con la que fue detenido Rodolfo Herrera se llamaría TWZ255, número de serie que el fabricante estampó en el fierro del arma, antes que ésta abandonara la filial que la planta austriaca tiene en Uruguay, y partiera rumbo a Chile.

El ingeniero y empresario Gastón Glock, de 86 años, se ha hecho multimillonario en este negocio. La pistola que lleva su apellido, una de las más vendidas alrededor del mundo, le ha permitido acumular una fortuna de casi dos mil millones de euros. Su historia se remonta a 1982, cuando Glock -que no sabía nada de pistolas- decidió crear un prototipo para presentarla ante las Fuerzas Armadas de su país, que habían iniciado un proceso de renovación de material. La historia cuenta que Glock se reunió con un comité de expertos y que a partir de aquellas consideraciones creó una pistola funcional, poderosa, y liviana. Diseño que rompió con todas las reglas establecidas por la industria: creó una empuñadura a base de un polímero más resistente que el acero y 86% más liviano.

El negocio fue todo un éxito. A fines de ese año, 25 mil unidades fueron repartidas por todos los cuarteles policiales y militares de Austria, y meses más tarde, el departamento de Defensa de Estados Unidos recibió cuatro ejemplares de prueba. Al poco tiempo, distintos departamentos de policías, incluido el FBI, comenzaron a usar la pistola.

Glock destronó el reinado del revólver y la industria del cine puso sus ojos en ella. Adquirió una fama inusitada en el género de acción, apareciendo en películas como Rápido y Furioso, Los Vengadores, o Mad Max, sometida siempre a exigentes combates. Fue precisamente en Hollywood donde nació uno de los mitos más fantasiosos que se cuentan sobre esta pistola: las Glock –decían en la película Duro de Matar 2- eran imposibles de rastrear por los detectores. Afirmación que era absolutamente falsa, porque aunque en la calle la llamaban ´la pistola de plástico’, lo cierto era que el cañón seguía siendo de metal.

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La pistola se convirtió en un objeto de culto entre algunos miembros de la comunidad hiphopera estadounidense. El rapero Tupac Shakur llegó a cantarle a la misma pistola que un par de años después lo mató en una emboscada –una Glock .40-, y el sello que producía a DR. Dre, fue demandado porque éste la menciona en la canción ‘Bitches ain’t shit’. No han sido los únicos que se han inspirado en ella. La Glock se ha transformado en un fetiche para algunos reguetoneros como Randy Glock, un puertorriqueño de 35 años que se apropió de la marca intentando potenciar su nombre artístico. O para Kendo Kaponi, su compatriota de 32, que se hizo famoso al cantar ‘La 40’: “Soy una 40 Glock edición especial, la mejor de mi serie por mi credencial”, dice la letra.

La pistola no sólo ha adquirido fama entre policías y cantantes. En Estados Unidos se ha convertido en una de las diez armas más compradas por los civiles: ciudadanos atemorizados, amparados en la segunda enmienda, que buscan defenderse de delincuentes que también usan Glock. En el 2012, James Holmes portaba una cuando asesinó a 12 personas en un cine en Colorado, y un año antes, Jared Loughner mató a seis afuera de un supermercado en Tucson, donde la congresista Gabrielle Giffords se reunía con un grupo de adherentes. Llevaba una Glock 19, la misma que tenía Rodolfo Herrera cuando lo detuvieron en El Quisco.

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PRIMER HOMICIDIO

Lo único que alcanzó a escuchar Paolo Correa de la conversación que ocurría a su lado, fue que Jorge Muñoz le gritaba a Jeremy Silva algo sobre su hermana. No conocía a ninguno de los dos, tampoco al resto de los que a esa hora estaban afuera de la discoteque “Givens”, en El Quisco, de propiedad del haitiano Givens Laguerre, integrante del grupo musical Reggaeton Boys. Había salido a fumar, cuando de pronto quedó al medio de un tiroteo. Fue el primer delito en el que la TWZ255 estuvo involucrada. Ocurrió el 17 de agosto de 2014, a las cuatro de la madrugada.

-Los vi pelear adentro y luego me los encontré afuera. No se oía mucho lo que hablaban, pero estaban alterados. De pronto, el que se llamaba Jorge sacó una pistola y comenzó a amenazar al otro, que segundos después sacó otra arma y disparó –recuerda Correa.

Paolo volteó justo para ver cómo la bala le perforaba el cráneo a Jorge. Corrió instintivamente hacia adentro, huyendo de la sangrienta escena y también de las balas cruzadas, una de las cuales se incrustó en su tórax. Salió por la puerta trasera para ir al hospital, pero cuando dio la vuelta hacia la calle se encontró con dos jóvenes muertos: Jorge Muñoz, de 25 años, y su amigo Dan Silva, de 20.

La parte de la pelea que no vio ocurrió así: Jeremy mató a Jorge y luego, ayudado por su amigo Robinson Pinochet, le dispararon a Dan Silva, compañero de Muñoz, que también murió de un balazo en la cabeza. Todos eran de Santiago. En el fuego cruzado, Pinochet quedó herido y arrancó al consultorio de El Quisco. Allí recuerdan que llegó ensangrentado, con cadenas que colgaban de su cuello, pulseras en su antebrazo y anillos en sus dedos. Joyas que Jeremy –el único que no recibió ninguna bala-, le sacó cuando lo fue a dejar al recinto asistencial.

-Ojalá no se le muera mi amigo –le dijo a la enfermera antes de desaparecer del lugar en una camioneta Subaru XV negra.

No están claros los motivos de la rencilla, pero el día anterior a su muerte, Jorge Muñoz le había advertido a su mamá que estaba amenazado por Jeremy. Quienes vieron la discusión adentro de la discoteque recuerdan que ambos se agarraron a empujones en el VIP, una habitación de madera adentro del recinto, a la que generalmente entraban los amigos del dueño. Según algunos guardias, Jorge y Dan eran de los clientes más habituales. También, de los más conflictivos.

Robinson, que tenía tres balazos en su cuerpo, y Paolo, que tenía sólo uno, pero que por poco lo mata, terminaron internados en el Hospital Claudio Vicuña. Allí también llegaron los cadáveres. La autopsia arrojó igual diagnóstico de muerte para ambos: traumatismo cráneo encefálico por proyectil balístico. Además de la herida mortal, Jorge tenía dos balazos en su frente, uno en su ojo y otro en el tórax, mientras que a Dan, uno le había atravesado el pecho y otro en la pierna.

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Al laboratorio de criminalística llegaron 33 vainillas. El cruce de datos permitió establecer que doce fueron disparadas por la Glock .40 que tenía Jeremy, nueve con la que se defendió Dan, y siete con la TWZ255, que portaba Robinson Pinochet, pero que a esa altura era aún una pistola desconocida para la PDI. Sobre las balas encontradas en los cuerpos, los peritajes establecieron que ambos jóvenes habían fallecido producto de impactos calibre .40, por lo que la fiscalía que investigaba el caso le achacó toda la responsabilidad a Jeremy. Las balas que disparó Pinochet quedaron incrustadas en un par de autos y en el torso de Paolo. Aquel proyectil que le extrajeron, se convirtió en la primera evidencia de la TWZ255 que la PDI ingresó al IBIS.

Durante las detenciones y allanamientos, las armas no aparecieron. En la investigación se acreditó que al día siguiente del toriteo, Jeremy Silva recibió un mensaje de parte de un amigo, que posteriormente la policía rastreó:

-¿Oye, viste las noticias? Está la escoba, tienen que guardar el vehículo y los metales -le dijo.

Eso fue lo más cerca que la PDI estuvo de la pistola.

El 2 de junio del año pasado, Jeremy fue condenado a 12 años como autor de ambos homicidios y Robinson Pinochet fue absuelto. Un mes después, este último murió en pleno barrio Bellavista, cuando Roberto Riquelme Labra, de 21 años, le disparó un balazo en la cabeza y dos en el tórax.

La policía habló de su asesinato como un ajuste de cuentas.

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TENENCIA DE ARMAS

Cristián Gamboa es de los que piensa que las pistolas salvan vidas cuando se tienen a mano y se saben usar. Por eso es que cada vez que está en su casa, se pone una funda al cinto y carga una Glock 19, con la que ha disparado más de dos mil balas en dos años. Aunque está inscrita como arma deportiva, la ley no le impide que dentro de su propiedad pueda defenderse con ella cuando se sienta amenazado. La tiene bajo esa modalidad, porque si dijera que la quiere para defensa no podría sacarla de la casa, por lo que nunca podría practicar con ella.

-La ley tiene esas cosas estúpidas. Cuando inscribes un arma para defenderte, no te autoriza para dispararla fuera de la casa. Comprarse un arma y guardarla no es seguridad de nada –explica.

La Glock 19 no es la única que tiene. Adentro de una caja de seguridad, en una pieza con alarma, guarda una Tanfoglio, un revólver 38 corto, una escopeta, un rifle calibre 22, y una pistola Smith & Weson para que los niños más chicos disparen. Gamboa tiene siete hijos y a los cinco mayores les ha enseñado a usar armas, a todos antes de los 12 años.

-A mí me parece muy bien que los niños disparen. Si mi hijo me ve escondiendo un arma, se va a desvivir buscándola, y en algún momento la puede encontrar. Por eso le enseñé. Si algún día mi arma se me queda en el velador, lo más probable es que la tome y la guarde. Por ningún motivo haría una estupidez. Él sabe que las armas matan.

Gamboa tiene 50 años y es el presidente de la Asociación Nacional por la Tenencia Responsable de Armas (ANTRA), agrupación que defiende el derecho de los ciudadanos a tener armas. Algo así, como la Asociación Nacional del Rifle de Estados Unidos, pero adaptada a la conservadora mirada que los chilenos tienen sobre el tema. Gamboa se compró su primera pistola a los 40 años. La adquirió para defenderse, pero se transformó en un fanático y experto tirador. Está convencido de que la única manera de frenar los delitos es armándose. A mayor tenencia de pistolas –dice- menos posibilidades de criminales exitosos.

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-Nosotros aplaudimos cuando un dueño de un almacén mata a un ladrón. Si veo a un tipo entrando al dormitorio de mis hijos, lo voy a cocer a balazos y después voy a preguntar qué quería. La gente es antiarmas hasta que se encuentra con un hueón armado al frente suyo. Tengo amigos que después del terremoto llegaron a mi casa para que les prestara una pistola, porque tenían miedo de que los fueran a saquear.

Según cifras de Carabineros, en el 2014 hubo 528 homicidios en el país, de los cuales el 36,6% fueron cometidos con armas de fuego. Los socios de ANTRA son críticos de las políticas públicas que han implementado los gobiernos en torno al control de las pistolas. Aseguran que la ley, que data del año 1972, ha ido restringiendo cada vez más su uso y que las campañas públicas han sido nefastas, especialmente la que llamaba a las personas a entregar su arma.

-Yo digo que no entreguen sus armas, pero que aprendan a ocuparlas. El gobierno cree que quitándonos las pistolas a nosotros hay menos armas disponibles para los delincuentes, pero se equivoca.

La Dirección General de Movilización Nacional, dependiente del Ejército, estima que en Chile existen más de 750 mil armas legalmente inscritas. Gamboa cree que el número de pistolas ilegales es tres veces eso. Cita un estudio que la Asociación Chilena de Municipalidades realizó en conjunto con la ONG Activa, que dice que en el país hay más de dos millones de armas ilegales. En el hampa circulan pistolas hechizas, no inscritas, prohibidas, de fantasía, de colección, robadas, y también las adquiridas legalmente, que en general son tramitadas por palos blancos que luego las dan por perdidas. Con esas armas, se cometen robos a bancos, a camiones de valores, se asaltan casas, y se dan portonazos, pero también se matan personas. Sobre todo en las poblaciones, donde tener una pistola sirve para quitar droga, conquistar territorios en disputa, o ajustar cuentas pendientes por los más diversos motivos.

Tal como le pasó a Jorge y a Dan en El Quisco, o como le ocurrió a Claudio Caro Morales, de 21 años, el 31 de agosto de 2014 en La Pintana.

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SEIS HERIDOS

Catorce días después de que Jeremy Silva cometiera los homicidios, la Glock TWZ255 reapareció en la Villa Gabriela, en La Pintana. Específicamente, en la casa de Juan Contreras González. No está claro cómo sus balas llegaron allá, pero esa tarde, mientras la familia de 15 personas comía empanadas, un auto se estacionó afuera de la vivienda y desde dentro comenzaron a disparar hacia el living, donde estaban todos.

Maryorie Contreras, hija del dueño de casa, fue la única que reconoció a los dos tiradores. Estaba a un costado de la ventana cuando comenzaron los balazos y desde allí vio a su tío Óscar Vergara con su hermano David, con una pistola cada uno. Hubo tres heridos: Juan Contreras, que recibió un balazo en el pulmón que le rozó la columna, su hija Yocelyn con un disparo en el glúteo, y Claudio Caro Morales, su yerno, que recibió un proyectil en el hombro y otro en el pie. Por él habría empezado todo.

La historia de desencuentros entre Caro y Vergara data del 7 de mayo de 2014. Ese día, este último le pegó un balazo en el brazo, luego que su hija de 14 años le confesara que él había intentado abusarla en una fiesta familiar.

-Con mi hija nadie se pasa películas –le habría advertido.

Los hostigamientos entre ambas familias continuaron hasta que ocurrió el tiroteo de aquel 31 de agosto. Ese día, los peritos de la PDI levantaron siete casquillos que habían quedado en la calle y seis balas incrustadas en la casa. Acreditaron que en la escena habían participado dos pistolas, pero que ninguna de ellas apareció. De todas las vainillas analizadas por el sistema IBIS, tres dieron positivo para la Glock modelo 19 que había participado en los homicidios de El Quisco.

Nueve días después del tiroteo a la familia Contreras Muñoz, la Glock 19 apareció a once kilómetros al sur de Santiago. Fue su tercer delito. En la intersección de las calles Lapislázuli con Aragonita, en la comuna de La Florida, esta vez las balas de la TWZ255 lesionaron de gravedad a tres jóvenes: Caterine Jiménez, Miguel Valenzuela y Luciano Sandoval. La policía identificó a Giandari Rivera, de 18 años, como el autor de los disparos, pero las víctimas no quisieron seguir adelante con la denuncia, por miedo a represalias. Al igual que en los otros dos casos, el arma tampoco se encontró.

-Mi hijo con el Giandari se conocen de chicos y siempre se tuvieron mala, pero después empezaron a crecer y la familia de él tuvo poder –cuenta la mamá de uno de los lesionados.

Según información policial, Giandari pertenece a la banda de Los Chinos, que viven en la Villa El Rodeo, dentro de la misma comuna. Se dedican al tráfico de cocaína y marihuana, y controlan la distribución de droga en el sector de Las Quinchas. Nadie sabe cómo la TWZ255 llegó a manos de esta banda.

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EL ÚLTIMO MUERTO

Miguel manejaba su camioneta por la calle Cardenal Raúl Silva Henríquez, en La Granja, cuando desde un auto BMW negro, sin patente, que transitaba en sentido contrario, un joven le disparó a quemarropa a una persona que estaba estacionada justo al frente de un carro de completos. Eran casi las tres de la madrugada del 15 de noviembre de 2014, y el sonido del disparo se escuchó alejarse por entre los block del sector. Luego, vinieron las ráfagas. Miguel recuerda que entre las tres personas que andaban en el BMW descargaron 18 disparos. Tras eso, todos los tiradores bailaron una especie de danza india, lanzando balazos al cielo.

Miguel seguía la escena a menos de 50 metros, estacionado. Vio a Mauricio Villegas -apodado el Ale-, a Camilo Jara -el Cachorro-, y al tío de ambos, Roberto Villegas –el Moñoño. Todos de la población Manzanal. Cuando pasó por el lado del vehículo no tuvo problemas en reconocer el cadáver. Era Fernando Celedón Yévenes. “Don Fran”, como le decían en el sector, era chofer de radiotaxis y yacía desparramado en la ventana del conductor. Fue la última víctima de la TWZ255.

El problema habría comenzado por un asunto de drogas entre un sobrino del difunto y Mauricio Villegas, pero luego el conflicto se habría vuelto familiar. Testigos dicen que aquella noche en que sucedió todo, la casa de la mamá de Villegas había sido baleada, y que los disparos en contra de Celedón habrían sido en venganza. Su autopsia dice que de las cuatro balas que recibió, hay una que por sí sola fue mortal. Entró por la cara lateral izquierda del tórax, dejando un orificio de 1.2 centímetros en su parte más ancha. En su recorrido interno lesionó el pulmón izquierdo, el corazón, y el pulmón derecho, quedando incrustada en el brazo.

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Los peritos balísticos no pudieron determinar si aquel proyectil, que lo atravesó de lado a lado, fue disparado por la Glock TWZ255. Sí descubrieron que de los 16 casquillos levantados, el IBIS arrojó coincidencias para ocho vainillas con los casos de El Quisco y Mario Bravo, que había muerto ocho días antes. No está claro cuál es la relación entre ambas muertes, pero sí que la pistola con la que Rodolfo Herrera mató a Bravo, después terminó en las manos de alguno de los tiradores que asesinaron a Celedón, y luego regresó a Los Fitos, que cayeron con ella a fines de ese mes.

Averiguar cuál es la conexión que la TWZ255 tiene con estos cinco casos no es fácil. Hay diversas teorías al respecto. Que pudo ser una pistola que se arrendaba o que tal vez se fue vendiendo a medida que participó en los delitos. Hasta ahora hay solo un punto en común. Salvo el crimen de El Quisco, que fue cometido por personas que vivían en Santiago, los otros cuatro delitos han ocurrido en comunas del sector sur de la capital: La Pintana, La Florida, La Granja, y Puente Alto. Según el Ministerio Público, esa macrozona compuesta por 12 comunas, concentra la mayor cantidad de pistolas inscritas en Chile, con 38.930 armas, entre largas y cortas. Encabeza la lista San Miguel, que tiene 10.920, le sigue Puente Alto con 10.585, y en tercer lugar La Cisterna, donde por cada ocho habitantes, hay uno armado.

Con estos números, durante el 2015 la Fiscalía Sur inició un programa de extracción de armas, donde georeferenciaron a todos los usuarios y los fiscalizaron. Se encontraron con varias anomalías.

-Hay domicilios donde toda la familia tiene inscrita un arma y donde personas con antecedentes penales aparecen con pistolas a nombre suyo. Uno podría inferir que esas armas se compran, se inscriben, y luego se trafican – explica Marco Pastene, vocero de la Fiscalía Sur.

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El estudio arrojó una cifra que destruyó un mito: durante el año pasado, el 68% de los delitos relacionados con el control de armas fue cometido por personas que tenían pistolas legales. Es decir, inscribir un arma ya no era un problema para los delincuentes. La TWZ255 responde a esa lógica: una pistola inscrita que participa en cinco escenas de sangre, pero de la que poco se conoce.

De su hoja de vida, sólo podemos saber que la Glock en cuestión no tiene encargos por robo. La información de cada una de las más de 750 mil pistolas que existen legalmente inscritas en Chile, es guardada celosamente por la Dirección General de Movilización Nacional. Cada vez que alguien ingresa un arma al país, son ellos los encargados de disparar los primeros tiros en un banco de pruebas, guardar esa evidencia en un depósito de municiones, y luego remitirla a la armería que la importó para que sea comercializada.

Según la ley 17.798 sobre el control de armas, los únicos autorizados para saber quién compró una pistola son los policías, fiscales y jueces. En este caso, sin embargo, el nombre del dueño no aparece ni en las carpetas de investigaciones, ni en los informes periciales de la PDI. Resulta extraño que, aquel dato que podría esclarecer cómo esta arma participó en cuatro homicidios, no aparezca por ninguna parte.

-Los fiscales no persiguen armas, sino que investigan delitos asociados a ellas. Se parte de la base que muchas veces las pistolas no aparecen, pero pese a eso uno puede establecer responsabilidades sin ellas. Si hay un herido, una bala, un testigo que dice quiénes fueron los agresores, y pólvora en las manos de los imputados, no se necesita el arma –agrega Pastene.

En tres meses y doce días, la TWZ255 pasó por cinco tiradores distintos, disparó más de treinta balas, participó en cuatro homicidios, y dejó a siete personas heridas. Una vida dedicada al delito que terminó con ella adentro de una bolsa en un depósito de armas, aguardando por su destrucción.

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