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Opinión

26 de Julio de 2016

Columna de Rodrigo Baño: Máquinas inteligentes, humanos idiotas

"Las máquinas son cada vez más inteligentes, hay que reconocerlo. No sólo hay teléfonos inteligentes, también hay edificios inteligentes, lavadoras inteligentes, regadío inteligente, autos y semáforos inteligentes y desde luego computadores cada vez más inteligentes. En consecuencia, por el efecto inverso ya señalado, a los humanos sólo les queda ser cada día más idiotas".

Rodrigo Baño
Rodrigo Baño
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ComputadoraLenta

Con el resto de la neurona que fielmente resiste, tengo que reconocer que estamos cada día más idiotas. El bueno de Jean Jacques lo anticipó hace varios siglos: cada avance técnico significa una disminución de facultades y una dependencia: el primer salvaje que hizo una escalera ya no pudo subirse a un árbol sin ella, el que tiene una calculadora ya no puede sumar 2 + 2 sin su ayuda, el que tiene su memoria almacenada en gigas en su computador, teléfono o tablet, ya ni se acuerda cómo se llama, el que confía en los programas de computación ya ni piensa. La estupidez avanza: aún no logro entender el maravilloso diseño del Transantiago que hicieron los mejores técnicos de una universidad de inspiración divina, el puente levadizo al que los ingenieros extranjeros no pudieron curar de la artrosis de hombro, que un selecto panel de expertos de todo acuerden que no hay nada mejor que levantarse de noche y acostarse de día, que se establezca el voto voluntario y después se asombren de que sea voluntario, que el Emperador de Occidente mande felicitaciones a alguien por haberse cambiado de sexo, que se etiquete que el azúcar tiene alto contenido de azúcar, que se anuncie que no hay nada que anunciar.

En cambio, las máquinas son cada vez más inteligentes, hay que reconocerlo. No sólo hay teléfonos inteligentes, también hay edificios inteligentes, lavadoras inteligentes, regadío inteligente, autos y semáforos inteligentes y desde luego computadores cada vez más inteligentes. En consecuencia, por el efecto inverso ya señalado, a los humanos sólo les queda ser cada día más idiotas (obviamente me cuento entre los humanos, prueba es que escribo esta columna).

En política se insiste mucho en eso de las sucias maniobras y los mezquinos intereses y el genérico corrupción se reparte transversalmente con deportivo entusiasmo. No obstante, no se le dan los méritos que corresponden a la estupidez humana. Porque intereses siempre los ha habido y la defensa de los intereses empleando todas las formas de lucha se practica desde los troglodos hasta los posmodernos, pero lo habitual era que los malos fueran inteligentes y los buenos tontos, lo que permitía que los primeros se hicieran ricos y los segundos se fueran al cielo. Sin embargo, ahora los malos son tan tontos que los pillan y los buenos siguen siendo tontos, pero ya no existen. De manera que sólo queda esa tambaleante neurona que cada cierto tiempo arma un escándalo, porque sucede que se estrella contra el inmutable muro de la estupidez humana y le resulta insólito que nadie parezca darse cuenta de lo que está pasando con la especie.

Estoy hablando de política, usted no se preocupe, no es nada personal. Es cierto que aún así podrá decir que estoy exagerando con la estupidez humana. Pero también es cierto que dentro de poco usted será convocado a participar en la selección de la elite gobernante, sin que pueda tener mayor orientación que los carteles con rostros sonrientes y ninguna idea, plan o programa; está comprobado. En todo caso, tengo confianza en la sentencia del filósofo: “Llegado a cierta edad cada hombre (y mujer, por cierto) es responsable por su cara”. Fíjese en la cara que tienen y no le cabrá duda sobre la inteligencia de las máquinas. Y después del alegato de los animalistas proponiendo dar derechos a los animales sensibles, ¿por qué no dar derechos a las máquinas inteligentes? Pero la pregunta puede ser innecesaria, pues, para bien o para mal, ya viene en camino un robot con inteligencia artificial –la única posible– a plancharnos la última neurona.

*Sociólogo. Profesor en la U. de Chile.

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