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Opinión

4 de Agosto de 2016

Diego Maquieira y su amistad con Jaime Celedón: “Escribimos juntos un libro de poesía”

Maquieira no tenía un nombre propio en las letras nacionales ni mucho menos un título de publicista. Por qué llegó a tocar la puerta de Celedón, tampoco lo recuerda. “Yo no servía para la publicidad”, reconoce. Sin embargo, bastó que se pusieran a conversar para que la impericia del poeta en la materia pasara a ser un problema disimulable.

Diego Escobedo
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EL poeta Diego Maquieira conoció a Jaime Celedón hace casi 40 años. “No, creo que fue hace 38”, puntualiza. “No me acuerdo muy bien, pero debió ser cuando yo andaba buscando trabajo y me acerqué a su agencia de publicidad, Veritas, que estaba en la calle Carlos Antúnez”.

Para entonces, Maquieira no tenía un nombre propio en las letras nacionales ni mucho menos un título de publicista. Por qué llegó a tocar la puerta de Celedón, tampoco lo recuerda. “Yo no servía para la publicidad”, reconoce. Sin embargo, bastó que se pusieran a conversar para que la impericia del poeta en la materia pasara a ser un problema disimulable. “Sintonizamos rápidamente –cuenta Maquieira–. Yo creo que por el aspecto creativo, pero sobre todo porque él era muy vibrante. Tenía un gran humor, era muy inteligente. Y muy generoso”. Estas tres últimas cualidades, con preponderancia de la tercera, fueron seguramente las que permitieron a Celedón idear un servicio publicitario sin precedentes en la historia del rubro, y tal vez el único para el cual las competencias laborales de Maquieira podían resultar indispensables: escribir un libro de poesía para promocionar un fármaco del laboratorio Park Davis, a la sazón cliente de su agencia.

Se trataba de Equipax, un medicamento de uso neurológico orientado a proporcionar, como su nombre lo indica, equilibrio y paz a los pacientes. El libro se escribió, se imprimió –sin firma de autor– y se distribuyó, pero muy pocos supieron de él y nunca llegó a las librerías, pues tampoco era ese su objetivo. “Era un libro para difundir Equipax entre los médicos, circuló en ese ámbito –explica Maquieira–. Pero sí, fue un libro de poesía que escribimos juntos y le pusimos Versos para Recetar. Incluso Jaime se entusiasmó y al final escribió más poemas que yo. Aunque él lo negara”. De manera que a los incontables oficios que ejerció Celedón –actor, director de teatro, conductor de TV y de radio, publicista, asesor comunicacional, entre otros–, quizás tendríamos que agregar el de poeta, si bien de circunstancias y bajo estricto secreto profesional.

Considerando su carácter instrumental, en todo caso, Versos Para Recetar contiene textos para nada despreciables. Maquieira trabajaba por entonces en los primeros bosquejos de La Tirana y hay huellas plausibles de ese registro. Del poema “Tiempos modernos”: “Me levanto a las 6 p.m. en punto / Descompuesto medio alcohólico / Con ganas terribles de ir al baño / Con ganas terribles de ver a Dios”. Otros poemas, en cambio, acusan la mano de Celedón, incluyendo hilarantes parodias a las encuestas televisivas estilo Paseo Ahumada, donde los transeúntes se pronuncian sobre Equipax (o bien se excusan con respuestas como “yo no me meto en política”). El clímax dramático del libro lo representa un poema de carácter épico, acaso escrito a cuatro manos, donde se despliega una suerte de catarsis sanadora de alcances universales, con Equipax como protagonista y héroe.

¿Tuvo Versos para Recetar un real impacto entre la comunidad médica?
–No lo supe nunca. Era una manera de darme trabajo a mí, en el fondo. Jaime sabía que yo no servía para la publicidad.

Pero ustedes siguieron siendo amigos.

–Mantuvimos el contacto toda la vida, a veces con intervalos. Conozco a su familia, tiene un hijo escritor que es muy notable, Matías. Y lo vi por última vez hace unos dos años, cuando estuve comiendo en su casa, en un cumpleaños.

¿Qué es lo que más te llamaba la atención de él?
–Su libertad interior. Su libertad de ser él mismo, sin concesiones. No estaba inhibido por el entorno. Me acuerdo que una vez, en la agencia, para inspirar a la gente se sacó la camisa, y a torso desnudo, sólo con la corbata encima, se puso a caminar entremedio del grupo de creativos. Tenía mucho humor para inspirar a las personas en el trabajo.

¿Qué legado crees que dejó como persona pública?

–No podría contestar eso, porque para mí lo importante era la conversación con él. La presencia, la compañía, el diálogo. Le podías preguntar muchas cosas porque era un tipo que estaba metido en el mundo, en la televisión, en el teatro, también hizo cine… Estaba en el mundo y era muy activo. A veces llegaba a su casa y le preguntaba qué pensaba de tal o cual personaje, o le preguntaba por su pasado, porque era un gran contador de historias. No nos interesaban las mismas cosas, porque a mí no me gusta mucho el teatro ni la política, pero podíamos intercambiar muchas impresiones. En el fondo, porque nos caíamos muy bien.

¿Volviste a trabajar para su agencia?

–No, ese libro fue lo único que hice. Como te digo, no servía para nada más.

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