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Opinión

12 de Agosto de 2016

Luiz Eduardo Soares, escritor brasileño: “Fui el primero en decir que había un genocidio de la juventud negra”

La violencia en Río de Janeiro ha sido uno de los grandes temas sociales de los Juegos Olímpicos. Días antes de la inauguración, los periódicos de la ciudad contaban cómo las policías se preparaban para abordar el megaevento. Hubo huelgas por falta de recursos, aumento de vigilantes, y un enorme contingente del Ejército que salió a patrullar las calles con fusiles de guerra. En las favelas, cientos de efectivos reforzaron las Unidades Pacificadoras (UPP), territorio dominado por la Policía Militar, la más letal y corrupta. Según cifras de Amnistía Internacional, entre el 2006 y el 2015, sus miembros mataron cerca de ocho mil personas, la mayoría de ellos jóvenes, negros, y pobres.

Jorge Rojas
Jorge Rojas
Por

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¿La policía en Río de Janeiro tiene un origen racista?
Nosotros tuvimos cuatro siglos de esclavitud y fuimos uno de los países donde esta práctica fue abolida más tardíamente. El racismo, entonces, es la marca más profunda e importante que tiene la sociedad brasileña, y ha sido el que ha moldeado las desigualdades. La policía, como la conocemos hoy, tiene más de 200 años y fue creada por Joao VI, que en 1808 trasformó a la colonia en la sede del imperio. Su rol principal era perseguir a los esclavos que escapaban, es decir, nacieron para cazar esclavos. Esa fue una tradición que perduró incluso después de la proclamación de la república: aunque la esclavitud fue abolida, mantuvimos las mismas estructuras.

La policía entonces surgió para defender la propiedad privada.
Sí, el esclavo que se escapaba era de alguien, entonces era la propiedad privada la que se fugaba. La policía no era empleada para contener a las elites, sino que a los pobres. Luego, cuando la república fue proclamada, el pueblo no comprendía nada, porque lo que había pasado era un conflicto entre las elites. Los nuevos dueños del poder se presentaron, pero las estructuras de dominio y la exclusión de la gran masa de trabajadores se preservaron. Acá no pasó lo mismo que en Estados Unidos, donde hubo un desplazamiento de los esclavos para el oeste, con tierras libres que eran conquistadas por el trabajo. Eso estimuló la creación de miles de millones de pequeñas propiedades. En Brasil, en cambio, hubo una contención de la fuerza de trabajo, primero por la esclavitud y luego por la apropiación privada de las tierras.

¿Continuaron esclavizados de otra manera?
En cierto sentido sí, porque tenían que trabajar para los dueños de la tierra, que les pagaban una plata, que luego era gastada en productos vendidos por los mismos señores. Las cosas empezaron a cambiar a partir de 1930, cuando hubo una revolución burguesa y asumió el poder Getulio Vargas, que empezó una nueva alianza con la población urbana de trabajadores y les garantizó algunos derechos: a un salario, a un contrato de trabajo digno, a una previsión. Se creó una relación populista paternalista muy importante, pero la policía continuaba su tradición: brutalidad, tortura, etc. Luego vino un retroceso dictatorial muy violento. En el tercer periodo de Getulio Vargas, desde 1937 a 1945, no fue el Ejército el que torturaba y mataba, fue la policía. La primera vez que el ejército fue llamado a torturar y matar fue después del golpe cívico- militar en 1964.

¿Por eso la policía funciona con esa lógica de guerra?
En la dictadura de 1964 las policías se subordinaron al poder y con la proclamación de nuestra Constitución, para que fuera más libre en otros temas, no hubo una transformación de sus estamentos. La dictadura de 1964 no inventó la tortura, ni el asesinato extrajudicial, porque esa es una práctica histórica, pero hizo de eso una política de Estado. La idea de que estamos en una guerra y, por lo tanto, el sospechoso es mi enemigo y debe ser eliminado, es una concepción bélica muy congruente con la historia de la policía militar. Estructuralmente, la idea de la guerra permanece viva, y hay una triple autorización para la tortura y las ejecuciones extrajudiciales: del gobierno, del ministerio público, y de la sociedad, que en su mayoría naturaliza ese proceso. Entre el 2003 y el 2015, murieron 11.340 personas en operaciones policiales realizadas en el Estado de Río de Janeiro. No todos por ejecuciones extrajudiciales, pero probablemente la gran mayoría. Lo peor, es que no podemos saber, porque no hay investigaciones judiciales.

¿El ministerio Público no tiene las herramientas para investigar?
Tiene las herramientas, pero no las ocupa. La policía civil tampoco investiga.

La sociedad parece respaldar este actuar de la policía. Hay encuestas que dicen que muchas personas están de acuerdo con la frase “bandido muerto, bandido bueno”.
Si no son cómplices directamente, lo son por omisión, por silencio. El número de personas que acepta la violencia policial es muy alto.

Todos estos problemas no pasan cuando se trata de la vida de un blanco.
Si ocurriera una ejecución de un blanco de clase media sería un escándalo y habría investigación.

¿Hay un genocidio de la población negra?
Fui el primero en Brasil en decir que acá había un genocidio de la juventud negra, en los años 90. Hoy es un concepto muy empleado. Nosotros necesitamos de más policías, pero también de más políticas sociales. En muchos territorios vulnerables, algunos grupos de traficantes pequeños dominan toda la población. Muchos no son violentos, se criaron en la favela y conocen a todos, los respetan, pero también saben que en última instancia su poder está sustentado por el uso de las armas. Los que enfrentan el poder terminan muertos o torturados de formas horrendas. No se puede admitir que en un Estado existan gobiernos paralelos. Eso se hizo más patente y peligroso con las milicias.

¿Qué son las milicias?
Son grupos de policías y expolicías, muchos de los cuales eran socios de los traficantes. A ellos se les ocurrió que sería interesante desplazar a los traficantes y quedarse en su lugar, pero no solamente para vender droga, sino que para aparecer como los defensores de la seguridad, para luego cobrar impuestos a la comunidad por esa labor. Posteriormente, descubrieron que podían hacer mucho dinero si cobraban por todas las operaciones económicas que se realizaban dentro de la favela, desde el transporte hasta el valor que se cobra por el suelo. Comenzaron a actuar como las mafias y los que se resistían eran asesinados. Podría decirse que las milicias dominan más mercado que el narcotráfico.

¿Cuáles son los negocios que dominan?
El gas, la luz, la televisión por cable, el suelo, el comercio local, el transporte, todo. Económicamente este negocio es muy simple para los milicianos, y sin riesgo. Para tomar un territorio, ellos usan a la policía oficial. Piden una intervención, la policía llega y arresta a los criminales, y luego los milicianos se quedan con el negocio.

¿Tienen poder político?
En un comienzo, ellos sólo hacían acuerdos con los políticos, pero después entendieron que ellos mismos podían convertirse en eso. El gran golpe a las milicias fue en el 2007, el delegado Claudio Ferraz investigó los casos y arrestó a casi 800 personas. Mostró cuan grave es la criminalidad miliciana, de tal modo que las autoridades no quisieron aparecer más al lado de ellos. Eso develó la profunda relación que había entre el crimen, la policía, y la política.

Esa es la temática de Tropa de Elite II.
Yo escribí ambos libros y estuve vinculado también a los dos filmes que se transformaron en los mejores sucesos de audiencia en la cinematografía brasileña. El tema central de Tropa de Elite II son las milicias, y al final el protagonista termina diciendo que es preciso acabar con la Policía Militar, que esa es la única posibilidad de terminar con la corrupción. Lo que generó aquella película fue muy importante. La gente comenzó a entender que los enemigos no eran los narcotraficantes, sino que la propia policía. Por primera vez, la agenda política se estaba invirtiendo, pero súbitamente el Estado arremetió en contra de aquel discurso. Dos meses después del estreno, la policía invadió el Complexo de Alemao, un conjunto de favelas, que durante diez días estuvo cercado de agentes matando jóvenes que supuestamente se dedicaban al narcotráfico. Fue una operación mediática, donde el Estado aparecía conquistando a las fuerzas del mal. José Padilha, que es el director de ambos filmes, me llamó y me dijo: ‘Luiz, ellos están haciendo Tropa de Elite III’. Comprendimos que todo eso se había armado para cambiar nuevamente la agenda: fue un gran teatro del bien contra el mal.

¿Qué características tiene el narco en la favela?
Brasil es una región de pasada de droga para Europa y otros mercados. Siempre que un país se dedica al tránsito, termina también por ser un país de consumo. Brasil tiene miles de pequeños microtraficantes y no hay una concentración que garantice mucho dinero para una persona. Algunos en las favelas se volvieron ricos, pero son pocos, y mueren muy jóvenes. Los que sobreviven quedan presos. No hay en el tráfico de cocaína y marihuana grandes empresarios, pero hay mucha gente que hace dinero por el tránsito y hay pequeños vendedores, pero nada espectacular.

¿Son ellos los que siempre terminan muertos o en la cárcel?
Nosotros tenemos la cuarta población carcelaria más grande del mundo y la que crece más rápidamente desde el 2002. El problema es que tenemos las prioridades invertidas. Hay una relación perversa entre la ley de droga y el modelo policial. La Policía Militar es la que está en las calles, día y noche, pero constitucionalmente está impedida de investigar. Solo puede arrestar a una persona en flagrancia. Si son presionados a producir, ¿cuál es la producción de los policías? Obviamente, los presos por drogas, porque es el delito más fácil de fiscalizar, especialmente en las favelas, que pueden ser invadidas a cualquier hora.

¿Cómo se puede cambiar esa lógica?
Hay que cambiar la policía, desmilitarizarla, actualizar la ley de drogas, y tener conciencia que la prisión debe ser aplicada sólo en caso de violencia. Si tuviéramos una masa de policías respetando la legalidad y los derechos humanos, sintiéndose orgullosos por ser respetados por eso, se generaría un ciclo virtuoso, porque el mayor obstáculo a la corrupción es el orgullo profesional. Si eres querido y respetado por la comunidad, no cambias eso por cinco dólares. Es necesario un proceso civilizatorio.

*Investigación posible gracias a una residencia en Casa Pública, proporcionada por Agencia Pública de Río de Janeiro.

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