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Mundo

18 de Agosto de 2016

La columna que le saca la chucha a la generación de los “buenos”, esos veganos antitodo

"El bueno se siente bueno porque no usa pitillos, porque organiza un trueque de ropa usada, porque protesta contra cualquier iniciativa pública, porque no come mamíferos, porque compra lechugas orgánicas, porque sabe cómo se llama su portero o le baja las sobras cuando pide comida a domicilio (...) Estos buenos no suelen estar dispuestos a sacrificar un ápice de comodidad, solo les interesa intervenir la fachada para verse más educados, más progresistas, más relajados y más “comprometidos con el medio ambiente”.

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23 de Mayo del 2015 / SANTIAGO  Con una calavera dibujada en su rostro y un cartel en sus manos, un hombre se manifiesta previo a la marcha contra la empresa Monsanto, organizada por el Colectivo Ecológico de Acción y otras nueve organizaciones ecologistas.  FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE / AGENCIAUNO

“La frivolidad de los buenos” se titula la columna que Melba Escobar escribe para el medio electrónico El espectador. En ésta, enarbola la tesis de la generación de los “buenos”, aquel grupo etáreo comprendido entre los 20 y 30 años, que por lo general no come animales y se opone a todo.

“Hoy en día los jóvenes suelen ser veganos, petristas, antiminería, anticapitalismo, antiglobalización, antitaurinos, antitransgénicos, causas y más causas que pululan en camisetas, pocillos, cachuchas, afiches, campañas publicitarias, redes sociales”, plantea Escobar.

Afirma que se trata de militancias de Facebook que “sirven para construir identidades más progres, fachadas de gente educada, pero muy desinformada”.

La columnista asevera que a esta generación lo que le “importa es el ruido y la furia, repetir hasta la saciedad una noticia que no han escuchado de primera mano, evadir cualquier pregunta que les aleje de esa comunidad de seres magnánimos y frívolos con sus vidas en Instagram y sus viajes en Facebook y sus noticias de Twitter diseñadas para mostrar una tendencia, una estética y, claro, como parte del decorado, también una filosofía de vida”.

Como para describir a este nuevo estereotipo, dice que “el bueno tiene hoy entre 20 y 30 años, lleva sacos de lana, tennis, gafas grandes de pasta que no necesita, pero que le hacen ver intelectual y está convencido de tener una misión en este mundo”.

Agrega que “el bueno se siente bueno porque no usa pitillos, porque organiza un trueque de ropa usada, porque protesta contra cualquier iniciativa pública, porque no come mamíferos, porque compra lechugas orgánicas, porque sabe cómo se llama su portero o le baja las sobras cuando pide comida a domicilio”.

“Estos buenos no suelen estar dispuestos a sacrificar un ápice de comodidad, sólo les interesa intervenir la fachada para verse más educados, más progresistas, más relajados y más “comprometidos con el medio ambiente” (…) Pero detrás de tanta bonhomía, se esconde una intolerancia militante y agresiva hacia el opuesto”.

“En un universo binario, donde lo bueno está determinado por eslogans escritos en letras mayúsculas y subrayados, en textos que no suelen tener más de un párrafo pero parecen capaces de explicar el sentido del odio y del amor, el desamor, el futuro, la futilidad de la política y la guerra, no es necesario entrar a complejizar, es aburrido, pensar en matices no vende, no permite hacer eslogans ni frases de cajón, esas tan necesarias en ese mundo binario de liviana bondad, sin mayores cuestionamientos, pero con certezas bien diagramadas, donde el comentario y el énfasis suele ser sobre la tipografía, no sobre el contenido. Quizá es inevitable abstraerse a este mundo donde la imagen y el eslogan tiene cada vez más peso que el pensamiento crítico. Lo cierto es que cada vez más, los buenos me parecen muy frívolos o los frívolos, demasiado buenos”, sintetiza.

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