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Cultura

24 de Agosto de 2016

Inédito descubrimiento: Pinturas rupestres habrían sido parodias al arte moderno

Un equipo interdisciplinario formado por arqueólogos, teóricos del arte contemporáneo y antropólogos visuales llegó a una reveladora conclusión luego de analizar –de manera crítica– obras emblemáticas del arte rupestre. No se trataría de simples representaciones imitativas de la realidad, sino de complejos juegos semióticos que se anticiparon a la crisis del futuro arte occidental. The Clinic conversó con los especialistas.

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Simpáticos renos que corren graciosamente por los prados. Manos estampadas sobre el muro con la aparente intención de dejar una huella en este mundo. Signos abstractos que agregan al cuadro un lúdico aire infantil. Es una de las clásicas obras rupestres que utilizaron como soporte las paredes de la Cueva de Altamira (ver Fig. 1). Desde su hallazgo en el siglo XIX la hemos atribuido a seres “rudimentarios” que intentaban recrear linealmente su entorno. Ingenuidad típicamente moderna, de acuerdo al estudio encargado por el British Museum a cinco académicos europeos, quienes habrían descifrado el verdadero contenido de este discurso pictórico. “Si el autor de esta obra hubiese podido dar título a su proyecto, éste probablemente habría sido ‘El naturalismo ha muerto’. Aunque tal vez esa literalidad hubiera atentado contra la propia estrategia discursiva del artista”, reflexiona el curador inglés Spencer Morgan, coordinador de la investigación y quien lleva dos décadas estudiando las relaciones entre culturas primitivas y arte contemporáneo. “Si observas la imagen con atención –prosigue Morgan–, se trata de un caótico conjunto de animales y signos que deambulan sin referencia alguna, incluso en direcciones opuestas. ¿Alguien puede ver ahí la representación coherente de un mundo que funciona? Por favor. Lo que aquí se nos está revelando es que ese mundo armónico no existe más que en la mente del observador, por lo tanto su representación sería igualmente ilusoria”, puntualiza.

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Fig. 1. Caos semántico en la Cueva de Altamira.

Isabel Koeman, antropóloga visual holandesa, reafirma esa apreciación a partir de las simetrías que ha detectado entre sus registros etnográficos y las nuevas artes mediales. “Ahora contamos con las herramientas conceptuales para descifrar toda esta complejidad, a la que habíamos mutilado con interpretaciones ancladas en el viejo paradigma renacentista, que ya no tiene sustento –nos señala Koeman–. Lo grave es que hemos reducido a ‘precariedad técnica’ ciertas narratividades paleolíticas que claramente responden a criterios estéticos, si bien alejados de todo preciosismo estéril”. Es el caso de las pinturas encontradas en la Cueva de la Pileta, en las cercanías de Málaga (ver Fig. 2). Parece tratarse de unos bueyes malamente dibujados, con trazos que apenas permiten recomponer la figura. Pero esa lectura ha sido superada. “Hoy podemos afirmar que este dispositivo visual está significando que el arte abstracto sólo sería un placebo lógico-discursivo ante la crisis de la expresión, pues aún la más confusa expresión de líneas y formas declina a lo figurativo. Así, toda idea purista de progreso es inviable. Los lenguajes crean sus propias redes de intercambio”, ratifica Koeman.

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Fig. 2. El arte abstracto como ideal inalcanzable (Cueva de La Pileta).

Una de las paradojas del arte rupestre es que, mientras más atrás nos remontamos en el tiempo, más reciente es la corriente artística con la cual parece dialogar. Según el arqueólogo belga Jean-Luc Papin, especialista en Prehistoria del Arte, esto se debe a que el arte contemporáneo nos ha vuelto a relacionar con el potencial originario de la psique humana, ese que el paso de la tribu a la civilización (esto es, del Mito al Logos) nos enseñó a ignorar. Eso explica que la arqueología ortodoxa confundiera con azarosos restos de sobrevivencia lo que en realidad eran instalaciones artísticas que en la Edad de Piedra ya recurrían al artefacto industrial, desde conchas marinas a puntas de flecha (ver Fig. 3). “Al reciclar un objeto funcional como material artístico, su potencial utilitario se volvía desechable, pero al mismo tiempo permitía sobrescribir los espacios cotidianos, haciendo finalmente ilegible la Historia como narración lineal”, razona Papin. “Tuvimos el Ready-made ante nuestros ojos y no supimos verlo –agrega Morgan–. Un ignoto pescador de los tiempos de Stonehenge ya sabía que un ‘objeto encontrado’ podía ser arte, pero no necesitó exponerlo en un museo: lo dejó donde estaba para evidenciar que la misma idea de crear un museo sería absurda, pues el motivo último de toda obra es el vacío sobre el que se sostiene la obra como tal”.

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Fig. 3. Artefactos industriales. Ready-made en las cavernas.

Nos reservamos para el final la que nos parece la conclusión más inquietante de este estudio, y es que algunos de los restos óseos humanos más antiguos, por la disposición espacial en que se hallaron, evidencian una temprana pulsión artística por parte de culturas homínidas que desarrollaron un arte físico, performático, en el cual la vida cotidiana no estaba separada de las “técnicas de lo sagrado”, citando a Mercea Eliade. Se llega así, excavando en la tierra y en el tiempo, al origen del arte total. “El mismo sentido de la performance queda en entredicho –expone Morgan–, en tanto ya implica la definición de una categoría aislada de ese rito multisensorial que es el arte físico rupestre, donde los lenguajes se expresan en simultáneo y es inútil jerarquizar los elementos de la escena. Sólo quedan los restos óseos que deja el ritual-vida, transformados por voluntad del artista en módulos simbólicos de memoria y olvido, reproduciendo la discontinuidad del universo para así recomponer la identidad cíclica del individuo que lo habita. Miramos y somos mirados. Cada muerto es también un potencial voyeur”.

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Fig. 4. Desde el arte y contra el arte: la magistral ironía del arte rupestre.

Si bien estos descubrimientos parecen acercarnos a nuevas concepciones del arte –y, por ende, de la realidad–, quedan preguntas por responder y el equipo de investigadores reconoce discrepancias respecto de algunas. Por ejemplo, en qué queda la categoría del “autor” como artífice de la obra. Para los cientistas sociales, es claro que ya no existe espacio para esa noción autoritaria: “La conclusión es que todos somos artistas, o nadie lo es. Tampoco existen más los curadores. Si lo piensas bien, ese sería el verdadero comunismo”, asegura la antropóloga Isabel Koeman. En el circuito artístico no están tan seguros. “El artista sigue siendo una figura irreemplazable dentro del colectivo, tal como el chamán lo es en la tribu –afirma Morgan–. Toda ritualidad colectiva necesita un mediador. En las academias de arte estamos muy tranquilos”, asegura.

Como sea, estamos ante la consagración, al parecer definitiva, de un arte vitalista que no le teme a la naturaleza fragmentaria de la experiencia humana, y que asume sin rodeos su carácter político al preferir el flujo de las formas a las formas establecidas, el cuestionamiento del lenguaje al lenguaje instrumental. “Ya deberíamos recoger el mensaje que nos dejaron estos John Cage de las cavernas –concluye Spencer Morgan–, y es que la utopía sólo puede ser concebida como un devenir efímero que deviene en sí mismo, como una permanente necesidad de lo innecesario. ¿No le parece fantástico?”.

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