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LA CARNE

29 de Agosto de 2016

La columna de Carolina Errázuriz Mackenna: “Por eso odio el afecto y soy devota del sexo”

Ahí dice que yo bailé o mejor, que “le” bailé -no me acuerdo- y entre la borrachera y los pitos quedé tan caliente como lúcida...

Por

carne

 

No sé cómo… No me acuerdo bien cómo lo logré, pero de pronto la presa saltó… O sea sí me acuerdo algunos episodios que mirados de afuera se podrán ver patéticos…

Y es que “la conquista”, tiene un innegable gustillo a patetismo, pero por fortuna una tiene mala memoria, o en mi caso, tengo buena memoria y me lo perdono. ¡Qué tanto! Hablé, hablé, hablé… O mejor dicho, dije el 100% de las verdades más brutales en talla, exageré mi personaje masculino en un 70% y me emborraché en un 80% de mi capacidad… Así llegó el galán hasta mi pieza… Ahí dice que yo bailé o mejor, que “le” bailé -no me acuerdo- y entre la borrachera y los pitos quedé tan caliente como lúcida… Había esperado tanto para estar donde estaba y con quien estaba, que torpemente intenté hacer lo que yo quería hacer… No quería tirar, no quería que me la metieran… Yo sólo quería con ese hombre estar abrazada, darme besos con lengua, tocarlo y que me tocara. Lo terrible es que para mí algo tan simple puede ser tan complicado… Y claro, si es que comienzo la arremetida con un baile (del que quiero reiterar nuevamente, no me acuerdo) está bien complejo que el hombre reciba de mi el mensaje “vamos de a poco” o “que rico es tocarse”… No ¡poh!… Bruta. Eso es lo que me pasa a veces, un bruterío que se acrecienta justamente cuando no quiero que me la metan… Que son pocas veces, la verdad. Por eso no tengo el maldito manual. Al final lo logro, pero con mal entendido de por medio, y con argumentos demasiado débiles como para ser creíbles. Es como si mi cuerpo se desbandara de mal educado que es. Definitivamente mi terapeuta diría (eso creo, porque el cabrón se fue de vacaciones) que cuando quiero ser cariñosa es cuando más imbécil me comporto. Pero claro, él no entiende aún que dentro de mi vive un macho gigantesco, con todos los códigos de macho mexicano de culebrones de bajo presupuesto… O sea que si uno pide cariño van a creer que una anda enamorada, que hay que tratar mal a la gente, que mientras más desapego mejor, que mientras más al fondo te la encajen más inmune una queda, que no hay que dormir con el hombre que tiraste, que no hay que llamar al día siguiente, que hay que mamarla antes que te la mamen… Resumen: hay que dominar la situación si no quieres que te aplasten como una cucaracha. Y todo lo anterior no sirve si simplemente quiero abrazar a un hombre. Porque hasta tengo que mentir, como lo hice esa noche cuando me preguntó si tenía condones… Tenía, pero como yo quería abrazarlo no pensaba en sacar el condón y mentí… “Pero cómo no tenis condones?”… “No, poh! No tengo…” “¿Y tú?”… “No, pero se supone que deberiai tener”… “¿Por qué?”… “Porque tirai ¡poh!”… “Si, pero no tengo”…

Y la rabia más grande conmigo es que yo, la reina de la verdad, usé la excusa más tonta para poder zafar. Lo maravilloso de mi noche es que mi abrazo llegaría igual y no porque yo haya logrado dejar de comportarme como una torpe, sino porque él de pronto, en medio de los atraques puso su mano en mi cabeza, me acarició el pelo, me dio un beso en la frente y se durmió. Roncó como un cavernícola el rato que estuvo en mi cama, pero de los dos la que se comportó más paleolíticamente fui yo. Como siempre. Por eso odio el afecto y soy devota del sexo.

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