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Opinión

1 de Septiembre de 2016

Gaspar Galaz, historiador del arte y amigo de José Balmes: “Los coleccionistas lo entendieron 40 años después”

Galaz conoció a Balmes en plena gestación del Grupo Signo y aquí cuenta, entre otras cosas, dónde lo escondió el 11 de septiembre de 1973 y cómo consiguió que el pintor regresara del exilio a fines de los 80.

Diego Escobedo
Diego Escobedo
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Usted fue muy cercano a Balmes desde los años 60.
-Sí. Lo conocí a través del artista Alberto Pérez, socio de Pepe, Gracia y Eduardo Martínez Bonati cuando acababan de fundar el Grupo Signo. Y nos hicimos grandes amigos.

Él era un hombre sin pelos en la lengua y muy llevado de sus ideas.
-Tenía un carácter difícil, pero finalmente terminaba cagado de la risa. Era muy inteligente, no hay nada que hacer: con un compadre inteligente está todo resuelto.

¿De qué solían hablar?
-Conversábamos de la Guerra Civil española, del sufrimiento, de los republicanos, de lo que significa ser catalán. Me habló mucho de su pueblo natal Montesquieu, del viaje en el Winnipeg a Chile, de cómo lo recibió Pedro Aguirre Cerda en 1939…

¿Cómo influyó todo el contexto social de los 60 en su manera de entender el arte? Porque la política fue algo importante en su trabajo.
-Lo que pasa es que Balmes, Gracia y Alberto Pérez, cuando le dan un giro al informalismo hacia el post informalismo, se meten de cabeza en la cuestión política –histórica y contingente– de América Latina, del mundo y de Chile. ¿Y qué pasó del 63 al 73? Ruedas de prensa, con televisión ya incluida a partir del año 66. ¿Tú has visto alguna conferencia de prensa para los artistas, últimamente? Ellos salían en las primeras páginas de los diarios. Estamos hablando de una actividad cultural, estética y política de marca mayor.

Que se acabó con el Golpe…
-Claro. Para el 11 de septiembre trasladé a Pepe y a otras personas en la maleta de mi auto, bien fondeados, a la embajada francesa. Fue muy triste ver cómo se desarmaba todo y llegaba esta manga de asesinos… De ahí, lo volví a ver en 1985 cuando viajó a Chile. Con Gonzalo Cienfuegos, le preguntamos si le interesaba quedarse acá. Y nos respondió: “¿Cómo voy a quedarme en Chile si tengo la ‘L’ estampada en el pasaporte? Ahora me voy a Francia y no vuelvo más”. Pero queríamos que volviera. Un día, nuevamente conversando con Cienfuegos y tomándonos unos buenos whiskies, dijimos: “¿Y qué tal si renovamos esta Escuela de Arte (de la UC), que se está muriendo?”. Entonces, invitamos a Brugnoli, a Samy Benmayor y a Alberto Pérez a hacer clases. “Pero nos está faltando una pieza”, me dice este compadre. “Balmes y la Gracia”. “¿Cómo lo hacemos, si vive en París?”. Fuimos a hablar con el vicerrector académico de la Católica, Juan Antonio Guzmán, para que lo contratara. Y vemos que se empieza a poner un poquito pálido y nos dice: “¡Par de hueones! Son todos comunistas, cómo se les puede ocurrir”. Y le dijimos “no, se trata de la Católica, una institución académica, no queremos hacer proselitismo”. Estuvimos una hora hablando. Al final, él dijo: “¿Saben qué más, par de hueones? Vamos a hacer lo siguiente: a la primera cagá que quede a nivel político en la Escuela, me dejan las seis bolas aquí en el escritorio. Y no es hueveo”.

¿Les costó convencer a Balmes?
-Llamé a Pepe esa misma noche para comunicarle que había sido contratado por la Escuela de Arte y que por favor volviera con la Gracia. Y desde el otro lado del teléfono recibí una cantidad de epítetos: “Mire, mijito, estoy bastante embrutecido, no me venga a huevear a esta hora de la noche, acá en París es más tarde que la cresta…”. “Pepe, es que es verdad”, le digo. “Me estás hueveando, qué va a ser verdad, me echaron de la Chile por comunista y me van a contratar en la Católica, tú estás enfermo”, me dijo. Bueno, a los seis meses estaba de vuelta con la Gracia y entró a trabajar durante veinte años como docente. Y fue el profesor más brillante que ha pasado por la Escuela de Arte de la Católica, un compadre que tuvo un sentido de cercanía con los alumnos gigantesco.

Balmes trabajó mucho la épica de la izquierda durante el exilio. Pero en los últimos años termina desencantado de la política en general.
-Yo creo que estaba muy cansado. Porque el compadre era un luchador, que iba más adelante que el partido y sus estructuras. Y también iba más adelante con el arte, igual que Alberto Pérez, quien participó en tomas de territorio y se fue al frente de guerra. Balmes de alguna manera casi hizo eso, pero prefirió quedarse en el taller, y ahí creó todo lo que creó. Y al final, se fue retirando hacia su propio mundo, el taller.

¿A qué se debe que gran parte de la obra de Balmes esté en manos de privados y no en museos o galerías? Por ejemplo “No”, una de sus obras emblemáticas, está en un edificio del barrio El Golf.

-La obra de Balmes, que es gigantesca, estuvo guardada en bodegas mucho tiempo durante la dictadura. Y en los 60, yo te diría que, si vendió un cuadro, fue mucho. Del 73 para adelante estuvo en Europa, allí debe haber vendido otros tantos. Finalmente, Balmes apareció en el circuito de los grandes coleccionistas estos últimos siete años. Pero antes, nada. Que esté esa obra en un edificio se explica por la locura del mercado, de los coleccionistas, que después de cuarenta años entienden ese maravilloso trabajo pictórico. Una cosa parecida a lo que pasó con Van Gogh, y otros tantos artistas.

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