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Opinión

4 de Septiembre de 2016

Columna de Raúl Zurita: Felicitaciones Manuel

Al negarle el Premio Nacional a un poeta de la jerarquía de Elicura y al pueblo que junto a él se expresa, no solo se comete una injusticia literaria, sino que se le continúa entregando a la represión, a la policía, a los grandes intereses que Manuel Silva Acevedo conoce bien como publicista, lo que solo puede resolverse con la admiración mutua, con el reconocimiento de lo que somos, con la sanción de la belleza. Es esa posibilidad perdida y lo que simbólicamente ello significaba lo tremendamente penoso de todo esto.

Raúl Zurita
Raúl Zurita
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Me apena contestar las recientes declaraciones de Manuel Silva Acevedo, pero, bueno, lo haré por un par de detalles. Apoyé frontalmente, con una convicción absoluta, a Elicura Chihuailaf para el Premio Nacional de Literatura, y aunque Elicura y su gran poesía están muy por encima de este premio, y esto no lo roza en absoluto, yo no tengo el más mínimo problema de ser en ciertas ocasiones un pésimo perdedor.

Silva Acevedo se pregunta si cuando digo que el jurado que lo eligió era además de correcto, gris y predecible, estoy insinuando que su premio estaba arreglado. No, yo no insinúo, eso se lo dejamos a “los artesanos de la palabra” como en un arrebato de cursilería él definió a quienes escriben poesía; yo digo. Dije entonces que era un jurado correcto, gris y predecible no porque el premio estuviera arreglado (era un jurado correcto y, francamente, eso habría sido lo de menos), sino por algo mucho más grave, mucho más crucial: es por haber perdido la oportunidad histórica de reconocer, y hacerlo en nombre de Chile, la creación poética más alta; aquella que le pertenece a la creación de un pueblo, del pueblo mapuche, a su cosmovisión, a su historia, y que encarnada en la voz de Elicura Chihuailaf, abría una maravillosa posibilidad, mínima, apenas una línea de luz, de la que estuvimos cerca y que se ha perdido.

Eso es lo que lamento, no el que lo haya obtenido Manuel Silva Acevedo, a quien en otro medio saludé. No es entonces la extraordinaria poeta Carmen Berenguer –el balazo que le tira nuestro reciente Premio Nacional a título de nada es la mansalva pura– la que saca “el hacha de guerra”, el “tomahawk” de los indios norteamericanos, como dijo con un indisimulable sesgo racista una jurada (quien la delata es el mismo Silva Acevedo), sino que es la miopía de no ver más allá de sus ombligos, de sus estúpidos métodos de sacar tres papelitos con nombres, de su cortedad de vista, la que saca ya no el “hacha de guerra”, sino la gigantesca cuchilla podadora que deja sistemáticamente afuera a poetas mujeres como a la misma Carmen Berenguer, y que ahora se ha farreado la posibilidad de iniciar un diálogo con un pueblo que nos atañe crucialmente, no desde la burocracia, no desde las comisiones parlamentarias y su reiterados fracasos, sino desde lo mejor que tenemos que ofrecer: nuestras poesías, nuestras culturas, nuestras visiones y sueños.

Era ni más ni menos que eso lo que estaba en juego. Al negarle el Premio Nacional a un poeta de la jerarquía de Elicura y al pueblo que junto a él se expresa, no solo se comete una injusticia literaria, sino que se le continúa entregando a la represión, a la policía, a los grandes intereses que Manuel Silva Acevedo conoce bien como publicista, lo que solo puede resolverse con la admiración mutua, con el reconocimiento de lo que somos, con la sanción de la belleza. Es esa posibilidad perdida y lo que simbólicamente ello significaba lo tremendamente penoso de todo esto.

No estoy acusando entonces a quienes decidieron de deshonestidad, los acuso de algo mucho más irremediable: los acuso de no haber estado, y de no haber estado para siempre, a la altura de nuestra poesía, a la altura de lo que ella representa, a la altura de su aliento visionario e iluminado. No estuvieron a la altura del legado de Violeta Parra, de Pablo Neruda, de Pablo de Rokha. Ser un jurado de Poesía, así, con P mayúscula, en Chile, es abandonar lo correcto para optar por lo maravilloso, es dejar lo cómodo y esperable para optar por el sueño, por la posibilidad de lo imposible, es desterrar el vicio de la complacencia. Eso es nuestra poesía. Estoy consciente de que pedirle algo así a quien, fuera de una declaración altisonante sobre el lobby, parece no tener mucho más que aportar, es ejercer demasiada violencia. Pero al menos en el caso de estos jueces, esta falta de vuelo los exime de las acusaciones vulgares; se trata de incapacidad, no de comportamientos turbios o de oscuros complots. Y digo esto a pesar de la sorprendente comparación que, remitiéndose a 16 años atrás, Manuel Silva Acevedo hace de Ricardo Lagos con su jurada. Me imagino que seguramente lo dice por la antología y los prólogos que Ricardo Lagos me escribió y por la poca elegancia que, con todos esos antecedentes, tuvo al no inhibirse y ser parte del jurado, que el año 2000 dirimía el Premio.

Como sorprende la alusión al “tomahawk”, resulta penoso constatar su encono, y a estas alturas, contra Nicanor Parra acusándolo de ser poco generoso por no apoyar su poesía, tal vez no le gustó y eso sería todo, qué podemos hacerle, todos estamos expuestos. Pero los notables nuevos poetas que han surgido y siguen surgiendo en Latinoamérica saben que una sola línea de Parra post 90 o post 100 es más poderosa que camionadas de poetas bien habladitos, entre los que Silva Acevedo parece sentirse muy a gusto.

¿Pero sabes?, como nos conocemos hace más de 40 años voy a tutearte. En una cosa sí estamos de acuerdo: Rafael Rubio es un estupendo poeta, y lo es precisamente porque lejos de toda mediocridad, es capaz de llevar su estética al extremo, a la incorrección, a lo nuevo, cosa que no ronda mucho por casa, ¿o no Manuel?

Ah, y cómo no. Felicitaciones por tu premio.

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