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Opinión

6 de Septiembre de 2016

Columna: Defensa del rodeo criollo

En mi comuna (San Esteban, V Región) viven numerosos arrieros, que cuando retroceden las nieves en octubre llevan su ganado a pastar en las veranadas de la precordillera, con abuntante alimento de muy buena calidad. A comienzos de mayo, “bajan” el ganado y lo alimentan durante el invierno. Cuando uno sube por los cerros a […]

Jorge Stein
Jorge Stein
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rodeo

En mi comuna (San Esteban, V Región) viven numerosos arrieros, que cuando retroceden las nieves en octubre llevan su ganado a pastar en las veranadas de la precordillera, con abuntante alimento de muy buena calidad. A comienzos de mayo, “bajan” el ganado y lo alimentan durante el invierno. Cuando uno sube por los cerros a los pies del Aconcagua, puede encontrarse con más de un centenar de arrieros y un par de miles de cabezas de ganado pastando libremente.

Los arrieros son dueños de su ganado y venden los animales justos para sobrevivir austeramente durante el invierno. Así lo han hecho sus padres y abuelos, desde los tiempos de la Colonia.

Cuando se preparan para subir a la cordillera, los vecinos juntan todo el ganado (lo “rodean”), lo marcan, lo vacunan, y lo revisa un funcionario del SAG.

Es tradición que los arrieros corran un rodeo al subir, y otro cuando los animales bajan de la cordillera, antes de las nevazones, después de ganar peso para el invierno. Todos los participantes en el rodeo están poniendo su capital en juego. Lo último que está en sus mentes es dañar al animal.

Los novillos tienen una inteligencia y memoria sorprendentes. Recuerdan los rodeos anteriores, y saben cuándo tendrán que correr un par de vueltas por la medialuna, y después se van para la casa. Muchos son criados específicamente para esta tarea, musculosos, rápidos, y con gran tolerancia en las atajadas.

Como en cualquier grupo, algunos novillos quieren eludir su trabajo, y se echan al suelo o intentan saltar las paredes. Son animales ágiles. Para que continúe corriendo se le dan unas palmadas en la mejilla o un retorcijón de cola. Para un animal de 400 kilos, son estímulos apenas percibidos y no lo dañan, ni siquiera emocionalmente.

LOS HUASOS

Un par de décadas después de la llegada de los españoles, ya existía un número considerable de cabezas de ganado, que eran cuidados por los arrieros, los que recibieron el nombre de huasos, así como en otros países los llamaron gauchos o cowboys. Los huasos conducían y hasta hoy conducen el piño de animales, y sin duda lo harán por algunas generaciónes más. La cordillera y el campo son de ellos.

En esa tarea, ocasionalmente uno de los animales se arranca del grupo, y una collera de dos huasos “corre a atajarlo” y devolverlo al “piño”. Al poco tiempo esta actividad natural se convirtió en deporte para competir en la habilidad de los jinetes y sus caballos, entrenados en su trabajo del día a día.

En cada país los arrieros tienen una indumentaria y hasta una música propias. El country con su armónica, o las cuecas con guitarra, forman parte de la cultura social de los arrieros. Pero en nuestro país, la cultura huasa –la primera y única cultura criolla propia, nacional, símbolo de nuestro folklore– no sólo no es reconocida, sino que está sometida a rechazo y humillación. Si un huaso pasea en su indumentaria por los cerros de Valparaíso, de seguro todos se voltean a mirarlo y algunos se burlarán. Sólo los han visto en la tele.

Con el correr de los años ha evolucionado un Reglamento sumamente riguroso para los rodeos, considerando el maltrato como una de las faltas más graves que derivan en la descalificación de la collera. El Reglamento tampoco permite proselitismo o actividad política al interior de los clubes ni en los rodeos.

Los criadores de caballos corraleros finos tienen fama internacional. Hay numerosos criaderos que llevan generaciones produciendo los mejores caballos chilenos. La raza chilena es reconocida e inscrita como exclusiva del país. Ejemplares de alto valor son exportados a Argentina, Brasil, EE.UU. y otros países. La crianza de caballos chilenos finos sufriría un golpe mortal si se prohíbe el rodeo. Proyectos de alta inversión, centenaria antiguedad, generaciones de familias, se acabarían de un plumazo. La pérdida del valor-país es incalculable.

Los rodeos “laborales”, análogos a la Segunda Division del fútbol, son siempre eventos familiares. Semana a semana se juntan, en distintas medialunas vecinales, más de 1.000 corredores con sus familias completas y simpatizantes. Al cabo de un año, todos se conocen entre si. Los socios de los clubes federados suman unos 9.000 en todo Chile. Más que los de Colo Colo y la U juntos. Después del fútbol, es el deporte de mayor convocatoria en el país. Y los huasos que corren en los rodeos laborales pueden llegar a ser más de 50.000 de Arica a Magallanes. No sería difícil que un par de miles desfilaran a caballo frente al Congreso. No es prudente abrir otro frente de division en el país, en un tema de alto potencial explosivo e inoportuno, como ya se ha visto en las encuestas.

La cultura huasa está impregnada de valores deseables en toda sociedad. Los huasos son solidarios entre sí. Los mayores no se dejan botados, a los enfermos o discapacitados se les ayuda entre todos los vecinos. Su ética se basa en la palabra empeñada y desconfían cuando tienen que firmar documentos. El huaso es disciplinado y trabajador. Los huasos viven de la tierra. Es trabajo duro, dedicado y constante. El premio es comer sano y vivir de lo que se produce.

Prohibir el rodeo es un atentado y discriminación contra la propia etnia criolla, la más antigüa y la más auténtica de Chie. Resulta sorprendente que algunos sostengan que el oficio de arriero ya no existe. Les sugiero dar un paseo por la precordillera centro-sur, y se toparán con miles de arrieros.

Como en todo deporte, existe el riesgo de accidentes, cuya incidencia en los deportes ecuestres es menor que en la mayoría de los otros, aunque a menudo reviste mayor espectacularidad. El principal riesgo siempre lo corre el jinete. Los detractores del rodeo sólo se fijan en las esporádicas situaciones en que un novillo sufre un accidente. Consignemos que el riesgo de accidente para el novillo puede llegar a ser una costilla rota. Cuando se le “maltrata” es cuando el novillo, sin daño alguno, se echa, con la intención de eludir su trabajo. Una palmada en la mejilla, o un retorcijón de cola, bastan para que se levante y corra el par de vueltas que le faltan para irse a comer tranquilo. Cada carrera dura menos de dos minutos, y ningún novillo corre más de una vez.

El Novillo Triste: Está encerrado en un corral muy pequeño, es alimentado con suplementos de hormonas y estimulantes del apetito para aumentar su peso comercial. A los tres años de vida mutilada es “beneficiado” con su sacrificio para que sus trozos descuartizados lleguen a los supermercados, adulterados con colorantes y preservantes artificiales que deberían llevarnos a rechazar su consumo.

El Novillo Feliz: Pasta libremente en la precordillera, en grupos dispersos. Es muy reconfortante verlos correr y jugar entre ellos. Ver a las vacas parir naturalmente y criar a sus terneros durante el primer año. Ver como el imponente toro maneja el orden y protege sus privilegios en la manada. Al novillo feliz le toca correr dos veces al año. Come y es protegido a cambio de un par de carreras. Cuando el huaso debe vender un animal, éste ha vivido una vida plena y natural, y con su sacrificio nos alimenta en forma sana y limpia. Su carne no está disponible en los supermercados y es mucho más barata. Mejor que la gente no se entere.

La Vaca Feliz: Se pasea libremente por la cordillera, teniendo su cría y expresándose una ternura mutua sorprendente. Es parte de un grupo que la hace sentir segura, y está muy consciente del arriero que las cuida o conduce.

La Vaca Triste: Está acorralada en una hilera de producción de leche. Por adelante se la alimenta con hormonas y estimulantes, y entre las patas un aparato neumático le succiona los pezones. Es la leche que llega a los supermercados y que va a los quesos.

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