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Opinión

11 de Septiembre de 2016

Columna de Genaro Arriagada: Lagos y el cambio generacional

Amigo de Ricardo Lagos, DC, cientista político y exministro de Frei Ruiz-Tagle, Genaro Arriagada cree que la irrupción del expresidente es “un acto de consecuencia política”. En medio de las críticas por parte de las nuevas generaciones, fue uno de los primeros en defender el legado de la Concertación. Hace dos años declaró que una nueva “beatería” impedía “cuestionar a los movimientos sociales” y que en tiempos de demandas desbocadas, la función de la política era “fijar límites, señalar qué es y qué no es posible”. Un llamado al orden que bien podría hoy encarnar Ricardo Lagos. Aquí, Arriagada analiza lo que el primer candidato en carrera y la nueva generación de jóvenes, no pueden dejar de atender en este nuevo escenario. Sus dichos, aclara, solo lo representan a él.

Genaro Arriagada
Genaro Arriagada
Por

Ricardo Lagos

Una de las mayores tareas que Ricardo Lagos tiene por delante es abrir paso a una nueva generación para que asuma posiciones de poder. Imagino que él, ni en sus peores pesadillas, puede pensar que su próximo destino en la historia sea hacer una restauración conservadora, si por ello se entiende volver a instalar a aquella generación que hizo la transición y que ha sido la viga maestra de todos los gobiernos de la Concertación, y del actual también.

Chile necesita que en el próximo gobierno el promedio de edad no sea sobre 60 o 65 años, sino de 40 o 45. Me imagino que el expresidente tendrá la firme decisión de impulsar este cambio generacional. Algo similar a lo que hizo Frei Montalva y que Lagos, aunque parezca contradictorio, estaría en mejores condiciones para hacerlo. Entre las muchas razones para que esto suceda, es que la generación de la cual él forma parte ya pasó por el poder, ocupó todos los cargos y todas las dignidades. No sería sensato ni conveniente para el país que esta generación aspire a recuperar esas posiciones.

Asimismo, hay que saber leer los signos de los tiempos y el país, tanto como desea seguridad en los cambios, quiere una nueva generación en el poder. No tengo dudas de que Lagos así lo entiende, como creo lo entendemos todos los que analizamos la realidad chilena sin anteojeras.

Pero para facilitar este cambio hay que evitar plantearlo como una querella generacional, que ha sido, durante los últimos cinco años, el error de muchos de mi generación y de la mayoría de los jóvenes. De algún modo, eso se cristalizó en el maldito dilema de “Concertación versus Nueva Mayoría”. Decir que la Concertación está superada no significa decir que ella fue un error o un fracaso. Esto último, además de una injusticia, es una estupidez. La Concertación está superada exactamente porque en gran medida tuvo éxito -y un gran éxito- en las tareas que se propuso y es eso, no sus fallas, lo que obliga a plantear una nueva etapa, con nuevas ideas y con nuevo personal. El progreso en la humanidad, haciendo una paráfrasis de Ortega y Gasset, no significa que haya que partir por destruir la generación que me precedió sino subirme sobre los hombros de ella para mirar un nuevo mundo.
Pero para hacer ese cambio, como para bailar tango, se necesitan dos. Y los jóvenes, o al menos su expresión más estridente, que seguramente es una minoría, colaboran poco a ese cambio y están cometiendo muchos errores.
Sus propuestas políticas y sus acciones son criticables. Lo he dicho en otra parte: no califico sus intenciones, pero sus actos están generando malos resultados. La gratuidad universal, por ejemplo, en el actual nivel de desarrollo del país, es una política reaccionaria. Mucha rabia y pocas ideas, o ideas viejas que se sabían fracasadas.

Tal vez su más estridente fracaso ha sido su incapacidad para separar aguas con una violencia anárquica, para ser francos, de tono menor, pero muy desacreditadora. Desde luego con los “encapuchados”, pero no sólo con ellos, sino con los que destruyen la infraestructura de los colegios públicos o los que hacen actos tan repudiables como la agresión al rector de la UAH. A esos, la alcaldesa Carolina Tohá, valiente y acertadamente, los ha llamado “fascistas de izquierda”. Marx y Lenin los habrían estigmatizados como provocadores, aliados objetivos de la derecha, caldo de cultivo del fascismo y las dictaduras.

Hay un “revolucionarismo” pueril y, a veces, francamente patético. El cambio social es puramente agitación si no se expresa en propuestas creíbles y coherentes, motivadas por valores e ideales que sean técnicamente sólidas. Y en esta materia, el movimiento juvenil -al menos en su versión más estridente- está al debe, por no decir en bancarrota. Ciertamente merecen reconocimiento, porque con sus movilizaciones pusieron el tema de la crisis de la educación en la agenda. Este es su mérito innegable. Pero llegada la hora de influir en la solución, su aporte han sido consignas, eslóganes y se han transformado más en un escollo para las reformas que en un impulso coherente de ellas.

A mi juicio, urge un diálogo intergeneracional que debiera hacerse a partir de una premisa: la afirmación de que un sistema sin partidos, con alta abstención y con un rechazo a la política como una actividad noble y respetada, es el orden soñado por los conservadores y las derechas de todos los tiempos. A partir de esa premisa, tengamos una discusión implacable sobre las actuales fallas de los partidos, la democracia, su tendencia a devenir en oligarquías y discutamos soluciones concretas a males que son acuciantes. Y pongamos fuera del debate a los violentos, a los simplistas y consigneros.

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