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Opinión

13 de Septiembre de 2016

Columna: Este mismo mundo

Además de la afición al trago y a las carreras, además del disgusto por la política y la religión, el Pluto y el Nancho comparten una “felicidad de temperamento”, una “disposición al humor, al regocijo, al desmadre” propia de esas personas que no se agotan de ser ellas mismas ni cansan a los demás.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Sporting Club Viña A1

El Pluto y el Nancho, cuenta Agustín Squella, vivían la felicidad como gracia, no como conquista. Aunque el Pluto, ex jinete y actual peluquero en el Valparaíso Sporting Club, sea un cascarrabias y a veces diga que prefiere morirse. Y aunque el Nancho, hermano mayor del autor, se haya arrojado a las vías del tren a los 34 años.

En su libro “¿Es usted feliz? Yo sí, pero…” (2013), Squella había planteado que la felicidad se puede buscar, pero no construir; es algo que nos pasa o no nos pasa. La misma conciencia lo guía en “Hermano, no tardes en salir” (Lolita), un paseo por la vida de dos hombres que no tuvieron el gusto de conocerse, pero que en la memoria de Squella se reflejan el uno al otro. ¿Qué los une? Además de la afición al trago y a las carreras, además del disgusto por la política y la religión, el Pluto y el Nancho comparten una “felicidad de temperamento”, una “disposición al humor, al regocijo, al desmadre” propia de esas personas que no se agotan de ser ellas mismas ni cansan a los demás. “Ambos tuvieron la intuición de Albert Camus: en la vida no hay más que la vida”.

Sin ejercer de biógrafo, Squella deja fluir escenas y recuerdos para retratar a sus dos personajes y, de paso, entrometerse en sus respectivos mundos de pertenencia, que también conoce y recuerda. Así, cuando habla de Juan Frías González, el Pluto, a la vez pasa revista a una distinguida galería de personajes y tradiciones de la hípica, con especial atención a las costumbres deportivas y etílicas de los apostadores. Y si habla de Hernán Squella Narducci, el Nancho, evoca con él, además de un divertido álbum familiar, un paisaje viñamarino de mediados del siglo XX en que la vida de los hermanos se iba en esperar el camión de la Coca-Cola, usurpar el caballo del verdulero o alentar al club de fútbol del barrio, cuyos colores defendían héroes como el Pechuga Estay, el Tripa y el Cómo nos Peinamos. Se trata de una memoria privilegiada, pero afanada en rescatar aquello que fue vivido sin más conciencia que el tiempo presente.

“Ahora tomo todos los días”, reconoce el Pluto, hoy de 71 años. “Cerveza, vino, pisco, ron, whisky, toma de todo y en el orden que se lo pongan”, agrega Squella. Aunque corrió su última carrera en 1976, su presencia en el bar del Valparaíso Sporting Club no admite excepciones, y él se hace de rogar cuando lo invitan a reintegrarse a una mesa de la que acaban de echarlo. “Los mismos que lo critican por sus excesos con la bebida son los que lo invitan a compartir sus mesas –explica Squella–. Hay quienes son siempre bienvenidos, en cualquier circunstancia, como si nada más verles se creyera con fundamento que traen buenas noticias, y la buena noticia son ellos mismos”. El Nancho, hombre enamoradizo e inmune al frío, fue de la misma estirpe. Sin embargo, el 5 de junio de 1975 caminó de madrugada desde su botillería en el Cerro Forestal de Viña del Mar a esperar el tren que terminara con sus días. ¿Qué le ocurrió? Nada del otro mundo: unas deudas apremiantes, la fatal mezcla de juego y alcohol, algún amor perdido, la depresión que nadie advirtió a tiempo. Squella no dramatiza más de la cuenta, pero tampoco le busca consuelos poéticos al suicidio de su hermano, y esa falta de accesorios deja al lector sin defensas. Tras haber sido notificado de que vivir con gracia es posible y, más aún, natural, es obligado a hacerse cargo de que esa gracia se puede ir como llegó, y ahí también hay que saber estar.

Si su hermano Hernán se mató un amanecer para despertar de una pesadilla, Agustín Squella, en unos entrañables párrafos finales, cierra esta incursión por su memoria como quien se había dormido en una playa, despierta con el frío del atardecer y lentamente se reincorpora. Lúcido y entero, aunque también con ese abandono del hípico que es el último en retirarse del hipódromo, cuando las luces comienzan a apagarse y sólo queda el suelo tapizado de boletos que no acertaron su apuesta. Pero sobre todo, dando razón a Albert Plá, que en el epígrafe de este libro señala: “Si pudiera imaginar, crear otro mundo, imaginaría este mismo mundo”.

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HERMANO, NO TARDES EN SALIR
Agustín Squella
Lolita, 2016,
81 páginas

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