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Opinión

14 de Septiembre de 2016

Editorial: La autoridad está perdida

No es lo mismo el respeto a la autoridad que el sometimiento: sin lo primero no se puede vivir en comunidad, mientras que lo segundo ofende la dignidad humana. El corte, sin embargo, es complejo. Puede, por ejemplo, que el límite fijado por cierto grupo no coincida con el que les parecería aceptable a algunos de sus miembros: que bajo el argumento de la civilidad, algunos vean opresión. Cuando las decisiones de todos las toman muy pocos y sin consultar, hasta las soluciones cuerdas resultan inaceptables. Pero al mismo tiempo es evidente que no todo lo pueden decidir todos. Para evitar accidentes, aceptamos suspender toda deliberación frente a un semáforo en rojo.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-664

No es difícil constatar que vivimos una crisis del concepto de autoridad. A mí me ha costado largas conversaciones con mis hijos quinceañeros (14 y 16) explicarles que una decisión paterna no pesa lo mismo que una de las suyas, y que esto no significa que ellos valgan menos. Le he dedicado horas al asunto, pero no entienden, no están de acuerdo, y para dejárselos en claro, cambio mi tono de voz y ordeno. Aseguran que yo me convierto en un dictador macabro, pero ni aún así me hacen caso. Mientras grito, mi hija se lleva el dedo a la sien y lo gira como un destornillador. Una vez, terminada mi rabieta, preguntó: “¿Más tranquilo, loquito?”.
Cuando vi la imagen de esa niña mirando fijamente a los ojos de un carabinero de las fuerzas especiales, a pocos centímetros de su máscara de combate, pensé en ella. Esa foto de Carlos Vera ha dado la vuelta al mundo como testimonio de la fuerza contestataria de nuestra juventud. Lo que se olvida es que no estamos en medio de una tiranía. No al menos de esas que hemos conocido, donde los generales y los ricachones hacen impunemente lo que quieren. Hoy son ellos quienes están bajo la lupa, y otros los que apuntan con el dedo. Insultar a una autoridad ya no aísla, como cuando nació este pasquín, sino que da popularidad. Vean qué pasa en las redes sociales si le dan la razón a un paco en vez de aplaudir al que le pega una pedrada. Los estudiantes están entrando a patadas y garabatos en la oficina del señor rector, con una prepotencia de la que el rector adolece. He escuchado a profesores de escuela y universidad, de clase alta, media y baja, que lloran de impotencia. Les hacen bullying. Es cierto que es tarea del maestro ganarse la atención de sus aprendices –“quien de verdad sabe de qué habla, no necesita levantar la voz”, decía Leonardo–, pero si los alumnos no quieren aprender, si creen que lo saben todo, si escuchar es una vejación y apreciar es una deshonra… “¡¿Acaso me querís decir que ese viejo culiao cacha más que yo, conchetumadre?!”.
No es lo mismo el respeto a la autoridad que el sometimiento: sin lo primero no se puede vivir en comunidad, mientras que lo segundo ofende la dignidad humana. El corte, sin embargo, es complejo. Puede, por ejemplo, que el límite fijado por cierto grupo no coincida con el que les parecería aceptable a algunos de sus miembros: que bajo el argumento de la civilidad, algunos vean opresión. Cuando las decisiones de todos las toman muy pocos y sin consultar, hasta las soluciones cuerdas resultan inaceptables. Pero al mismo tiempo es evidente que no todo lo pueden decidir todos. Para evitar accidentes, aceptamos suspender toda deliberación frente a un semáforo en rojo. “En una sociedad, hasta las tareas más simples requieren que alguien influya sobre las conductas o el pensamiento de otros”, respondió a The Clinic la socióloga Kathya Araujo, autora del libro “El miedo a los subordinados”, a propósito de la dificultad que estamos teniendo en Chile para manejar el tema de las jerarquías.
Hace un par de días, apareció otra fotografía de la misma adolescente en la conmemoración del 11 de septiembre, pero esta vez, en lugar de mirar fijamente al uniformado, aparecía empujándole la cara con los dedos del medio levantados. No era el policía el agresor. El carabinero antimotines, seguramente, estaba más asustado que ella.
Una digresión final: cierto fenómeno nuevo está aconteciendo también en los medios de comunicación. Ya van dos
rebeliones de periodistas en contra de los dueños del medio: los de Chilevisión que protestaron en pantalla contra la expulsión de su jefe de prensa, y ahora los de La Tercera para reclamar contra el inserto en homenaje a los héroes fascistas de la dictadura. (¿Corresponde publicar cualquier cosa que se pague como inserto o el periódico debe discernir, el de derecha con mentalidad de derecha, el cristiano según su religión y el de izquierda en consecuencia con su ideología? La pregunta es incómoda.) En ambos casos comparto la causa de los sublevados, pero convengamos que se trata de fenómenos inéditos en el habitual sistema de patronaje chileno. ¿Quién decide en una empresa? A mí, el problema me entusiasma y las respuestas fanáticas me asustan. Para aquellos que habitan el territorio de la convicción, cualquier matiz ofende y enfurece.
No será tarea fácil para el progresismo nacional establecer los límites de la democracia a la que aspira. Sin esos límites, siempre se impone el más fuerte. El que grita más alto. Aquel que se siente por sobre la ley, y mejor que ella.

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