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Cultura

14 de Septiembre de 2016

La Nativitá, el cuadro que todos los mafiosos dijeron haber robado

La noche del 17 de octubre de 1969, y sin más tecnología que un tiptop, una de las mayores obras de Caravaggio fue robada del Oratorio de San Lorenzo, en Sicilia. Versiones del robo hubo por montones, pues los capos de la Cossa Nostra se pelearon por “confesar” su autoría. Conversamos en Palermo con el Príncipe de Raffadali, dueño del cuadro y del Oratorio, y que cada año conmemora el robo con una extravagante performance.

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La-Nativitá

Hace poco tuve el privilegio de viajar a Palermo. Ciudad maravillosa, mar estupendo, edificios que muestran las varias culturas que vivieron e invadieron esta isla: los árabes, los normandos, los españoles, los romanos, los griegos, los franceses. Casi todas las potencias pasaron en sus épocas por Sicilia, y por Palermo, su capital. Estilos, razas y mitos se mezclan dándole a esta ciudad un tono y una ambientación de verdad únicos. La población es muy especial; todos hablan en siciliano, incomprensible para el italiano medio, todos manejan como locos, todos fuman y gritan y ríen en las calles.

Mientras paseo por Palermo me llega una invitación a una muestra contemporánea en el místico y fiestero Oratorio de San Lorenzo. Frente a la entrada hay un pequeño antejardín con una fuente barroca y un naranjo. Ahí estaba la gente conversando, tomando vino tinto y comiendo de todo. Entro a ver la muestra en el Oratorio (bastante mala, la verdad), y al fondo de esta pequeña y alucinante sala, con una pavimentación bellísima de marmol azul, las paredes llenas de frescos y estatuillas de angelitos en estuco hechos por el estuquista más importante del barroco del 700, hay un cuadro inmenso y sobrecogedor: La Natività (La Natividad) de Caravaggio (1609). Una obra inestimable, entre las más importantes del último período de Caravaggio y la única que hizo durante su enigmática estadía en Palermo. No está ahí como parte de la muestra, sino de manera permanente. Y por cierto, no es la obra original, sino una réplica perfecta de uno de los cuadros más buscados por las policías del mundo, y que fue robado de ese mismo lugar hace casi medio siglo.

Conversando con los invitados, conozco al dueño material del Oratorio, que para mi impresión no son los curas católicos (dueños simbólicos, digamos) sino uno de los últimos príncipes sicilianos: el Príncipe de Raffadali, Bernardo Tortoricci, descendiente de los normandos que liberaron Palermo de los moros. Un señor cuyo árbol puede remontarse a 900 años atrás. Muy simpático, vanidoso y culto, el Príncipe me invita un vinito y me cuenta la historia del cuadro. “El original se lo robaron en 1969, la noche entre el 17 y el 18 de octubre”, me cuenta, pero lo que sigue sí que es original: “Todos los años, para la Navidad, hacemos una muestra como conmemoración del robo. La obra que se expone siempre se inspira, de alguna manera, en La Natività, y representa también las varias versiones que se dieron sobre dónde estaba el cuadro, o qué había pasado con él… Nunca más apareció”. No sé si entiendo bien. ¿Cada Navidad inauguran una muestra distinta para recordar el robo? “Sí, todos los años en esa fecha. Y después, para la noche del 17 de octubre, entramos varios al Oratorio, junto con el artista, y como performance nos autorrobamos la obra, a oscuras y con linternas. Es muy entretenido”.

Le sigo pidiendo informaciones sobre el tema. Cordialmente me invita, junto a otros pocos que estaban escuchando, al campanario del Oratorio. Ahí guarda el marco y el esqueleto de madera sobre el cual La Natività estaba montada la noche lluviosa en la que se la llevaron, cortando la tela con tiptop.

La primera versión de la comisión investigadora fue que el mandante del robo era un privado, un señor que mandó a unos ladrones bajo discreto pago y que, trágicamente, se presentaron ante él con la tela arruinada por la lluvia. El señor habría llorado abrazado a la tela despojada de su belleza.

Pero el cuadro no apareció, así que las investigaciones siguieron. Y después de años sin resultados, hubo novedades.

Ocurrió en el contexto del “Maxi Processo de Palermo”, el mega juicio contra Cosa Nostra que en Italia fue el evento más importante de la posguerra. Empezó el 10 de febrero de 1986 y terminó el 30 de enero de 1992. Hubo 470 acusados, 200 abogados defensores y se condenó a los mafiosos a más de 2500 años de cárcel sumando todas las penas. Durante el fatigoso y mediático proceso, surgió el tema del famoso Caravaggio desaparecido. Se les preguntó a muchos de los líderes del clan de Corleone y Brancaccio, y salieron tantas versiones cuantos fueron los interlocutores. No porque los capos mafiosos intentaran encubrir su responsabilidad en el hurto, sino al contrario: todos querían atribuirse la hazaña.

Luciano Leggio, “Lucianeddu”, el líder “sociocultural” de la mafia de Corleone, les contó a los investigadores que el cuadro se lo habían comido los cerdos de su granja, que él lo había robado como demostración del poder que ejercía y que por eso se lo dio a sus mascotas, a las cuales en general les daba seres humanos. El “arrepentido” Mario Mannoia (así llamaban los diarios a los colaboradores con la justicia) contó que el boss de los boss Totó Riina exponía el Caravaggio en importantes reuniones con otros mafiosos, a la cabecera de la mesa, exactamente detrás de él. Pippo Caló, el exponente del clan de los corleoneses en Roma, digamos el canciller de la mafia, aseguró durante el juicio que el cuadro había sido dividido en cuatro partes y cada una la tenía uno de los miembros de una familia rival de la zona, y que el robo había sido comisionado por otros dos mafiosos, Gaetano Badalamenti y Stefano Bontate (los que perdieron la guerra y murieron). Bernardo Provenzano, mejor conocido como Binnu u’ Tratturi (el Tractor, por como dejaba sus víctimas) dijo que el cuadro había quedado bajo las ruinas después del terremoto en el golfo de Patti, cerca de Messina, en 1984. Una versión más arrojó que el cuadro se usaba como alfombra.

Ninguna de estas versiones, algunas absurdas y otras menos, reveló la ubicación del cuadro. Bernardo Tortoricci, el dueño legítimo de la obra, nunca le creyó a ninguno. Como me dijo en el Oratorio: “La mafia nunca cuenta la verdad y, si lo hace, no la cuenta toda. Si la contara toda, no sería mafia y no habría de qué temer”.

¿Se habrá perdido el cuadro? Prefiero creer, y no es imposible, que por ahora lo tiene algún narco latinoamericano, algún rey árabe o jerarca ruso, y que algún día reaparecerá con su rara belleza. El FBI la tiene en su lista de las obras más buscadas. La policía italiana que investiga crímenes artísticos aún la busca tras más de 40 años de investigación, sin resultados concretos.

Bajando del campanario, le digo a Bernardo que hay que tener mucho sentido de la ironía para hacer bromas y hasta performances sobre el robo de algo tan importante, algo que para su familia era lo más preciado. Me responde con una máxima de los sabios italianos: “El gusto más difícil de la vida es el de no tomarse nunca nada en serio”.

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