Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar

LA CARNE

26 de Septiembre de 2016

La columna de Carolina Errázuriz Mackenna: “Yo sólo quiero ser una perra”

Yo no debería odiarme tanto a estas alturas, porque ya lo dije, soy un adicta, una insegura, una competitiva. Y deberé vivir con ese demonio, pero mi rabia más grande, no es por ser así, mi rabia es porque a veces me doy cuenta. Yo sólo quiero ser una perra. No una perra-buena-mala-buena. Eso me aturde y me cansa.

Por

carne

Cuando quiero a la presa soy -muy a pesar mío- mentirosa y ambigua. Odio confesarme esto, pero es verdad, porque en el momento en que mi ojo se posa en el animal, no escatimo, no ahorro, no cedo, no pido perdón, no considero, no escucho, ni veo. Quedo con la visión en un solo foco. Me gasto en la conquista y me dejo aplastar por los pequeños rituales de la caza. Que si me llamó, que si va a este o cual lugar, que si tiene chica, que si le gusta el vino, que si la tiene buena, que si me mira, que si me toca. Los días se me agotan en la misión de comérmelo. Ansiosa y obsesionada, me vuelvo y lo sé, tan patética como una mina de telenovela, pero lo que más odio de mí misma es que en esos momentos me vuelvo traicionera. Y en las ocasiones en que he logrado un poco de cordura y me he visto en busca de la presa, no me ha gustado lo que vi. Una mina desbocada, con un escote descomunal, con un humor insuperable, una risa encantadora, una mezcla perfecta entre chica punk y geisha, sin vergüenza a nada, con un manejo de la situación a todo evento y una desalmada llena de amor del bueno: En resumen, una perra mentirosa. Lo terrible de esto es que la técnica da resultado y logro, si es que afino muy bien la puntería, obtener el premio de la polla.

El drama viene después, cuando me he saturado del tipo y ya no sé que hacer con él. Porque en esta carrera, no soy yo la que anda corriendo, es la otra, la insaciable, la loca insegura que no tolera el rechazo, la soledad y la pena de despertar un sábado en la mañana si n un animal al que abrazar. La que se emborracha con llamados, mensajes de texto, salidas a comer, piropos obvios y repetidos, frases clichés y romance marca Village. Me odio, pero a la vez no lo puedo evitar. Soy una adicta. Que se jodan. Estoy enferma. Que se jodan.

Lo más intolerable no es mi enfermedad, que la reconozco, sino cuando llego a los pies de mi cama con el tipo que he estado cazando y no me gusta. Ahí se me va al carajo todo. Porque si el revolcón es un desastre, quedo en un estado de estropajo que no me lo perdono. Termino tomando un ravotril, que jamás nadie me ha recetado. Y vuelvo a punto muerto. Así pasó hace unas semanas: Anduve tras un animal de colección, lo descubrí en un cumpleaños de una amiga y quedé enferma. De la mano del acompañante del turno -es decir sin escrúpulo alguno- conseguí con la peor de las técnicas su número de celular. Me malogré el dedo mandando mensajes de texto y en unos días terminamos justo donde yo quería: borrachos en mi casa. Como siempre en estos casos, mentí. Fingí ser más perra de lo que soy, dejé a otro plantado por verlo a él y luego de tamaño trabajo de joyería, pues nada: No me gustó. Era más bruto, mujeriego, charlatán, pagado de sí mismo y torpe de lo que pensé. Pero claro -ahora lo sé- yo jamás pensé nada: la desbocada vio carne y partió detrás. Y ahí quedé, literalmente clavada.

Difícil pues zafar en un dos por tres luego de tanto entusiasmo y logré sacarlo de mi casa con excusas tontas, que luego extendí a los telefonazos posteriores. Es decir, de ser la mina más atinada, encantadora, caliente y accesible, pasé a ser una ambigua, complicada, frígida y ocupadísima mujer: Un asco. Yo no debería odiarme tanto a estas alturas, porque ya lo dije, soy un adicta, una insegura, una competitiva. Y deberé vivir con ese demonio, pero mi rabia más grande, no es por ser así, mi rabia es porque a veces me doy cuenta. Yo sólo quiero ser una perra. No una perra-buena-mala-buena. Eso me aturde y me cansa.

Notas relacionadas