Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

29 de Septiembre de 2016

Columna de Constanza Michelson: FAQ 101

¡Preocúpense cuando se empiece a hablar mucho de algo! Es lo que nos decía Michel Foucault advirtiendo que la represión está lejos de ser el único y mejor mecanismo de control. Porque plantear un determinado modo de hacer algo es también una cuestión política. Y si de algo hemos estado hablando estos días es de […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
Por

manuel jose ossandon

¡Preocúpense cuando se empiece a hablar mucho de algo! Es lo que nos decía Michel Foucault advirtiendo que la represión está lejos de ser el único y mejor mecanismo de control. Porque plantear un determinado modo de hacer algo es también una cuestión política. Y si de algo hemos estado hablando estos días es de pedagogía sexual.

Del polémico libro “100 preguntas de sexualidad adolescente”, editado por la Municipalidad de Santiago, dos asuntos son los que hicieron arder Troya: la erótica oral y anal. Aquellos orificios que oponen al mundo reaccionario, ese que teme que por la sublevación pulsional se les vaya al carajo todo el orden patriarcal en el que descansan, y los progresistas que pueden liberarse por que no tienen nada que perder.

Pero volvamos a Foucault, vale la pena sospechar de las dicotomías entre represión y liberación, y preguntarse por qué se habla tanto de algo, y qué se habla. Si partimos del presupuesto de que la sexualidad es siempre una cuestión política, podemos decir que en el libro aparecen al menos tres discursos. Primero, el del rol protector del Estado expresado en los contenidos sanitarios, la profilaxis de enfermedades y embarazos. Segundo, el gesto político de inclusión de la diversidad sexual, visibilizando a una población por mucho tiempo oprimida. Ambos puntos mayoritariamente aceptados, no fueron estas cuestiones las que encendieron la polémica. Fue sino el tercer discurso que se deslinda del libro el que nos puso a palabrear: aquel que coquetea con una especie de pedagogía erótica, específicamente ciertas recomendaciones sobre el ejercicio del placer anal y oral.

Si bien el senador Ossandón nos deleitó con la proyección de sus temores en una frase tan desafortunada – “el sexo anal no es sexo” – que sólo nos hizo pensar en como debió estar apretando el culo para no sentir deseo alguno; de todos modos quedaron algunas preguntas dando bote ¿es el Estado el que debe enseñar tecnologías de goce? ¿Es posible ubicar en el mismo estatuto cosas como enseñar a ponerse un condón, que recomendar el uso del semen para el cutis como Cleopatra?

Pero antes que esas preguntas surgió otro fenómeno, de pronto en cosa de segundos, toda la sociedad chilena – salvo Ossandón y sus amigos – apareció sexualmente hiper resuelta, el sexo anal estaría libre de tabús, y en cada baño habría una loción de semen. Mmmm, una cosa es reconocer que afortunadamente han caído muchos de los juicios morales sobre el sexo, ampliándose el espectro de prácticas aceptadas. Pero otra muy distinta es decir que la sexualidad es una cuestión neutral, que todos vivan de modo satisfactorio, desenvuelto y en igualdad de condiciones. Es de una hipocresía mayor plantearse con tal desenfado, ya que el mundo adulto sexual está lleno de escollos que tienen que ver con asuntos ideológicos y relaciones de poder. Sin ir más lejos que el ojo del huracán de la polémica – el ano- hay que decir que aún para el hombre heterosexual – incluso en parte del mundo homosexual – cierta disposición del sexo anal sigue siendo problemática, específicamente el ser penetrado. Cuestión por muchos aún asociada a la pasividad, fantasía primaria pero por varios reprimida. Por que el mundo sobrevalora la idea de potencia, el sujeto fálico y dominante sigue siendo el aplaudido, esa estructura del poder no ha cesado. De ahí que sea muy posible que muchos de los machos que saltaron a carcajadas con la declaración de Ossandón, al mismo tiempo hayan replicado el gesto del ojete apretado de éste. Por que sabemos que el hombre hetero se vuelve loco con un dedo en el culo, pero pocos serían capaces de reconocerlo en el club de Toby.

Mucha de la liberación sexual está escrita aún en la gramática del porno, y del porno mainstream. Ese sostenido en la dominación y el fetichismo – tomar el cuerpo de otro como trozos de carne – que cuando se toma en serio se parece demasiado a la violencia. La antropóloga Rita Segato llama pedagogía de la crueldad al entrenamiento de nuestro ojo por los medios, en que despojamos al otro de humanidad, que tal como el porno podemos reducirlo a objeto de nuestro goce, perdiendo la capacidad de empatía. Por ejemplo, cuando banalizamos el ver un suicidio o como en algún programa de TV se “rapiña” el cuerpo de alguna chica cosificada.

Esta lógica “rapiña” está presente en la narrativa sexual en que un cuerpo dominante transforma a otro en pedacitos, operación que no es exclusiva al mundo de la norma hetero, sino que es una ecuación del poder transversal en el sexo. Cuando fuimos testigos de la canallada de la filtración de los videos de los juegos sexuales adolescentes de “Naty” y “Fifi” por ejemplo, presenciamos la “rapiñería” de unos cuerpos sobre los otros, como si se hubiesen tomado la moral del porno demasiado en serio: así se goza, a pesar de otro. ¿Qué significaría educar en estos casos? ¿Recomendarles que repitan la performance pero forrados en plástico? Pues no, a veces la protección tiene que ver con ser capaz de reconocer cuánta sexualidad es soportable en determinado momento de la vida.

Y si para los adultos la cuestión de lo soportable toma caminos con obstáculos y tiempos disímiles, es al menos un simulacro moral suponer que los adolescentes pueden hablar y hacer de todo de modo desenvuelto. La adolescencia es un momento en que se carece de piel, se bota la caparazón de la niñez, pero se requiere un buen tiempo para recubrirse de otra (Dolto). Es un tiempo de mucha exposición y vulnerabilidad. Con esto no digo que no haya que responder sus preguntas, que de todos modos están a un click. Pero otra cosa es transmitir un semblante de la sexualidad como si ésta fuese algo neutral, como si todos los chicos fuesen Cleopatra. Lo cierto, es que algunos se ubicarán en posición dominante, otros tendrán la ansiedad feroz por el rendimiento, otros se sentirán obligados a someterse a hacer lo que no desean, a ser rapiñados. Y resolver eso no tendrá que ver con la pedagogía sanitaria ni erótica. Tiene que ver con algo que hoy parece darnos pudor a los adultos: permitirse admitir que no todo es soportable en uno. No todo lo que parece libertario da libertad.

Hay que reconocer que el libro tiene más aciertos que lo contrario, pero le faltó la pregunta 101: ¿a qué género pertenece el porno?. Pues -aunque lo olvidemos- a la ficción. Y como tal se puede disfrutar con humor, que como toda ortopedia para acompañar nuestras fantasías nos permite gozar sin amenaza ahí donde la piel en cierto momento no nos alcanza para la realidad. Quizás tal lección es la que le debemos a los nuevos para que puedan descansar: no hay por que replicar en casa todo lo que se ve, ni menos tomárselo en serio. No ser un porno star es más que aceptable.

Notas relacionadas