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Opinión

4 de Octubre de 2016

Diario de un puto: Violados por el diablo

"Cuando era evangélico sentía una atracción contradictoria, silenciosa por la figura del diablo. Me decían que “él” podía vivir en mi corazón, tomárselo como su hogar. Pero yo creía percibir que había gente a la que le gustaba compartir su cuerpo con el diablo".

José Carlos Henríquez
José Carlos Henríquez
Por

Diablo 3

Se supone que las cosas más malas tienen que ver con el diablo, pero también las más placenteras. Una puta antigua me contó una vez del diablo que violaba mujeres en el pueblo donde ella creció. Que varias de las violadas terminaban convirtiéndose en putas y se venían a la capital. Ella misma, de hecho, había sido violada por el diablo. No lo contaba con detalles, pero tampoco se incomodaba con la confesión.

La posesión sería una violación diabólica. Una energía oscura se apodera de tu cuerpo y genera contorsiones que pueden verse terroríficas, pero se sienten excitantes. Cuando era evangélico sentía una atracción contradictoria, silenciosa por la figura del diablo. Me decían que “él” podía vivir en mi corazón, tomárselo como su hogar. Pero yo creía percibir que había gente a la que le gustaba compartir su cuerpo con el diablo. Las posesiones no siempre eran involuntarias. Esta idea me persiguió hasta el punto que yo mismo empecé a soñar que el demonio me poseía. Me acuerdo de la alta temperatura de mi cuerpo, contorsionándose como en una coreografía nerviosa. Me veía poseído en un acto de desdoblamiento y en cámara lenta comenzaba a flotar sobre el suelo. Sonaban mis huesos, mi columna tenía una flexibilidad circense. La posesión era terrorífica en primera instancia, supongo que muy condicionada por las películas de terror que he visto. Pero la sensación era puro éxtasis. En todos esos sueños la primera impresión era el terror y después el éxtasis. Descargas eléctricas en distintos rincones de mi cuerpo que me generaban espasmos muy placenteros. Sentía ganas de masturbarme pero masturbarme no era suficiente y las contorsiones eran cada vez más, la temperatura, la humedad, todo aumentaba hasta su punto cúlmine, cuando despertaba con mi ropa interior, la almohada y las sabanas empapadas de sudor.

“En mis sueños fui violado por el diablo”, le dije una vez a un cliente. Él insistía con que yo soy inviolable. Inviolable por desear ser violado.

Ahora que las historias del diablo me significan pura fantasía cristiana, me he dedicado a imaginar otras posibilidades de esa “figura del mal”. Si hubiera algo similar a un diablo en mi imaginación, tiene directa relación con el deseo y la rabia, sin moralizarlo. A mis 16 años, cuando aún creía en Dios, me juntaba con hombres mayores que contactaba por un fono gay erótico. Sentía un ardor en mi pelvis y me iba desde La Pintana al centro de Santiago para tirar con los desconocidos. Cuando volvía a casa, ya al oscurecer, solía sentirme obligado a pasar por la iglesia. Las predicaciones me resultaban terribles, sentía que Dios me hablaba y que merecía un castigo. Pero a la vez, era la forma de tranquilizarme. Había permitido que el diablo me “impulsara” a hacer todas esas cosas: fue el diablo, no yo.

Cuando entendí la figura del diablo en nuestra sociedad cristiana, decidí tatuarme una boleta de talonario en la espalda. En el rectángulo del precio dice 666. Algunos clientes creen que soy satanista y que creo en el diablo como ellos en Jesucristo. Entonces algo en esa perversión les parece excitante: la hermosa metáfora del deseo como un demonio, una fuerza sobrehumana, placentera y terrorífica. La mítica tentación. Y quienes hemos probado el éxtasis del diablo, podemos decir que en él no hay nada de maldad.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

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