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Opinión

13 de Octubre de 2016

Editorial: La izquierda escondida

La foto con Guillier vale más que la con Lagos, ahora resulta que ninguno es gobiernista y Bachelet, hasta hace poco “monedita de oro”, es considerada casi tan indeseable como el logo de un partido. Nada de esto acontece al nivel de las ideas, todo al nivel de las imágenes, de los pequeños intereses, de cómo va cada uno en la parada.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-668

Da la impresión de que la izquierda chilena está jugando sin mostrar las cartas. Los jóvenes se ven con los jóvenes y los viejos con los viejos. Los primeros despotrican contra los segundos por aquello que no hicieron, y los segundos se quejan de que esos recién aparecidos no conocen la historia, que no vivieron la dictadura para ver de dónde venimos. Lo mismo decían los pinochetistas cuando un joven les reclamaba y ellos recordaban la UP, sólo que mataban gente mientras se justificaban así, y hoy Chile dista mucho de ser un infierno. Bachelet asumió el gobierno entre gritos de dolor por una enfermedad no claramente identificada. Y todo sucedió al ritmo de la emergencia. Creo percibir en los últimos días un giro profundo en ese tono. La doctora dejó el pabellón de Urgencia para atender a los pacientes en recuperación. No sé si será obra de sus nuevos asesores comunicacionales, o de la primavera que vio despuntar el ministro de Hacienda, pero incluso mientras se dan a conocer los más de ochocientos casos de niños muertos en el SENAME -algunos ahorcados, es decir, muertos de desesperación-, pareciera que los aires calamitosos estuvieran siendo reemplazados por otros más apacibles y equilibrados. Quizás se deba a que las últimas noticias del barrio han opacado en intensidad nuestras alharacas. Hasta los empresarios parecen aburridos de encontrarlo todo pésimo, más después de saberse que algunos de sus magnates están recibiendo utilidades inéditamente grandes. El desempleo no terminó de dispararse nunca. El país no está bullante –ningún país de América Latina lo está- y ha dejado de ser la novedad milagrosa del continente, pero mientras ajusta sus nuevas demandas, mienten los que hablan de derrumbe. Hay algo que termina, eso sí: la unión de la izquierda. El Partido Comunista se fusionó con la Concertación en los mismísimos momentos en que la izquierda joven irrumpía. Podríamos incluso considerarlo un acto de lealtad histórica. ¿Qué separa a los jóvenes de los viejos, más allá del aspecto, las experiencias y la edad? ¿Se ha puesto acaso sobre la mesa el proyecto que cada uno defiende? ¿O el juicio es sólo sobre el pasado que unos tienen y otros no?
Ya está claro que no se trata de que unos absorban a otros, pero aplastarse mutuamente sin antes intentar un plan común y realista, sólo revela que los egos están por sobre el país. Al interior de la Nueva Mayoría los quiebres son otros, pero por el estilo: el PPD ya dijo que elegiría a su candidato por las encuestas, transparentando que se trata de un partido miserable, alguna vez instrumental en la lucha por la democracia y a estas alturas simplemente instrumental para intereses con nombre y apellido. La foto con Guillier vale más que la con Lagos, ahora resulta que ninguno es gobiernista y Bachelet, hasta hace poco “monedita de oro”, es considerada casi tan indeseable como el logo de un partido. Nada de esto acontece al nivel de las ideas, todo al nivel de las imágenes, de los pequeños intereses, de cómo va cada uno en la parada.
La izquierda chilena, habitante del arco cultural más extenso de la política nacional, de atreverse a mostrar sus cartas, sus convicciones y descreencias, sus logros y sus deudas, sus deseos y sus renuncias, lo que considera vigente y lo que caducó, podría protagonizar la discusión más provocadora y moderna del progresismo latinoamericano.

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