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Opinión

17 de Octubre de 2016

Cheto Castellano, el chileno más under del planeta

El colectivo artístico Sin Kabeza se compone de cuatro integrantes: Cheto Castellano, su pareja Lissette Olivares, una perrita y un mapache. El 15 de octubre presentarán en la NGBK de Berlín su nueva muestra, enfocada en la arquitectura multiespecie. Tatuador, rehabilitador de venados y ardillas, estudiante de chamanismo, Cheto Castellano nació en Pelarco hace 45 años y a los 31 emigró a Nueva York, desde donde viaja seguido a India, China y Nepal. En 2013 publicó en The Clinic la crónica de su experiencia comiendo carne humana en Varanasi, a las orillas del río Ganges. Acá habla de otros rituales aún más fuertes de los que participó, de venenos alucinógenos, de los chanchos que tatuó en China y de sus propias modificaciones corporales. Desprejuiciado hasta el final, en nada se parece al activista que sermonea ni al místico que predica. Cuando alguien lo mira raro y le pregunta por qué esto, por qué lo otro, su respuesta es simple: por qué no.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

Cheto-Castellano

Vivía en Manhattan, pero se aburrió de los edificios apretados y las calles hediondas y se cambió a New Jersey, donde ardillas, venados y hasta un coyote deambulan por las inmediaciones de su casa. Antes, mucho antes, Cheto Castellano se había mudado de Pelarco a Pangue, cerca de Talca, donde pasó su niñez corriendo en un peladero lleno de liebres. Eso hasta los 12 años, cuando se vino a Santiago, a la comuna de El Bosque. “Fue feo, fue súper feo el cambio. En el campo no te das cuenta de que eres pobre. Te das cuenta en la ciudad, al estar en contacto con los que tienen. Y en vez de los potreros para correr, te encuentras con la propiedad del vecino”, cuenta.

Egresó con lo justo de cuarto medio y desde entonces lo aprendió casi todo solo, viviendo en distintas comunas de Santiago.

A los 31 años era un tatuador aburrido de su vida y partió a Nueva York, sin saber una palabra de inglés. Consiguió trabajo en Queens, en un gueto de latinos y afrocaribeños donde un coreano regentaba un local de tatuajes. Trabajó muy duro en ese oficio, que también le abrió las puertas en sus viajes por el mundo. “Lo interesante del tatuador es que en todos lados lo necesitan, hasta en la cárcel. Siempre hay alguien que quiere un tatuaje. Y te permite conocer mucho a la gente. En China me hice amigo de unos punkies chinos que no hablaban inglés, y yo no hablaba casi nada de chino. Pero les hacía tatuajes, tomábamos chelas y carreteaba con ellos. Era como estar con mudos, pero nos comunicábamos. Estás un rato con alguien y al final lo empiezas a leer, los gestos, cómo mueve las manos… Con el tatuaje también conoces a los dealers. No hay lugar donde a mí no me hayan regalado droga o no me hayan invitado a fumar. O entras gratis a las fiestas. Le debo caleta al tatuaje”, confiesa Castellano.

En paralelo fue creciendo su carrera artística, que lo ha llevado a mostrar sus trabajos –de los más variados formatos– en distintos países de Europa y Asia, además de Estados Unidos. En 2012 estuvo en Alemania invitado a la 13ª versión de dOCUMENTA, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo y que se realiza cada cinco años. Pero fueron sus largas temporadas viviendo entre Nepal, India y China las que le abrieron la cabeza y lo pusieron en contacto con el chamanismo y la naturaleza, su vocación más profunda. “Yo nunca me he sentido artista, nunca –aclara–. Lissette, mi pareja, tiene un currículum académico súper grande y ha sido clave para que mi trabajo sea tomado más en serio. Pero yo hoy me definiría como un estudiante de chamanismo, más que un artista”.

REHABILITAR ARDILLAS

¿Cómo una perra y un mapache pasan a formar parte de un colectivo artístico?
–Es que tenemos una coexistencia súper fuerte, y tratamos de tener una visión no antropocéntrica. Siempre la pregunta es “por qué estamos acá”, ¿no? Y yo creo que estamos acá por algo súper simple: para cuidar el entorno, para hacernos cargo de nuestro metro cuadrado. Eso te va haciendo entender al otro, sea perro, gato o planta. Y a medida que te involucras con esos otros, tu creación se vuelve participativa, porque pasa a formar parte de una coevolución con ellos. Por eso nos pusimos Sin Kabeza. Creo que nada puede evolucionar solo. Desde los gérmenes hasta nosotros, todo se está moviendo y está mutando en el mismo tiempo.

¿Cómo se llaman la perrita y el mapache?
–La perrita se llama Matsya. Cuando la encontré en la playa de Goa, en India, estaba cubierta de escamas de pescado, porque tenía dos meses y se alimentaba de pescados. Y en hindi, pescado se dice matsya. Después supe que además es el nombre de un dios. Y la chica, el mapache, se llama Mini, por la novia de Mickey, porque tiene cara de ratón.

¿Mini vive con ustedes?
–Sí, el problema es que tenemos que sacarle papeles. Acá es muy difícil tener especies salvajes. De hecho, para la próxima dOCUMENTA nos pidieron que postulemos un proyecto y parte de ese proyecto se llama “Amor fugitivo”. Porque ese amor ilegal que tú puedes tener con un mexicano sin papeles, también puedes tenerlo por un animal sin papeles. En cualquier momento pueden venir los de Animal Control y te lo quitan. No sólo te lo quitan, te lo matan. El otro problema es que tampoco se puede viajar con el mapache. Y son súper apegados a uno, no comen con otra persona, así que en este momento mi pareja y yo no podemos viajar juntos. A una exhibición va ella y a la otra voy yo.

Me contabas que ahora trabajan en la arquitectura multiespecie. ¿Qué es eso?
–Es una arquitectura orientada a una sociedad que no esté diseñada sólo para el Homo sapiens, y que busca en la naturaleza materiales que permitan desarrollar tecnologías de intercambio entre especies. Por ejemplo, cuando tú rescatas bebés de ardilla, en la transición del orfanato a la naturaleza es bueno que tengan un espacio que consideren propio, pero no esas casas cuadraditas que hay en el mercado. Entonces, lo que estamos investigando es hacer casas con hongos. Hay un tipo de hongo que puedes hacerlo crecer como una casa igual que madera: lo pones como paja dentro de un molde, lo dejas crecer, lo metes al horno y ya lo tienes. La gracia de este hábitat es que el hongo también es proteína, entonces dejas a la ardilla ahí en invierno y podría servirle de alimento. También le incorporamos unos cototos muy parecidos a lo que ponen en los muros para la escalada libre, pero en pequeño y con imitación de árbol para que ellas puedan subir y andar por la casa. Todo esto tratando de que sea estético, que no sea vea feo, que se vea bonito.

¿De dónde te nace la inquietud de rehabilitar ardillas?
–Nosotros empezamos a trabajar como rehabilitadores de animales en Alemania, cuidando un erizo de tierra. Seguimos con unos perros salvajes en India y de ahí giramos a las especies silvestres de América. Yo he trabajado en rehabilitación de venados y para mí eso es mágico. Y cuando te digo que no me siento artista es porque tampoco ando buscando donde exhibir. Afortunadamente hay gente interesada en lo que hacemos y nos invitan, pero si yo te dijera cuál es mi taller, mi taller es el bosque. Y también paso harto tiempo en The New Lab, un centro de innovación tecnológica en Brooklyn donde funciona un grupo que se llama Terreform One, con arquitectos y diseñadores de todos lados. Con ellos, por ejemplo, participamos en la creación de un criadero modular para grillos que además servía como hogar para refugiados, pensado para espacios y futuros con escasez de agua para producir comida.

¿Un criadero para grillos?
–Sí. Suena liviano, pero se trata de cómo sacar proteínas. Ese proyecto fue encargado por la ONU, de ellos partió la idea. Participó gente de todos lados: coreanos, chinos, venezolanos, chilenos… Y ha ganado un montón de premios, sigue girando y mostrándose. Yo crié grillos en mi casa, los tenía adentro del baño, quedó la cagá.

¿Qué pasó?
–Se me metió el mapache y se comió todos los grillos, ¡ja, ja, ja! Eso me deprimió. Pero aprendí harto. La harina de grillo no tiene sabor, puedes hacer lo que quieras.

¿Y los mismos grillos se convierten en hogares para refugiados?
–Exacto. Cada casita de grillos es como un ladrillo, y con miles de grillos, además de otros materiales muy básicos, se forma un refugio donde puedes hasta defenderte de explosiones.

Hay gente que se irrita con tanta preocupación por un animal, habiendo humanos que tampoco tienen casa.
–Es una crítica constante. De hecho, en dOCUMENTA nos trataron de ecologistas extremistas, ¡ja, ja, ja! Yo creo que cada persona debe hacerse cargo de lo que puede o lo que le gusta. No crea un vacío en otro lado que yo me preocupe por lo que creo que recibe menos preocupación. La gente que quiere a los animales hace más ruido, son como más extremistas, pero somos mucho menos. Cuando llegué a New Jersey, entré a un centro de huérfanos y era el único que iba todos los días a cambiarles el agua y la comida a un grupo gigante de mapaches. Y yo sí me preocupo por gente. Hago ceremonias de chamanismo para eso. La última que hice fue a un señor ruso, fue muy raro. Me lo pidió su señora, rusa y judía, pero súper creyente en esto. En todo caso, yo trato de estar lo más lejos del New Wave. De hecho, con el maestro chamán que me queda, porque el otro murió este año, casi no podemos intercambiar palabras. Pero me quedo con él en el Himalaya, tratando de llegar a un aprendizaje desde la raíz.

CHANCHOS TATUADOS

¿Qué van a presentar ahora en Berlín?
–Es la continuación de todo esto. Arquitectura y juegos para animales salvajes, y dos videos etnográficos de antrozoología.

¿De qué se tratan los videos?
–Uno se llama Kiltr@ y lo hicimos en Chile. Fuimos a preguntar a la calle y a distintas personas –la Carmen Berenguer, doctores, una chica activista– qué es un quiltro. Ese video ha gustado mucho, es de los que más ha circulado. Y el otro está basado en las filmaciones que hice cuando trabajé tatuando cerdos en China, con un artista belga muy famoso, Wim Delvoye, el 2005. El trato con este señor era que no se iba a matar a los cerdos. Él ya traía unas pieles de Rusia para tatuar y esas las vendió en miles de dólares. Pero para los cerdos chinos él iba a poner cámaras, como si fuera un reality, para que los coleccionistas pudieran comprar un cerdo vivo en China y verlo cuando quisieran. Era un proyecto muy loco, pero súper interesante. Pero después, el 2008, como venían los Juegos Olímpicos, en China prohibieron todo lo que pudiera verse abusivo, y no lo dejaron mostrar a los cerdos. Entonces lo que hizo… terminó matándolos todos, murieron todos.

Entiendo que les tatuaban a los cerdos logos de Louis Vuitton, jugando con la idea de que estaban listos para ser carteras.
–Exactamente. Y mucha mezcla de tatuajes: old school, tatuajes rusos, todo mezclado. Algunos parecían trajes japoneses, como esos tatuajes de los yakuza. Eran preciosos. Yo vivía con ellos. Te voy a mandar el video para que lo veas, aunque igual es triste. La gente queda un poco down cuando lo ve.

¿Por qué?
–¡Porque los matan a todos! Y hay imágenes fuertes. La última vez que vi a este artista, al belga, me contó que la piel del cerdo que a mí más me gustaba, él ahora la tenía en su pieza, al frente de su cama. Muy loco. Ya no somos amigos, pero le debo que me haya enseñado los trucos de cómo crear el deseo en torno al arte.

¿No recibieron críticas de animalistas por tatuar cerdos?
–El proyecto se lo habían prohibido a Wim en Europa por lo mismo, se lo pararon. Entonces se fue a China, que no tenía la imagen de moralidad que quiere dar ahora. La hueá era Frankenstein allá, estaban experimentando con todo, mezclando genética en mala. Yo llegué a trabajar ahí, primero, por el ego de trabajar con un artista tan grande, y segundo, porque me pagaba. Yo estaba en China sobreviviendo, y tener dos mil euros en China en ese momento… Pero después me involucré con los chanchos –son iguales a los perros, entienden todo– y me dediqué a defenderlos… Fue toda una paja esa experiencia, la verdad.

¿Por qué?
–Porque el trabajo no fue bien hecho. Acá hay gente que tatúa a su perro, pero los duermen, es un trabajo súper profesional. En China no se usó anestesia profesional. Peleé mucho por eso. “Oye, el doctor no es veterinario, este hueón no cacha, es un granjero nomás que sabe un poco más”.

Pero el mismo hecho de tatuarlos no te parecía abusivo.
–Si tú quieres harto a tu mascota y sientes que se va a ver más bonita con un tatuaje, no lo puedo criticar tanto. Ahí ya es el dharma de cada uno. Por ejemplo, a mí me duele que se mate a un animal para comerlo, pero el granjero que cría a la gallina, se levanta a las 5 de la mañana, le da comida, las tiene que acostar… no tengo críticas a eso, no soy tan extremista. Creo que la industria es lo terrible.

¿Eres vegetariano?
–He tratado, pero nunca he podido serlo completamente. El olor a carne asada es una hueá que está acá en la cabeza, y tampoco estoy pa sufrir. Me como la vaquita con respeto de vez en cuando.

¿Es verdad que en la India te mordió un perro con rabia y casi te mueres?
–Sí. En Goa, que es donde está todo el movimiento de música trance, me dediqué a alimentar perros y me involucré harto con ellos, cocinaba para unos 30 perros diariamente. Y allá hay harta rabia en los perros…

Mucha.
–Claro, yo no cachaba a qué grado. Es muy raro verlo, se convierten en zombis y atacan cualquier cosa. Y pasó que un perro chico infectó a uno grande, y el grande fue a morder a uno que yo estaba cuidando. Entonces fui a asustarlo y en vez de asustarse me saltó a un brazo. Me hizo cagar el brazo y después me saltó al otro. Se me estaba saliendo la sangre a chorros. Por suerte me ayudaron y llegué al hospital antes de la media hora. Me pararon la hemorragia y me pusieron varias inyecciones, pero en el brazo, no en la guata… Puta, yo he tomado harto ácido, pero este es el ácido más feo que me he tomado en mi vida. Sentí que subía por mi columna vertebral una hueá caliente, igual que ácido pero mucho más fuerte. Me fui al baño del hospital, que era muy sucio, y pensé “oh, me voy a morir acá, qué loca la hueá, así voy a terminar”. Vomité todo, todo. Y después, normal. Me salvaron la vida, la verdad. Lo triste fue lo que pasó después…

¿Qué pasó?
–El perro siguió hueviando, así que lo mataron. Salieron de un restorán unos nepaleses –que allá son los empleados de los hindúes, porque tienen menos plata– y mataron al perro a palos enfrente mío. Y el perro no se murió a los primeros palos… No, muy fuerte.

EXPERIENCIAS TABÚ

Cheto-Castellano2

Hace tres años contaste tu historia comiendo carne humana en un ritual en el Ganges. ¿Cómo ves esa experiencia desde hoy?
–Eso fue una experiencia tabú, de romper un tabú. Lo que pasa es que el Aghor cree mucho en que nada puede no ser sagrado, porque si no, no estaría acá. Todo es sagrado. Lo cual no quita que también haya un tiempo para el cuestionamiento del dharma, de qué es bueno y qué no. Yo creo que esas experiencias, en realidad, te hacen despertar un poco a tratar de sanarte y sanar un poco tu entorno. Todos estos rituales me han ayudado a entender mejor mi responsabilidad por el otro en todo sentido: por el niño, por la mamá, por el gato. En el fondo es súper fácil, pero yo no sé por qué nos cuesta tanto lo más fácil. Es como que la puerta está ahí pero no la puedes abrir, o la abres por dos segundos y se te cierra. Entonces la idea de estas culturas es mantenerte lo más posible con la puerta abierta, y cachar lo que está pasando en el momento. No en el atrás ni en el mañana, sino en el momento, en el momento… Claro, también es peligroso, súper peligroso.

¿Por qué?
–Porque nadie en realidad quiere cuestionarse mucho su identidad. Porque puedes cruzar una puerta que te termine alejando de todo.

¿Te ha tocado entrar al lado oscuro?
–No. Yo creo que el lado oscuro lo pasé cuando chico. Mi papá fue preso político, era alcohólico, ahí me viví el lado oscuro… Ahora al contrario, no me cuestiono. Dharma para mí es como tu voz interior, pero no es la conciencia ni la moral. La idea es no pensar si es bueno o malo, porque entonces uno sabe si es bueno o malo. No tienes para qué preguntártelo.

¿Dónde conociste a tus maestros?
–Cuando vivía en China empecé a estudiar tantra y encontré un libro sobre chamanismo y tantra en el Himalaya. Entonces, estando en India, fui a ver si existía ese lugar y terminé en la casa de Mohan Rai, que fue mi primer maestro. Ellos tienen escuelas un poco pensadas para los europeos: te cobran una entrada, te dan comida, es un poco turismo y chamanismo. Pero con él, por mi apariencia, por tener modificaciones corporales, entablamos otro tipo de relación. Entonces ya empiezas a meterte, a ver otras cosas. Y el maestro que me queda se llama Donaxin, que es el que voy a ver al Himalaya.

Me imagino que en India y Nepal habrás probado unas cuantas drogas fuertes.
–Sí, hay muchas. He probado muchos hongos de los chamanes en Nepal, muy alucinógenos. Hachís pa qué te digo, y la marihuana está por todos lados. Pero si hay algo fuerte, pero muy, muy fuerte, es el veneno de cobra con marihuana. ¡Uhhh! Es como DMT, pero diferente.

¿Cómo lo consumen?
–Le sacan el veneno a la cobra, lo secan y después lo mezclan con marihuana o hachís para fumarlo. El efecto más fuerte no dura mucho, pero te tripea mucho rato. Igual, podemos hablar mucho de drogas, pero en realidad lo más fuerte han sido las experiencias. Aparte del ritual de la carne humana, hay otros que en ese momento preferí no contar, porque son cosas realmente fuertes…

Confiemos en el criterio del lector…
–Hay un ritual que se llama de decapitación. Con muertos, obviamente. Pero la experiencia de ver un tipo cortarle la cabeza…

¿En Varanasi?
–Sí. Lo que pasa es que allá la gente muy pobre no puede pagar para quemar al muerto, entonces lo tiran al agua. Y hay unos tipos a los que les pagan por rescatar cuerpos del río para esta ceremonia. Entonces rescatan al cuerpo, lo ponen acostado, prenden una especie de fogata y se ponen como yoga, a meditar. Y hay un momento de la ceremonia en el cual le cortan la cabeza al muerto con un cuchillo especial. Ver esa hueá compadre, te despierta la cabeza, es muy fuerte. Tú sabes que está muerto, es religión, son súper buenas personas, yo los conozco, pero vivirte esa experiencia es más fuerte que cualquier droga…

No son los parientes del muerto, son religiosos…
–Exactamente. Los rituales de comer carne son delante de los familiares y cualquiera los puede ver. Si te quedas hasta muy tarde en la noche, donde queman gente, vas a ver a los aghori cuando comen carne. Lo que pasa es que quedarte ahí a esa hora, en Varanasi, no te lo recomiendo. Y ese ritual lo hacen con los difuntos sabios, es comer restos de su cuerpo que ya se quemó. Este es otro ritual, más escondido, mucho más underground en India. Y no eligen cualquier cuerpo. En general se elige gente joven y que ha muerto de algo trágico: asesinada, atropellada, cosas así. Porque los rituales también ayudan a liberar esos espíritus. Y los que salen en los barcos saben a quién botaron, entonces rescatan los cuerpos de esa gente. Todo esto tiene una parte súper sensacionalista, pero todo lo que hay detrás… El tantra se difundió en Occidente como una cuestión sobre sexo, que es una parte súper chica del asunto. Y lo que uno ve en la tele son los sadhu que caminan todos cubiertos de ceniza, con el pelo lleno de dreadlocks, pero entre ellos también hay muchos académicos, algunos que hablan cinco idiomas y han viajado por todo el mundo. Si te acercas a esa gente, te va a nutrir en todo aspecto. Allá he conocido gente que tú no entiendes por qué son felices, pero son felices. Mucho más que yo.

BOLSILLOS DE CANGURO

¿Qué sentido tienen para ti las modificaciones corporales?
–Al final es como adornar tu propio cuerpo, ¿no? Al final lo único que tienes es tu cuerpo, y toda esta gente nueva que se está modificando harto, tiene súper claro eso. Entonces, ¿por qué no? Cuando me preguntan por qué tengo implantes, siempre digo: ¿por qué no? Cuál es el problema. Tengo muchas ganas de tener bolsillos como marsupial, como canguro. Y estamos trabajando con un body hacker –así se les llama, son hackers pero del cuerpo– súper famoso, Lucas, en la posibilidad de crear un bolsillo.

¿En qué parte del cuerpo?
–En el estómago.

¿Un bolsillo de piel?
–Sí, creas piel desde tu propia piel. La cortas, la dejas colgar con vida un tiempo y después puedes crear piel. Ya tengo un experimento en mi estómago, un flap. Es lo que te hace un cirujano cuando tienes una infección y te cortan piel contigua y te la pegan. Ahora estamos resolviendo el problema de cómo ventilar para poder sanar, porque va a tener que ser un aparato en 3D.

¿Y de qué porte será el bolsillo, qué podría caber ahí?
–Me conformo con que quepa una tarjeta de presentación, ¡ja, ja, ja!

¿Los cachos que tienes en la frente son de silicona?
–Sí. Puedes ponerte muchas cosas, pero lo más cómodo es silicona. Yo los tengo hace años, para mí es lo mismo que el cartílago de la nariz. No se siente que tienes algo, ya es parte tuya.

Hace unos meses estabas haciendo unas flautas tibetanas que se fabrican con fémures humanos.
–Sí, kanglings, estuve un rato haciendo eso. Pero es difícil encontrar hueso humano, los precios han subido mucho. Yo acá lo compro legal.

¿Cómo?
–Hay empresas que te venden si eres médico o estudiante de medicina. Pero casi no te piden papeles.

¿A cuánto vendías la flauta?
–Dependiendo, pero a unas dos lucas [dos mil dólares]. El proceso de fabricarlas es súper bonito, porque tienes que tener conciencia de que estás trabajando con algo humano.

¿Cuántas hiciste?
–Unas ocho. Pero la cagué, no me quedé con ninguna. Unas las vendí y otras las regalé. Me quiero fabricar una o dos más.

¿En el Tíbet siguen haciendo ese instrumento?
–Sí. Lo que pasa es que, otra vez, lo que se muestra de ellos es como la parte bonita. Y lo que a mí interesa también es bonito, pero no es bien visto por Occidente. Ellos usan mucho los huesos en rituales, sobre todo los chamanes. Hay unas especies de caparazones que cubren el torso y siguen como vestido para abajo, todo de hueso humano tallado, precioso, con unas imágenes que no te las imaginas, puros diseños de dioses chiquititos. En ese lugar del Himalaya, antes de que llegara el budismo tenían una religión que se llamaba Bön, más cercana a tradiciones chamánicas. Y cuando llegó el budismo igual tuvieron que adaptar la cosa. No hace mucho que el Dalái Lama aceptó el Bön como una rama del budismo. Porque los chamanes que practican esto se dejan crecer el pelo, y en general les permiten tener esposa.

TRUMP Y CHILE

¿Cómo se está viviendo allá todo lo de Trump?
–¡Heavy! Es muy fuerte, se siente en el ambiente. Adonde tú vayas, aunque sean casas de amigos, encuentras gente a favor de Trump. Los blancos ahora se atreven a hablar en contra del migrante, a decir que están apestados de ser minoría en su país. El discurso neonazi está muy prendido en todos lados. En Alemania, cuando fui a dOCUMENTA, mientras la mayoría estaba haciendo contactos yo me dediqué a filmar a un chileno medio vago que vivía allá. Se quedaba adentro de un tanque que estaba en la calle, enfrente del museo. Y pasaban cosas heavy, a este hueón los neonazis lo trataron de quemar… Si sale Trump, yo estoy pensando en virarme a India o a Chile mientras está el loco. Así te lo digo, no quiero estar acá.

¿Cómo te llevas con Chile?
–En realidad, no muy bien. Como no pertenecí a ninguna universidad, no tengo representación allá. O sea, me invitan a mostrar lo que hago en Europa, Estados Unidos, India, Cuba, pero nunca tuve una exhibición seria en Chile. No sé por qué. Yo voy a los festivales como chileno, represento a Chile afuera todo el tiempo. Cuando fuimos a dOCUMENTA, el gobierno sacó un comunicado diciendo que nos estaba apoyando, ¡súper mentira! Y mi problema es que, al final, sigo queriendo a Chile. Todavía no puedo cortar ese lazo de cariño. Igual me veo la películas en Netflix, aunque sean malas, ¡ja, ja, ja! Porque no soy de acá tampoco, entonces uno se siente medio náufrago. No te sientes de allá ni de acá: quedaste en el medio. De hecho, me gusta mucho estar en el Himalaya porque me recuerda a los Andes, es igualito. Pienso ir a Chile en diciembre. Es diferente verlo en Facebook que ir allá y ver qué está pasando. Chile cambia cada año, es súper loco…

¿Qué cambia?
–Las palabras. Lo más interesante es el texto, es un país muy verbal. La palabra o el dicho sale en la tele, en la radio, lo inventó alguien y todo el mundo está diciendo la misma palabrita, es muy chileno eso. A mí me fascina. El arte chileno también está muy ligado a la palabra.

¿Sigues el arte de acá?
–Siempre que voy trato de ver qué está pasando. Hay cosas muy buenas, pero creo que están muy concentrados en lo que pasa afuera, mirando las revistas o Internet. Y todo lo que está pasando allá, ¡oye, es para nutrirse! Cuando voy a Santiago, en general me quedo en un taller en Mapocho, enfrente de La Piojera y de puros cités de peruanos. Es súper interesante ver todo lo que pasa. Y lo otro es que no todos los montajes son tan profesionales. Acá el medio te obliga ser muy duro contigo mismo. Si no tienes autodisciplina, cagaste. Si no te levantas pensando, estudiando, no te va a ir bien. El problema del arte chileno es que no hay plata, pero también que se nota mucho ese “no hay plata”, hasta en el arte de los cuicos. Es como una hilacha que todavía se asoma. Pero al final eso no es culpa de los artistas, es culpa de un país. China, el año 2000, empezó a poner mucho dinero para sus artistas. Los mismos empresarios presionaron al gobierno, porque se dieron cuenta de que si China tenía artistas importantes, sus otros productos iban a ser más respetados. Y China tiene ahora unos artistas increíbles.

Colectivos Sin Kabeza:
www.sinkabeza.com – vimeo.com/sinkabeza

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