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Opinión

10 de Noviembre de 2016

Columna de Marcelo Mellado: La Ordinariez del Éxito

La señora Laurita me mostró desde una ventana los lugares en que el depredador se ubica en los alrededores, un enorme pino y la baranda del balcón, incluso el peuco se había comido los restos de un asado que habían dejado unos vecinos. Su presencia se sentía, porque era posible percibir una profusión de fauna alada propia del campo de la zona central.

Marcelo Mellado
Marcelo Mellado
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Después de haber sido rudamente golpeado por el éxito (electoral), tuve que ir a ver a mi contador a San Antonio, no sólo porque estaba cansado y en crisis de identidad, era imposible no hacerlo dada la brecha que se había abierto en mi vida y que tenía que ver con la picantería de lo público (o la histeria del logro de objetivos). Había participado de una operación política potente junto a una buena cantidad de aliados, toda gente muy decentita, y necesitaba volver a ver a mi maestro en esas lides. Le habíamos arrebatado el poder municipal a los grupos que le rinden tributo a la criminalidad política. Y eso no era poco.

Yo había hablado con él, en una ocasión anterior, respecto al proyecto político literario en que estaba inmerso, cuando recién comenzaba a gestarse. Y él había hecho un análisis objetivo de la situación concreta (textual), que resultó muy terapéutico porque insistió mucho en la necesidad de distinguir entre ficción y realidad, cuestión que nunca me quedó muy clara y por eso (y otras cosas) era necesario reanudar nuestra conversación que quedó interrumpida.

La situación también había cambiado en San Antonio, mi guía espiritual se había ido a vivir en medio de un bosque de pinos y eucaliptos. Junto a la señora Laurita había cruzado el puente Maipo huyendo del proyecto de expansión portuaria. Ahí, me comentaría más tarde, echaba de menos la promiscuidad urbana y las pláticas laterales e improvisadas, propias de pueblo chico. En ese espacio de reclusión le habían surgido nuevas preocupaciones que correspondían a la nueva etapa de su vida que enfrentaba, marcada por un cierto aislamiento, pero por otro lado, tenía la oportunidad de recoger y capitalizar toda esa experiencia clave de habitabilidad, de construcción de familia y de vigilancia política que lo había caracterizado.

Una de sus preocupaciones actuales tiene que ver con la presencia de un peuco que merodeaba por el vecindario y que amenazaba al perrito regalón, y que es motivo de terror para la señora Laurita que no dejaba salir al perro ni al balcón de la residencia. Sí, un cazador alado amenaza a la mascota de mi contador. Debo recordar que el peuco es una especie de aguilucho o halcón chilensis. Cuestión aparte, mi viejo solía hablar de las peucas, nunca entendí del todo porqué, parece que ahí hay una combinación entre merodeo y estampa (porque el pájaro en cuestión tiene su pinta).

La señora Laurita me mostró desde una ventana los lugares en que el depredador se ubica en los alrededores, un enorme pino y la baranda del balcón, incluso el peuco se había comido los restos de un asado que habían dejado unos vecinos. Su presencia se sentía, porque era posible percibir una profusión de fauna alada propia del campo de la zona central.

En lo personal, debo reconocer que para mí no era una mala noticia. El yorkshire, come lauchas, siempre me ha hecho la vida imposible y me ataca cada vez que puede, me odia porque me ve como una amenaza. No puedo dejar de sentir al peuco como mi aliado. He soñado con el peuco merodeador llevándose al perro maldito, colgando como un conejo de sus garras, para luego soltarlo y proceder a servírselo después de azotado en un descampado. Una escena parecida la vi en pleno Valpo, pero con una paloma.

En ese mismo contexto de vuelta a mis zonas formativas, también estuve con la tía Meche en San Antonio, almorzando en el Checo, un restorán en donde solían comer los clásicos de la literatura del litoral, que tiene esa combinación entre bar y quinta de recreo y en donde suele acontecer lo inesperado, ya sea la cueca portuaria o la música norteña mexicana, y más de algún cliente jugoso. Ahí un viejo portuario me llamó amorosamente la atención por mi práctica de cronista de ciudades ruinosas, situación que anticiparía mi reunión con mi contador.

Cuando nos juntamos en la tardecita, tirando para la noche, mi contador me recordó (elogió) el taller Buceo Táctico, primera invención político ficcional de intervención urbana; también se refirió a la estrategia cultural de los pueblos abandonados, pensando en la crítica radical al canon político y al relato estratégico que combina estética y política. Me retó porque había abandonado prematuramente la ciudad que fue la madre de “todas las batallas”, LloLleo, ni siquiera San Antonio. Ahí, en sus oscuras callejuelas que apuntan simbólicamente a la desembocadura del Maipo, se desarrollaron las operaciones tortuosas que concluyeron con informes novelescos que fueron la conditio sine qua non de lo que vendría más tarde. Aunque, lamentablemente, el proyecto no se pudo aplicar allá, tuvimos que trasladarlo al otro puerto, al puerto segundo, léase Valpo.

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