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Cultura

24 de Noviembre de 2016

Adelanto libro Polera de Perro: Eurolines experience

Berni Danús -ex alumna del Villa María, hija de opus dei y madre de misa diaria, estudiante de Ingeniería Comercial de la PUC y colaboradora de este pasquín- acaba de publicar su primer libro, bajo el sello Planeta, que recoge las columnas de su blog llamado Polera de Perro y otras inéditas, en las que se ríe del mundo pelolais al que pertenece, de sus compañeros zorrones, de las minas hipocondríacas y las madres primerizas, y los antigays.

Por

Adelanto-libro-Polera-de-Perro
Ilustración de Francisca Feuerhake que aparece en el libro Polera de Perro

El asunto comienza en un terminal indecoroso fuera de la ciudad. Saqué un paquete de gomitas con olor y sabor a ala de una Vendomática y nos sentamos a esperar el bus pacientemente. En esto entra al terminal una mujer joven y mulata vistiendo un abrigo de piel demasiado grande para ella, un par de zapatos con taco descomunal y anteojos de sol, y corre al mesón de atención. Sostienen una conversación en holandés o alguna weá así por unos minutos hasta que la weona rompe llorando. Se descontrola completamente. Se pone a apuntar al bus que estaba por partir y le grita weás ininteligibles al señor del terminal. Luego empieza a emitir gemidos de manatí teniendo sexo anal sin lubricación entre sollozos que resonaban por todo el lugar. Nunca había escuchado un llanto tan excéntrico y ruidoso. Toda la estación paralizada la miraba con preocupación. Yo miro a mi hermana y rompemos en un ataque de risa descontrolado. Ambas ahogadas con lágrimas imparables mientras mi pololo nos retaba y decía que no nos riéramos, que le daba pena. No paramos hasta que se fue la diva indignada llorando a mares como teleserie venezolana haciendo todo el ruido posible mientras caminaba de vuelta a su taxi. Todavía impactadas por el espectáculo, procedemos a hacer la cola del check-in cuando nos damos cuenta de lo peor que uno puede darse cuenta en un viaje: había un grupo de chilenas púberes justo atrás. Decidimos quedarnos callados para ahorrarnos la paja del patético diálogo: “¡¿Son chilenos?! Ohhh conchatumadre. Equís dé y la weá”. Las weonas, como buenas chilenas promedio, eran una manga de básicas culiás que hablaban de kopete y de toda la mariwana que había en Amsterdam como si sus vidas dependieran de eso. Tuve que resistir las ganas de tomarme noventa Ravotriles para no matarlas, debo decir.

Entramos últimos al bus porque queríamos cargar nuestros celulares y comer algo. Naturalmente el conductor adicto al crack nos puteó por irresponsables. Miro alrededor y me encuentro con el siguiente panorama: bus atestado (la gente casi que se iba sentada en el suelo), mucho ruido y un olor a charquicán que era difícil de creer. “Está pasado a flato, ¿me estay webiando?” dije. Y enseguida me arrepentí cuando vi que el grupo de chilenas básicas se puso a cuchichear y decir “ohhh son chilenos”, entre ellas, como si fuese el acontecimiento más increíble de su día. Me senté sola en uno de los pocos asientos libres que quedaban cuando veo que mi hermana y mi pololo me empiezan a hacer señas para que fuera donde ellos. Me explican que unos weones nos dieron sus asientos para que nos fuéramos todos juntos atrás. Le di gracias a diosito y me di vuelta para agradecerle a los que dejaron sus puestos. Eran dos amigos, cisgénero, heterosexuales (en exceso), de aproximadamente dos metros y medio de alto, raza negra, dimensiones masivas en todo sentido, y estaban vestidos de short deportivo y polera sin mangas a pesar de que hacía mucho frío —cero grados o menos. Yo creo que eran los seres humanos más hetero que había visto en mi vida entera. Emanaban más respeto que la chucha.

Fuimos analizando su comportamiento durante el viaje. El 90% de sus cuerpos estaba fuera del asiento porque ni cagando cabían así que eran fáciles de ver y estudiar. Se notaba que eran muy cercanos, hablaban caleta (y muy fuerte) y se reían; eran un bromance cualquiera. Partiendo el viaje sacaron una bandeja de cupcakes de colores pasteles y muy decorados. Fue lo más inesperado de la vida. Se los comieron ruidosamente y en, aproximadamente, 0,2 segundos estaban cagados de la risa. Luego procedieron a tirar la caja de plástico como proyectil al pasajero de al lado de ellos (que claramente no era su amigo). Nadie se atrevía a decirles nada porque eran como la eminencia del ghetto y todo el bus les tenía entre miedo y respeto. Segundos después sacaron una botella de vodka y se armaron unas mamaderas calientes (y gigantes considerando el tamaño de los weones) con un jugo u otro licor. Las botellas también las tiraron al suelo como en su propia casa. Mientras tomaban su copete tranquilamente revisaban sus celulares: uno de ellos abría sus snaps y se los mostraba al otro. Todas las fotos (absolutamente todas) que le llegaban eran de amigos mostrando bolsas llenas de coca o jalando y un par de fotos de tetas o más. Luego de eso veían videos de motos y creo que uno incluso vio videos de un niño que sospecho era su hijo. Pero ahí no termina. Los weones ya curados o con energía excesiva decidieron webiar a su compañero que dormía en el asiento de al lado, un español pequeño e inocente. Empezaron a pellizcarle el brazo para que se despertara mientras se reían a carcajadas en su cara. El español se reía más nervioso que la mierda casi que con lágrimas en los ojos para no caerles mal, porque honestamente nadie querría tener a esos dos weones en contra de uno. Todos se dejaban molestar. Hasta que alguien no.

Resulta que los amigos evolucionaron a pegarle rodillazos el asiento de delante de ellos con fuerza. Había dos mujeres (creo que eran amigas) cisgénero, hetero, raza negra y más fabulosas que la chucha. Estaban vestidas casi que de gala con tacos y chaquetas de piel, carteras caras, uñas hasta las rodillas y con sus afros más estilizados que la conchatumadre. Estas weonas no se mamaron al par de amigos. Una se paró y los enfrentó y se desató una pelea culiá tan de reality gringo que no podía dimensionar que estaba pasando en serio. Se aplaudían en las caras, se empujaban los hombros, se chasqueaban los dedos en la cara con una actitud más jarcor que cualquier pelea de Acapulco Shore. Estaba pa la cagada. Tuve que ponerme en posición fetal en el asiento para que nadie viera mi ataque de risa evidente porque lo último que quería era que cualquiera de ellos se fuera contra mí también. Los gritos y frases desafiantes continuaron por un rato hasta que una de las weonas se rindió y fue con su amiga a sentarse al lado nuestro. Llenaron todo nuestro puto espacio con sus chaquetas de piel de cien kilos y sus carteras Gucci del porte de nuestras maletas. Les dijimos que no nos importaba que se sentaran, solo porque estábamos cagados de miedo.

El viaje terminó con el bus botando un signo pare y una abolladura en el lado.

Mientras sacábamos las maletas los amigos se decían palabras conmovedoras de película: “They told me I was never gonna leave the country, but look at me. I ain’t ever coming back again. Them haters will bring me down but us niggas always pull through1”.

1.- Me dijeron que nunca iba a dejar el país, pero mírenme. No pienso volver. Estos odiosos me quieren ver en el piso, pero nosotros, niggas, nos vamos a recuperar.

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POLERA DE PERRO
Bernardita Danús
Editorial Planeta, 2016, 187 páginas.

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