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Mundo

19 de Enero de 2017

La increíble historia de Teodore Kaczinsky, el Unabomber: El ecoterrorista más famoso del mundo

Antes de la aparición de Osama Bin Laden, el terrorista más buscado del planeta era un tímido ermitaño que vivía en las praderas de Montana y que durante 18 años sembró el pánico en Estados Unidos con sus mortíferas cartas-bomba. Durante todo el proceso de búsqueda, la policía interrogó a 10 mil sospechosos y se gastó cerca de 50 millones de dólares. En 1995, un extenso manifiesto de su autoría, fue publicado íntegramente por el New York Times y el Washington Post con el objeto de evitar futuros atentados. Desde entonces, Teodore Kaczinsky se ha transformado en el gurú de todos aquellos grupos antitecnológicos que profesan el retorno a la vida natural, tal como la organización que se adjudicó el atentado en contra de Oscar Landerretche: Individualistas Tendiendo a lo Salvaje (ITS). El texto es una versión renovada del reportaje que fue publicado en nuestro pasquín hace 10 años.

Por

A fines de abril de 1995 dos extraños paquetes irrumpieron en las recepciones del New York Times y de la Sociedad Forestal de California, en Sacramento. Una de las encomiendas, enviada a una de las principales asociaciones madereras de norteamérica, iba dirigida a un alto directivo llamado William Dennison. Como éste no se encontraba, Gilbert Murray, presidente de la institución, decidió revisar el contenido del envío. Se trataba de un bulto voluminoso que venía con una postal que contenía tan sólo la palabra wood (madera). Murray abrió el envoltorio y se encontró con una hermosa caja tallada a mano. Fue el último momento que su secretaria lo vio con vida. Al abrir la tapa del pequeño baúl se activó el dispositivo de una bomba casera y Gilbert Murray abandonó para siempre los bosques de California.

Dos días después, el 26 de abril de 1995, en las oficinas del New York Times, otro paquete de similares características ingresó a la recepción del edificio. Claro que esta vez nadie se atrevió a abrirlo. El FBI fue alertado de inmediato y se llevó la encomienda. Esta vez no se trataba de una bomba sino de un extenso manifiesto titulado “La Sociedad Industrial y su Futuro”, atribuido por un grupo anarquista antitecnológico denominado Freedom Club, que se adjudicó la autoría de las cartas-bombas que durante 18 años sembraron el pánico en Estados Unidos. Y aseguraron, que si no publicaban el manifiesto -un mamotreto de 35 mil caracteres-, los atentados continuarían.

La noticia descolocó al FBI. Hasta ese momento presumían que el autor de las explosiones, responsable de tres muertos y 23 heridos, era un solo hombre, bautizado por ellos mismos como el Unabomber, por su afición a atacar universidades y aerolíneas. Durante todo el proceso de búsqueda la policía interrogó a 10 mil sospechosos y gastó cerca de 50 millones de dólares. Nunca antes habían estado más cerca del hombre más buscado de Estado Unidos.

Los agentes del FBI se reunieron con los directores del New York Times y el Washington Post, y acordaron publicar el manifiesto. Un hecho inédito en la historia del periodismo, pues se trataba de una obra claramente antisistémica, que destilaba odio contra la sociedad industrial y propagaba una vuelta a la vida salvaje. La intención, según expresaron los federales, era que alguna persona reconociera las ideas del escrito y aportara algún antecedente que permitiera identificar a él o los culpables. Finalmente, en septiembre de 1995, “La Sociedad Industrial y su Futuro” fue publicada en dos de los más prestigiosos periódicos norteamericanos.

Siete meses después, David Kaczinsky, un trabajador social de Nueva York reconoció, al leer el manifiesto por internet, que esas ideas eran muy similares al pensamiento de su hermano, quien vivía hacía 25 años en las praderas de Montana. Angustiado por la extraña similitud, avisó de inmediato al FBI. El 3 de abril de 1996, en una estrecha cabaña de tres por cuatro metros, fue encontrado el único miembro del Club de la Libertad, el ermitaño Teodore Kaczinsky. David se adjudicó el millón de dólares de recompensa que la policía ofreció por la cabeza de su hermano, el mismísimo Unabomber.

ANTES DE OSAMA

Durante los siete meses que pasaron entre la publicación del manifiesto hasta su captura en Montana, todo el mundo sacó sus propias conclusiones. El FBI aseguró que el país estaba en presencia de un “chiflado que actuaba guiado por cuestiones personales”. El más célebre gurú de la tribu neoludita, Kirkpatrick Sale, autor del libro “Rebeldes contra el Futuro”, comentó que el manifiesto “tenía una corriente de pensamiento enteramente razonable”. Cynthia Ozick, en un ensayo publicado en el New Yorker, describió al Unabomber como “un criminal de inteligencia excepcional y propósito humanitario que conduce sus asesinatos con un idealismo inflexible”. Otros, más filosóficos, sostenían que “en cada uno de los estadounidenses habitaba un Unabomber”.

De un día para otro, “La Sociedad Industrial y su Futuro” se transformó en el más famoso best seller de la contracultura antiglobalizadora. “La Revolución Industrial y sus consecuencias han sido un desastre para la raza humana. Ha aumentado enormemente la expectativa de vida de aquellos que vivimos en países “avanzados”, pero ha desestabilizado la sociedad, ha hecho la vida imposible, ha sometido a los seres humanos a indignidades y ha conducido a extender el sufrimiento psicológico…”, rezaba la primera frase del mamotreto de más de 100 páginas.

Poco a poco comenzaron a aparecer páginas webs, foros y hasta se llegó a crear un comité de acción política basado en las ideas del manifiesto. Los anarcoprimitivistas, que promovían la vida en pequeñas comunidades autodeterminadas sin jerarquías sociales, erigieron al Unabomber como un ícono de su causa. Pero no fue hasta la delación de su hermano que todos se enteraron de la verdadera identidad del hombre que, antes de la aparición de Osama Bin Laden, figuraba como el terrorista más buscado del mundo.

La pregunta después fue otra. ¿Quién era realmente Teodore Kaczinsky? Lo primero que se supo es que se trataba de un profesor universitario de impecable trayectoria. Los datos de su vida, aportados por la prensa, alimentaron el mito del asesino serial agudo e inteligente. Kaczinsky había nacido en el año 42 en el seno de una familia obrera de los suburbios de Chicago. A los 16 años ingresó a Harvard, luego realizó un máster en matemáticas en la Universidad de Michigan y de ahí partió a hacer clases en Berckeley, con apenas 24 años. Louis Skillen, consejera de la escuela primaria donde estudió, escribió una carta de recomendación enviada a Harvard en la que sostenía que “Ted era un chico reflexivo, sensible y profundamente consciente de sus responsabilidades sociales”. El profesional encargado de los exámenes sicológicos a los alumnos de primer año de la universidad lo describió como “un tipo atractivo, maduro para su edad, de trato fácil y negociaciones relajadas. Aunque puede parecer levemente tímido es un planificador esencialmente práctico y realista”.

Hasta ese momento, nada hacía presumir que el pequeño “Ted” se transformaría en el adalid de una “cruzada” personal contra el progreso. Michael Mello, autor de la obra “Estados Unidos de América contra Teodore Kaczinsky”, fue el primero en especular sobre la evolución criminal del Unabomber. En el libro revela que durante su estadía en Harvard, había sido voluntario en los experimentos de control de la mente patrocinados por la CIA. Henry Murray, profesor del departamento de relaciones sociales de la universidad, experto en estudios de anticipación, habría sido el ideólogo del proyecto. El facultativo, uno de los pioneros en tácticas de selección de personal e interrogación durante la Segunda Guerra Mundial, estaba convencido de producir “la clase de comportamiento requerido por la actual amenaza”. De vuelta en la universidad, continuó con sus ensayos. Según Mello, los estudiantes eran sometidos a agotadoras sesiones de interrogatorios, después de ingerir LSD, Psilocybe y otras sustancias. La táctica empleada por el doctor Murray consistía en asaltar agresivamente el ego, los ideales y creencias de sus entrevistados. “¿Cuántas otras bombas de tiempo humanas fueron preparadas allí?, ¿cuántas de ellas aún no han estallado?”, se preguntaba Mello en su investigación.

William Perry, director del Consejo de Estudio en Harvard, aseguró que el plan de educación general implementado en los años 50 en la universidad, generó un impacto profundo en “las emociones, actitudes e incluso en la salud de algunos estudiantes”, puesto que, sin proponérselo, promovía una percepción dualista de la realidad fomentando criterios como verdadero-falso, bueno-malo, amigo-enemigo. La metodología, en definitiva, habría operado en la mente de Kaczinsky como un agente radicalizador de ideales. A partir de entonces, su experiencia personal, junto a la influencia generada por autores neoludistas como Juan Zerzan, Lewis Mumford y Derrick Jansen, comenzaron a perfilar su pensamiento antitecnológico.

A tal nivel llegó su determinación que, después de dos años como profesor titular en Berckeley, a los 26 años, abandonó completamente la docencia. Recluido en una pequeña cabaña en Lincoln, Montana, Kaczinsky terminó por transformarse en un anacoreta: vivía sin luz eléctrica, cultivaba papas en el jardín de su casa y, de vez en cuando, acudía en bicicleta al pueblo más cercano a consultar algunos libros en la biblioteca.

ATENTADOS

Después de siete años de encierro comenzaron sus primeros ataques. En mayo de 1978 elaboró un dispositivo, dirigido al Instituto Politécnico de la Universidad de Illinois, que luego fue derivado a la Universidad de Nortwestern. Un vigilante del establecimiento, al intentar abrir el sospechoso paquete, resultó con heridas considerables. Un año después, la historia se repitió con un estudiante de la misma casa de estudios.

El tercer atentado, realizado el 15 de noviembre de 1979, afectó a un Boeing 767 que se dirigía a Washington. El avión tuvo que realizar un aterrizaje forzoso en Virginia después de que la bomba, activada con un altímetro artesanal, comenzara a arrojar humo a los 35 mil pies de altura. Desde entonces el FBI constituyó un grupo especial para dar caza al bombardero.

El 10 de julio de 1980, Percy Wood, presidente de la United Airlines, salvó ileso de una explosión luego de abrir un paquete que contenía un libro-bomba, editado por Arbor House. A partir de este momento, el enigmático fabricante de explosivos fue conocido públicamente como el Unabomber. El perfil de los ataques llevó a la policía a especular que se trataba de un sofisticado ecoterrorista, muy difícil de detectar, debido a que los implementos usados en la elaboración de sus artefactos explosivos tenían una data de elaboración muy antigua.

Los siguientes cuatro atentados, realizados entre los años 1981 y 1987, afectaron a la Escuela de Negocios de la Universidad de Utah, la Universidad de California, la Boing Corporation y dos tiendas de computadores, una en Salt Lake City y la otra en California. En esta última se registró la primera víctima fatal producto de las explosiones.

Cinco años pasaron hasta los siguientes atentados. Con una diferencia de dos días, en junio de 1993, fueron gravemente heridos un genetista de la Universidad de California y un programador de la Universidad de Yale. En diciembre de 1994, Thomas Mosser, director de la agencia de publicidad Burson-Marsteller, murió en su domicilio luego de abrir una encomienda sin remitente. La motivación del atentado era evidente: Mosser fue el encargado de limpiar la imagen de la compañía Exxon tras la catástrofe medioambiental provocada por el barco petrolero Exxon Valdez. Desde entonces, el negocio del márketing directo en Estados Unidos bajó considerablemente sus utilidades. Cuatro meses después, en un performance de similares características, murió Gilbert Murray, presidente de la sociedad Forestal de California. Con este último atentado comenzó la cuenta regresiva para Teodore Kaczinsky.

LA DEFENSA

Después de ser detenido, tras la publicación del manifiesto y la delación de su hermano, Kaczinsky tuvo que enfrentar uno de los juicios más singulares que se tenga memoria. Atrás había quedado la imagen del ermitaño de barba y mirada torva que recorrió el mundo después de su aprehensión. Al juicio federal de la corte de Sacramento, en California, Kaczinsky se presentó pulcro, perfectamente rasurado y con una impecable tenida, similar a la que usaba en sus años de profesor universitario.

El jurado, luego de la abrumadora evidencia presentada en su contra, despachó sin demora el oficio de culpabilidad. En el ambiente judicial se comenzaba a percibir cierta propensión favorable a la pena de muerte. Sus abogados defensores, Quin Denvir y Judy Clarke, estaban convencidos que la única forma de salvarlo del cadalso era declararlo loco. La estrategia de la defensa fue rechazada de plano por Kaczinsky, quien solicitó al juez Garland E. Burrell reemplazar a sus abogados por Tony Serra, famoso por haber representado con bastante éxito a los “panteras negras” y a miembros del Ejército de Liberación Simbionés.

William Finnegan, autor de un artículo titulado La Defensa del Unabomber, describe la estrategia de Serra como la táctica de la necesidad imperfecta. “Si uno comete un crimen para evitar un desastre mayor, que cree que ocurrirá, aunque a los demás le puede parecer absurdo lo que uno cree, no elimina la culpabilidad, pero sí la disminuye. Y si el agujero de la capa de ozono se abre y nos mata a todos, se demostrará que él tenía toda la razón”, afirmó el abogado.

Luego de una ardua disputa, el juez Burrel declinó modificar la composición de la defensa argumentando que la petición era extemporánea. A falta de un defensor aliado, Kaczinsky apeló a la sexta enmienda para poder representarse a sí mismo. Burrel, nuevamente, desechó la petición bajo el mismo argumento. En una sorpresiva decisión que descolocó tanto a la corte como a su equipo defensor, Kaczinsky optó por declararse culpable de los cargos a través de una confesión incondicional.

En enero de 1998, finalmente, la corte de Sacramento lo condenó a una triple cadena perpetua. En la actualidad Teodore Kaczinsky es el interno número 04475-046 de la cárcel de alta seguridad en Florence, Colorado. El gobierno de Estados Unidos aprobó, en agosto del año 2007, subastar por internet los diarios encontrados en su cabaña para recaudar dinero para sus víctimas. Kaczinsky se opuso tenazmente puesto que el remate incluiría una versión editada de sus escritos. David Gelernter, un sobreviviente de los atentados, también se resistió a la medida argumentando que “era preciso destruir la propiedad del criminal o, si fuese necesario, sellarla durante un siglo y luego ponerla a disposición de los estudiosos de la depravación”.

No hay castigo más grande para el Unabomber que gran parte del mundo lo crea loco.

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