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Poder

19 de Marzo de 2017

La columna de Carlos Peña sobre los vicios privados y las virtudes públicas de Piñera

"Hay muchas formas de evaluar a los políticos, a los candidatos, a los periodistas o a quien fuera. En algunas queda bien Piñera y mal Guillier; en otras bien Guillier y mal Piñera. Se puede, por ejemplo, juzgar su inteligencia, su carácter, su cultura, la índole de sus actos, sus ideas o cualquier otro aspectos de su comportamiento público; pero lo que no parece correcto es sostener, o siquiera sugerir, como inexplicablemente lo ha hecho Gallagher, bajo otros respectos tan ponderado, que la medida de las virtudes públicas de un político, o de quien fuera, es simplemente la fortuna que ha logrado reunir con prescindencia de la conducta que mostró para lograrlo".

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Carlos Peña aborda en la columna que escribe todos los domingos para El Mercurio la situación de Sebastián Piñera, ad portas de ser proclamado candidato presidencial de la derecha, pero cruzado como siempre entre la política y los negocios. El rector de la UDP refiere un escrito en el mismo medio de David Gallagher y la investigación de Juan Andrés Guzmán en Ciper donde se da cuenta de las firmas zombies que Piñera adquirió en los 80′ para rebajar la carga tributaria de sus empresas.

Abre el escrito citando a Gallagher, quien dice que ganar la cantidad de dinero que ostenta Piñera refleja habilidades más provechosas que las que se necesitan para leer noticias si es que acaso se pretender dirigir un gobierno.

“No cabe duda que tamaña habilidad e imaginación es extremadamente “difícil de reunir” (requiere desde luego un apetito voraz, un ejército de abogados sagaces y una particular tolerancia con el cumplimiento de los propios deberes), pero lo que cabe discutir a David Gallagher es que sea bastante más útil que las de un lector de noticias a la hora de gobernar el país”.

Esto porque -según recuerda- “uno de los deberes de un gobierno, incluso en opinión de los más recalcitrantes partidarios de un Estado mínimo, es el de recaudar impuestos, es decir, obtener coercitivamente renta de los ciudadanos para financiar bienes públicos. Usted puede discutir si el deber del gobierno es promover la igualdad o la eficiencia o cualquiera otra cosa. Lo que nadie discute es que una de las tareas básicas del Estado es recaudar impuestos y de esa forma financiar bienes que los particulares, por un problema de free rider , no se mostrarían dispuestos a financiar de manera espontánea”.

Así las cosas, y volviendo a Gallagher, como sería entonces “hacer fintas contables y comprar empresas desprovistas de toda actividad, simples cascarones, para disfrazar la propia prosperidad y así rebajar impuestos podría “ser útil en el gobierno de un país”.

Para Peña,  “esta forma de medir las virtudes o las habilidades de un político -según cuánto ha logrado engrosar su billetera sin atender a los modales que empleó para lograrlo- es un argumento obviamente erróneo, que nadie, con un mínimo de reflexión, aceptaría. La escala de la virtud política, no es equivalente a la escala de la riqueza”.

Para cerrar, afirma que “hay muchas formas de evaluar a los políticos, a los candidatos, a los periodistas o a quien fuera. En algunas queda bien Piñera y mal Guillier; en otras bien Guillier y mal Piñera. Se puede, por ejemplo, juzgar su inteligencia, su carácter, su cultura, la índole de sus actos, sus ideas o cualquier otro aspectos de su comportamiento público; pero lo que no parece correcto es sostener, o siquiera sugerir, como inexplicablemente lo ha hecho Gallagher, bajo otros respectos tan ponderado, que la medida de las virtudes públicas de un político, o de quien fuera, es simplemente la fortuna que ha logrado reunir con prescindencia de la conducta que mostró para lograrlo”.

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