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Opinión

22 de Marzo de 2017

Joan Subirats y la crisis de la gobernabilidad: “El consenso está muy sobrevalorado”

El politólogo español, colaborador habitual de El País y experto en gobernanza y políticas públicas, habló con The Clinic sobre los desafíos de la democracia, la fragilidad en la que están inmersos los nuevos gobiernos y la irrupción de nuevos grupos emergentes. “La democracia más potente, más rica, es aquella que es capaz de contener más conflictos”, asegura.

Claudio Pizarro
Claudio Pizarro
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¿Cómo se gobierna cuando campea el escepticismo y el descrédito de la política pareciera ser casi un fenómeno global?
Creo que primero se tiene que recuperar el sentido de comunidad, el sentido de pueblo, de un nosotros; y eso involucra una ciudadanía más activa. No puede ser que todos tengamos un smartphone, que podamos discutir, pero políticamente estemos como en el siglo XIX.

O sea, hay una contradicción de fondo: tenemos una ciudadanía que exige, pero que a su vez no vota.
El asunto es cómo pasar de la queja a la acción. Obama en su discurso de despedida decía que no confiáramos en los políticos para que cambien las cosas, que era necesario movilizarse. En España, por ejemplo, tuvimos la ventaja de que mucha gente se movilizó activamente por el tema de las hipotecas y consiguieron en muchos casos paralizar los desahucios, o sea, cambiar las cosas. El grito en España era “Sí se puede” y ese grito se ha convertido en un grito de cambio político. Por lo tanto, la idea de quejarse o apretar en el smartphone “me gusta” o “no me gusta”, o tuitear, no sirve para nada. Eso sirve cuando lo combinas con la acción. Acción y Twitter tienen sentido, twitter solo no.

¿Cuáles son las tensiones y desafíos en esta crisis de gobernabilidad?
Si lo miramos históricamente, nunca ha habido tanta democracia como ahora y, al mismo tiempo, nunca como ahora la gente ha estado tan descontenta con ella. En eso hay una cierta contradicción también porque hemos ido convirtiendo a la democracia en un ejercicio de votación cada cuatro años, con partidos que dicen que nos representan, pero que con nuestros votos hacen lo que quieren. Se ha perdido el contenido más de fondo que tiene que ver con la justicia, la igualdad y la capacidad de decidir directamente.

Esos valores tan apreciados en la República, tan absolutos, a ratos se diluyen en miles de intereses particulares. Vivimos en sociedades mucho más complejas.
Estamos cambiando de época, es un momento muy parecido al de la revolución industrial, y esas transiciones generan muchos miedos e incertidumbres. Si en esa sensación de desprotección el Estado no es capaz de generar un sentido de protección, está fallando. Entonces aparece la única solución que es el mercado y el dinero: tú vales lo que vale tu dinero y lo que eres capaz de comprar o vender. Y si no tienes dinero, nadie se preocupa por ti. Es un drama, porque nos explicaron que la democracia tenía que ver con esos valores que hablamos. En la antigua Grecia, donde solamente votaban los ciudadanos, había muy poco demos, pero sí mucha cracia, muchos asuntos por los que decidir. Ahora, en cambio, hay mucho demos pero no decidimos casi sobre nada. Eso es un gran problema.

Sobre todo cuando se empieza a creer, o incluso tener certeza, que aquellos que nos representan gobiernan para otros…
La gente ha comenzado a pensar que los gobiernos no gobiernan y que en definitiva gobiernan otros y que son ellos quienes finalmente deciden, como las grandes corporaciones, que son globales, a diferencia de la política que es más bien local. Black rock, por ejemplo, es un fondo de inversiones que tiene cinco veces el PIB de España. Ellos sí que deciden donde ponen la plata.

El problema es cuando esa plata que proviene de los privados, también se utiliza para financiar la política, distorsionando las relaciones de poder.
Una cosa es que la democracia sea representativa y otra es que sea sustitutoria de la gente. La sensación de la gente es que quienes nos gobiernan han decidido hacer sus propios negocios pasando por alto a nosotros. Esa idea de que las élites económicas, ese 1% que gobierna, está en contra del 99% que es gobernado genera mucha desconfianza. Aunque la política no deja de ser una política de estado-nación, los intereses económicos son globales, se mueven en todas partes y han roto los equilibrios que antes existían. Muchos de los problemas de la gente, entonces, se traducen en inseguridades que no se ven resueltas por los Estados. Eso hace que se genere una sensación de rechazo hacia la política, que a veces tiene como consecuencia que aparezca alguien que pretende arreglarlo todo.

Como sucedió con Trump…

El problema es si ganó Trump o perdió Clinton, porque votaron menos demócratas por Clinton de los que votaron por Obama. Hubo entonces un sector demócrata que no se movilizó porque Clinton no les atraía, no los hacía vibrar. En cambio, Trump hizo vibrar a los que quería, que eran aquellos que buscaban a alguien que cambiara las cosas, les quitara esa sensación de falta de futuro y que, además, acusara a los inmigrantes de los problemas que tenían. Eso facilitó las cosas. Es muy fácil encontrar un chivo expiatorio. Acá en Chile hay un porcentaje menor de extranjeros y la gente habla del problema de la inmigración. Eso no lo entiendo.

Qué otras cosas te han sorprendido…
Que en las últimas elecciones municipales en Chile votara solamente una tercera parte de la gente. Sorprende también que el Brexit o el referéndum de Colombia tengan esos resultados que nadie esperaba. Eso refleja que algo no está funcionando.

¿Cómo viste el proceso de paz en Colombia?

Me sorprendió mucho el resultado. Luego me fui enterando que mucha gente utilizó el referéndum para quejarse del presidente Uribe y que la Iglesia también maniobró el asunto. La discusión sobre las Farc y la paz, en el fondo, fue una más de muchas otras que se mezclaron en el referéndum. Por lo tanto, el resultado fue en buena parte producto de esa combinación de factores.

REVOLUCIONES

La gente ya no pide reformas sino cambios estructurales, cómo evalúas esas ansias de precipitación.
Es que no estamos en época de reformas. Arrastramos unos paradignas que nos servían para explicar el siglo XX y que cada vez nos sirven menos para explicar lo que viene. No es una época de reformas ni de revoluciones desde arriba, sino todo lo contrario, vendrán desde abajo.

¿Cuáles son las revoluciones que se vienen?
El cambio digital es un cambio de conocimiento. Ahora, si tú tienes conocimiento, yo también lo puedo tener. El que lo tengas tú, no impide que también lo pueda tener yo. Por lo tanto, es un conocimiento distribuido. Por eso pienso que podríamos avanzar más hacia sociedades comunitarias, en que lo público sea visto como lo común y no como lo estatal. Esa idea de que lo público es lo estatal, la deberíamos superar. ¿Por qué no podemos recuperar el control, por ejemplo, sobre los bienes comunes básicos? El agua, la energía, la vivienda. Lo otro, las reformas no dejan de ser pequeños apaños que se va haciendo para intentar mantener lo que sabemos que no funciona bien.

Tú crees que nos acercamos al fin de los partidos, al menos como los hemos concebido hasta ahora…
Nos acercamos al fin de los partidos que conocimos en el siglo XX como partidos de masas. Yo creo que ese tipo de partidos tienen los días contados. Ahora hay más bien formaciones, conglomerados. En el caso de España es muy normal que las personas que formen parte de una candidatura electoral, sean de diversos partidos, independientes, e incluso gente que tiene doble militancia. Desde un punto de vista más juvenil eso se ve normal, aunque los partidos son muy jerárquicos. La diferencia entre Podemos y el Partido Socialista, por ejemplo, es que Podemos es un partido de comunity manager, y el Partido Socialista contrata a un comunity manager. Y eso se nota en las formas de acción. Esos son elementos de cambio. Por eso digo que vamos hacia un tipo de partido distinto, mucho más dirigido hacia un partido-movimiento que a partido estructura.

¿Es posible resetear la política?
Yo creo que es necesario. Estamos en un momento en que si no reseteamos la política, el autoritarismo va a adueñarse de ella. O sea, si no somos capaces de cambiar el rumbo político entre todos, la política autoritaria nos va a cambiar a todos. Yo creo que este es el dilema en el que estamos. No podemos abstenernos de participar, pensando que alguien lo arreglará, porque seguramente si hacemos esto al final encontraremos las consecuencias de este absolutismo.

¿Es necesario reinventar la democracia también?
Sí, hacer que coincidan las promesas con las realidades. Si confundimos la democracia con votar cada 4 años estamos perdidos. La democracia no es eso. Es igualdad y justicia. La tenemos que llenar de contenido, porque si no, la gente dirá para qué tengo que ir a votar si no me sirve para nada.

Pero también existen esfuerzos para que cualquier efervescencia sea contenida, eso que algunos denominan principio de gobernabilidad.

Eso es una mirada muy conservadora. Creo que el consenso está muy sobrevalorado. Lo que tenemos que valorar en una sociedad es el conflicto, porque genera innovación, cambio. El sitio donde más consenso hay es en un cementerio. Ahí todo el mundo está de acuerdo y nadie dice nada. Por lo tanto ahí no hay conflicto, porque no pasa nada. Las sociedades con conflictos son sociedades creativas. El problema es cuando no hay vías para encauzar ese conflicto y convertirlo en algo creativo se convierte en algo enquistado y violento. Pero la base de la democracia es que un país es más democrático, cuanto más disidencia es capaz de contener, no cuanto más consenso tiene. Por tanto la democracia más potente, más rica, es aquella que es capaz de contener más conflictos.

Cómo ves la disputa por la hegemonía entre distintas generaciones políticas. Acá en Chile es un gran tema.
Las instituciones han sido capturadas en buena parte por esas elites políticas que quieren mantener una hegemonía de la apariencia, mientras la nueva hegemonía política aún no aparece. No conozco tanto la política chilena, pero me imagino que entre Lagos y Sharp hay un mundo de distancia. Y por lo tanto, la gente joven aún tiene alguna posibilidad de entenderse con Sharp, pero a Lagos lo ve de otra época. Eso, a lo mejor, es injusto, porque Lagos puede ser un buen político, pero el corte etario también marca esa sensación. Aun así, creo que necesitamos una renovación muy importante de los sistemas políticos.

En Chile se esté articulando un Frente Amplio, con fuerzas renovadas, gente joven y nuevos nombres. ¿Qué piensas de la irrupción de estos nuevos movimientos?
A mí me parecen bien si logran ir más allá del nicho de gente politizada joven que promueve estas ideas. Lo que fue sorprendente en España, fue que en el momento de los indignados y del 15M, la gente joven politizada quedó totalmente desbordada porque llegó gente muy nueva y eso fue muy importante. Si la mitad de los chilenos no van a votar y esas nuevas organizaciones disputan solamente la franja dentro de los que votan, no habrán ganado nada. Lo importante es que estas nuevas formaciones políticas vayan más allá de aquellos que siempre han estado interesados en la política.

¿Imposible no preguntarte, como buen catalán, qué piensas del proceso de recuperación de tierras del pueblo mapuche?
Recuerdo que dirigí una tesis de una chilena sobre el problema que tuvo el proceso constituyente en Chile al no incorporar la identidad de los pueblos originarios en el debate. Si existe sólo una forma de ser chileno, eso es un problema. El futuro en el que estamos avanzando es un futuro donde la diversidad cuenta tanto como la libertad y la igualdad.

¿Eres partidario de los Estados plurinacionales?
Totalmente, la aceptación de la diversidad es un elemento básico.

A propósito del congreso en el que participaste. ¿Cómo ves el futuro?
Lo veo complicado, pero al mismo tiempo, si somos capaces de plantearnos los retos que tenemos, puede ser mejor. No soy pesimista, pero lo veo complicado.

¿Hay algunos que piensan que los cambios necesitan más tiempo? ¿Estás de acuerdo?
La política es lenta porque se necesita deliberación. Pero eso no quiere decir que sea eterna. Lo que tenemos que buscar es un mecanismo que nos permita tomar decisiones rápidas pero, al mismo tiempo, que no sea democracia instantánea. Lo que no me gustaría es que fuéramos con el móvil diciendo pena de muerte sí o pena de muerte no. Eso sería muy rápido y sería muy poco democrático. Tenemos que ser capaces de combinar rapidez con deliberación.

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