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Opinión

19 de Abril de 2017

Editorial: La hora de la verdad

El gran problema del progresismo por estos días (porque todo muta a la velocidad del rayo), es que no tiene voluntad de triunfo. Cuando mucho, la necesidad de mantener o aumentar sus posiciones en el Congreso, pero no un camino de desarrollo confiable y articulado para el país. Tanto Guillier como Sánchez apuestan a la empatía, a la comprensión de los malestares y a la sustitución de las viejas mallas gobernantes. Encarnan un deseo de cambio y una voluntad democrática que no termina de formularse en propuestas concretas

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Son muchos quienes desde la Democracia Cristiana hasta el Partido Pirata (miembro del Frente Amplio) dan por ganador en las próximas elecciones a Sebastián Piñera, cuando ni las encuestas más próximas a su comando permiten concluirlo tan fácilmente. Yo tiendo a pensar que para buena parte de esos políticos de la nueva y la vieja izquierda, es más tranquilizador confiar en la derrota que apostar por el triunfo. A un amplio sector de la Nueva Mayoría le complica, por el momento, ganar con Alejandro Guillier. Los de centro lo consideran muy de izquierda, los laguistas lo ven como un advenedizo, a los intelectuales les parece vacío de contenido y a los tecnócratas les aterra su entorno “lúgubre” e inexperto. Un buen número de estos, tras recitar la fórmula “aquí lo digo y aquí lo niego”, confiesan que se sentirían más cómodos en la oposición a Piñera que dando la cara por él. Y algo no muy distinto sucede en el Frente Amplio. Beatriz Sánchez representa para ellos la posibilidad de ampliar su base de votación y consolidarlos como alternativa política. Si ella llegara a ganar, sin embargo, muy pocos a su alrededor se sienten capaces de llevar adelante un gobierno.

Es decir, el gran problema del progresismo por estos días (porque todo muta a la velocidad del rayo), es que no tiene voluntad de triunfo. Cuando mucho, la necesidad de mantener o aumentar sus posiciones en el Congreso, pero no un camino de desarrollo confiable y articulado para el país. Tanto Guillier como Sánchez apuestan a la empatía, a la comprensión de los malestares y a la sustitución de las viejas mallas gobernantes. Encarnan un deseo de cambio y una voluntad democrática que no termina de formularse en propuestas concretas. De hecho, ambos responden lo mismo cuando se les pregunta por su programa: que nacerá de abajo hacia arriba, de lo que sus mismos votantes consideren deseable y no de las claridades previas que ellos posean. No se dan cuenta de que al plantear esto, lo que están haciendo es reconocer que su izquierda no sabe a dónde ir. Nada muy distinto, en todo caso, de lo que sucede con ese sector político en el resto del mundo.

Estas dos, parecen candidaturas de espera y de extravío, más sintomáticas que resolutivas. Lo lamentable es que, mientras tanto, la derecha tiene claro lo que quiere desmontar. Por eso resulta tan importante ajustar el diagnóstico de la situación actual, porque no habiendo claridad de a dónde dirigirnos, es mucho lo que se puede desandar. Si lo que hay es visto como calamidad, faltará la fuerza para proteger lo alcanzado (cada cual dirá si mucho o poco), mientras termina de surgir un verdadero proyecto que proponer.

“Las mentiras, que a menudo sustituyen a medios más violentos, bien pueden merecer la consideración de herramientas relativamente inocuas en el arsenal de la acción política”, dice Hanna Arendt. Y es cierto, hasta que le llega la hora de la verdad.

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