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Opinión

19 de Abril de 2017

Marcelo García, chofer y músico empedernido: Las andanzas del taxista orquesta

Mientras el gremio de taxistas continúa sus protestas por la irrupción de Uber, un chofer busca marcar la diferencia y se dedica a recorrer las noches capitalinas al ritmo de la música. Con una mano en el volante y la otra en sus instrumentos, Marcelo toca melodías de todo tipo al mismo tiempo que transporta a sus perplejos pasajeros por todo Santiago. Aquí, habla de cómo logró combinar el trabajo con su pasión artística, sus aventuras nocturnas con clientes enfiestados y critica el mal servicio que ofrecen muchos de sus colegas.

Matías Burgos
Matías Burgos
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Hace 25 años lo que hago es salir a escuchar y tocar música todas las noches en mi taxi, entonces cuando la gente me para en realidad me está interrumpiendo. Son ellos los que están equivocados si creen que soy un taxista, porque solo quiero disfrutar la música y esa es mi verdadera ocupación. Se trata de amar la vida cada día porque estoy contento de estar en el mundo, nada más. Las personas ven al tiro algo distinto en mí y la idea es que se vayan relajados observando su entorno, mientras yo me entretengo tocando mis instrumentos.

Todo partió porque caché que cuando iba conduciendo siempre marcaba la percusión con el volante. Así que empecé a traer mi cencerro y una baqueta para ir tocando. Otro día eché arriba unas maraquitas, después mi flauta y así me fui equipando. Pongo unas bases en mi miniestudio y voy tocando con una mano mientras manejo con la otra. Los pasajeros no pasan susto, porque igual vienen efervescentes con sus traguitos encima y les explico que soy músico, que el volante es un instrumento más en mis manos. La gente me pide las percusiones y les enseño como se tocan, nos vamos pasándola increíble. Muchos me han hecho dar una vuelta más larga porque no les importa el valor de la carrera ya que están viviendo un buen momento. El otro día a una señora le salió diez lucas pero me pagó veinte, agradeciéndome incluso. A veces llevo personas que van amargadas y siento que les doy alegría, me dicen: “Don Marcelo, con esto me dieron ganas de disfrutar mi vida”. Es raro, lo tienen todo pero no se dan el tiempo de pasarlo bien y ser felices.

Tengo dos edades. En mi cuerpo he vivido 54 años, pero en espíritu tengo 28. Soy egresado de Pedagogía en Química de la Universidad Católica. Mientras estudiaba tomé muchos electivos: hice tres años de astronomía, fui seleccionado en montañismo, aprendí pintura y fotografía, pero nunca dejé de tocar música. Alcancé a ejercer un año de profe cuando se implementó un sistema en que los alumnos podían elegir entre química y física, lo que redujo el campo laboral y paso a ser una pega muy mal pagada. Después me dediqué a vender celulares donde me fue bien porque, como soy un artista de espíritu libre, entraba con cualquier persona. Soy tan bueno que podría venderle un barco a un boliviano.

Esa búsqueda de oficio me trajo al mundo del transporte. En esa época, con un vehículo nuevo podías llevar gente sin muchos requisitos, pero me decidí desde el principio a brindar un buen servicio aunque siempre a mi manera. Me gusta estar en el sistema, pero sin que aplaste mi alma creativa y mi taxi es el lugar donde soy libre, yo elijo como lo hago. Decidí trabajar de noche porque no me gusta el sol, manejar con calor es horrible y está todo Santiago colapsado. Además a estas horas las calles están despejadas y las personas que llevo van o vienen de una fiesta, de un matrimonio o un restaurante. Me gusta esa vibración enfiestada y como tengo tanta música, basta poner un buen tema para entrar en onda con el cliente.

Tengo 50 gigas de canciones en mis pendrives, música de buena calidad que va desde cumbias a electrónica y engancho con quien sea. Para terminar la noche les pongo una canción oriental bien relajadita para bajarles las revoluciones y me pongo a tocar esta flautita, que se llama piccolo. Les armo un ambiente con show de luces de colores y quedan locos, especialmente los que vienen drogados después de sus fiestas electrónicas.

Trabajo de lunes a sábado desde las nueve de la noche y llego a mi casa en Las Vizcachas a las siete de la mañana. Duermo hasta las dos de la tarde y después me pongo a tocar lo que me dé ganas, a todo volumen. Tengo timbales, trombón, trompeta, teclado, guitarra y charango. Elijo de acuerdo al bioritmo que tenga en el momento ya que para un artista como yo todos los días son distintos, en eso se parece a la vida de taxi. Soy soltero pero tengo mi compañera con la que convivo, ella es media mal genio pero a punta de música la corrijo, ja, ja, ja. Mis niños son mis cuatro perritos: Mey Santamaría, Negro, Atila y Yuly. El domingo me lo doy libre para ellos, lo malo es que estoy acostumbrado a trabajar de noche y cuando me acuesto no puedo dormir. Llego a la mañana del lunes con los ojos abiertos.

Uso mi sensibilidad de músico para elegir a la gente que llevo. No puedo ser discriminador, pero el mundo de noche es distinto y debo seleccionar bien a mis pasajeros. Evito a los flaitongos, siempre los alumbro y los cacho por su corte de pelo, los pantalones pitillo y las zapatillas caras que usan. Me dicen: ‘pero tío, mire si tengo plata’, mostrándome cien lucas en una billetera. Y ahí se quedan con su plata en la calle, que seguramente le robaron a alguien. Una vez hace años llevé a un tipo que de la nada me puso un arma en el cogote, sentí el cañón heladito mientras iba conduciendo y me robó todo. En otra ocasión me asaltaron y me metieron en la maletera, pero yo tengo un sistema para abrirla desde adentro y no se dieron cuenta cuando salté pa’ afuera. Siempre manejo un celular dentro de mi calcetín así que llamé a los pacos al toque. Después recuperé mi vehículo, algo roto por dentro, pero la saqué barata.

Tengo experiencia tocando en vivo. En 1981, cuando estaba saliendo del liceo, con un grupo de amigos salimos en el programa Cuánto Vale El Show y salimos segundos. Hace como diez años tuve un grupo de jazz, la Harmony Jazz Band, que funcionó hasta que el tecladista se enamoró. De repente los clientes me llaman para tocar en su fiestas. Mi show lo hago solo, es algo corto de unos pocos temas, pero es muy entretenido y me hago unas diez, quince luquitas. En todo caso no ando buscando estas cosas, me llegan de suerte y porque transmito emoción. Soy fanático del folclore de Los Cuatro Cuartos y Los Huasos Quincheros, pero como soy más festivo me encanta Amar Azul, Américo, el grupo La Cumbia, Villa Cariño y esa onda nueva. Mi sueño máximo es tener una banda de salsa y cumbia.

Me han tocado pasajeros famosos. He llevado al Bombo Fica, Joe Vasconcellos, Adela Calderón, Sergio Lagos, Sigrid Alegría, al Flaco de Dinamita Show y a los Inti Illimani. A todos les ha gustado mucho mi música y me han dicho que soy el mejor taxi de la noche. Yo les respondo que simplemente salgo a entretener. Me han entrevistado en dos canales de televisión y aparecí en un diario porque la gente sube mis videos a YouTube. Ahí me pusieron “el taxista orquesta”, lo que tomo como una humorada pero sin creerme estrella.

No me psicoseo con el tema de Uber, pero creo que ellos ganan más sin estar capacitados para transportar gente. Igual hay que mejorar el servicio de taxis en Chile, en todos los cajones hay manzanas con gusanos, pero no todas son así y es lo mismo con este gremio. Los políticos tienen que legislar tomando en cuenta que llevar personas es un privilegio, no cualquiera puede hacerlo. El que hace un oficio de mala manera se expone a maltratos y yo trato de brindar el mejor servicio posible: mi auto es moderno y lo mantengo impeque, ando bien vestido, sin cortes flaites ni aros y soy cordial. La flor de loto sale en medio del barro, creo que así soy yo y me distingo del resto. No tomo alcohol, no fumo y ni siquiera tomo café, me mantengo despierto con mi energía personal nomás. Como músico soy rígido y disciplinado, sin notas intermedias”.

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