Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar

Opinión

26 de Abril de 2017

Columna de Constanza Michelson: La mañana, pornografía doméstica

"Esta vez se relativizó el lugar de la víctima exhibiendo su informe ginecológico. Se cometió un femicidio simbólico en tal acto, frente a esto, las señoras y señores Juanita fueron implacables".

Constanza Michelson
Constanza Michelson
Por

¿Quién es la señora Juanita?. Es una ficción construida desde los antagonismos de clase y género. Es la vieja, sujeto de ninguna reivindicación política, no hay marchas por ella, no obstante, es manjar para discursos políticos y para el administrador de audiencias televisivas. Es la fantasía sobre una supuesta mujer rotundamente doméstica, de poca sofisticación mental y altamente manipulable si se le habla con ternura. Se la idealiza más por interés que por estima, se la sueña de pureza infantil, despolitizada, pero moral. Se le atribuye, para bien o para mal, el lugar de la reserva moral de la ciudad. Para el poder, cautivarla es interesante pues sería ella el pivote de la familia, aquel lugar de reproducción social. Así, se la seduce con ideas sencillas y concretas, pues ésta no vería horizonte más allá de su hogar, como si requiriera antes que un discurso político, un gasfíter. Habría que entretenerla, por la misma razón, dados sus límites existenciales reducidos, con la liviandad de una compañía sin complejidades mientras que, en su soledad hogareña, realiza su vida.

Es este el estereotipo mezquino bajo el cual me atrevería a decir que operan los matinales. Programas que se estructuran como magazine, es decir pasando por temas diversos, incluso inconexos, pero que comparten un tratamiento similar: la infantilización. Adecuándose a la moral de los tiempos, estos shows se proponen entregar un “sano entretenimiento”, que básicamente significa no generar ningún tipo de tensión con el status quo. Durante la dictadura la apuesta de los programas familiares era que la mujer del hogar se viera reflejada en la contención represiva, los buenos modales y la casa pulcra como triunfo ético. En los tiempos del Chile del jaguar, se la descomprimía en una euforia chauvinista, ahí en los conductores de matinal vestidos con “la roja” cantando el “chileno de corazón”, la señora Juanita podía ver la esperanza del futuro de sus hijos, estos también podrían ser triunfadores. Supongo que pasaron más de una estética con los años, hasta llegar hoy a la versión del matinal “50 sombras de Grey”, pornografía doméstica para la familia.

El matinal no se queda atrás, va con los tiempos. No escatima en hablar de sexo, incluso es bastante propositivo al respecto, muestra más, porque va acorde a la liberación. No obstante, nada dice que subvierta los lugares clásicos: ¿podría llegar la notera sexy a ser la conductora? Posiblemente no. Esos lugares se distribuyen aún por clase, la mujer para la cama y la mujer para casarse (o conducir). Lo mismo con el hecho de que sean una pareja heterosexual los anfitriones permanentes.

Lejos de sancionar los contenidos de estos programas como tontos -¡que tire la primera piedra quien no quiera tontear o atontarse cada tanto!- se trata de que los contenidos son tratados como tontos. Porque por más que se hable de poliamor, asesinatos o comida saludable, se lo hace desde el infantilismo. Sin discusión, sin matices, sin las tensiones del antagonismo que el habla sexuado y adulto implica. Incluso los tan vilipendiados programas de farándula arman más debate, tomando posición política frente a los asuntos de los medios de comunicación. Quizás porque sus panelistas nunca se propusieron jugar a buenitos, ni suponen que su audiencia, las señoras Juanitas, son algo así como Teletubbies, seres inocentes y asexuados.

A la base de lo perverso hay una operación que en psicoanálisis se le llama “desmentida”: se trata de hacer como que no se ve lo que es evidente, desmiente las tensiones de clase, sexuales, de género. Niega lo sexuado -aun cuando se hable de sexo- arrasando con la complejidad del sentir humano, obligando a que todo valga lo mismo. Los abusos tienen esta estructura, donde un roce, una arbitrariedad, pasan como errores disimulados en la “pura buena onda”, como si no hubiese intereses y deseos implicados. Quizás por lo mismo, es en ese forzamiento de “sano entretenimiento” que el show de la mañana puede caer también en los excesos que permite esta operación de desmentida: como las barbaridades dichas con buena intención, como si eso las eximiera; o bien, otorgarle en pantalla el mismo valor de verdad al diagnóstico hecho por prestidigitadores que el de los médicos; y por cierto, darle crédito a médicos que desde el poder del delantal blanco hablan de cuestiones morales antes que científicas; y qué decir sobre desclasificar negligentemente informes judiciales en nombre de la búsqueda de la verdad.

Es quizás esta asepsia la base ética de los matinales, unos más que otros, que los lleva a caer en la banalidad del bien, que suele transformarse en un mal. Como el paradójico entusiasmo del matinal de Canal 13, frente a la mejora en el rating gracias a sus panelistas “espirituales”. Fue precisamente uno de ellos, quien en tal entusiasmo abusó de su investidura médica para dar una teoría nefasta e irresponsable respecto de las causas del cáncer, que nada tiene que ver con la medicina. Y no se trata del debate legítimo entre la medicina tradicional y otras formas de conocimiento, tampoco de ahorrarse el debate pendiente respecto de la mercantilización de la salud, de lo que se trata es de que permitieron, no una, sino dos veces que se dijera una mentira burda y despiadada acerca de algo tan sensible como el cáncer. Eso hizo el Dr. Soto, usando la medicina para hablar fuera de su campo de saber, declarando que las mujeres posesivas sufren cáncer de mama, y los niños se enferman por el reflejo del odio de sus padres. No resiste análisis. La banalidad del bien -promover la esperanza (infantil)- de que la mente controla la enfermedad y que la gente positiva no muere- se transformó en negligencia y mal.

La audiencia en esta oportunidad puso un límite, parece que no lo suficiente para que la línea editorial acusara recibo. Y el entusiasmo continuó, esta vez exponiendo en lo más íntimo a la víctima de uno de los casos más brutales de violencia de género, el de Nabila Rifo. Así como el Dr. Soto creyendo hacer el bien, su banalidad y seguramente la euforia del éxito, responsabilizó a los enfermos de su padecer; esta vez se relativizó el lugar de la víctima exhibiendo su informe ginecológico. Se cometió un femicidio simbólico en tal acto, frente a esto, las señoras y señores Juanita fueron implacables.

Como la pornografía, su versión doméstica muestra todo, para precisamente invisibilizar lo relevante, los juegos de poder, las tensiones, la ideología que está presente en todo discurso. No todo da lo mismo. No digan más que es lo que la audiencia pide. No nos digan más señora Juanita.

Notas relacionadas

Deja tu comentario