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Poder

27 de Abril de 2017

El último de la dinastía: La desconocida vida de Agustín Edwards del Río

El actual director de Las Últimas Noticias, Agustín Edwards del Río, carga una mochila de 200 años sobre sus hombros: Los cinco primogénitos anteriores, encargados de dirigir las empresas y el rumbo de la familia, forjaron una fortuna, fundaron medios, fueron ministros de Estado y activos participantes de la política nacional. Pero él optó por una vida alejada de la primera línea. Algunos aseguran que su padre nunca lo consideró apto para tomar el poder y que Cristián, el mismo que fue secuestrado por el Frente en 1991, sería el elegido. Lo concreto es que nunca en el recuerdo de esta familia, una de las más influyentes de la historia de Chile, la sucesión ha estado tan difusa y que con Edwards del Río, de 63 años y sin hijos, se terminará la dinastía de agustines.

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Agustín Edwards del Río está parado frente a un grupo de quince excompañeros del Grange School que lo miran expectantes acomodados en sus asientos. Está vestido de sport. El power point que preparó días antes se proyecta tras él. Aunque no hay precisión en la fecha- “fue en el 2015 o 2014”, recuerda un amigo cercano-, del lugar no hay dudas: el Country Club, un exclusivo recinto recreativo ubicado en La Reina. Se han juntado ahí por décadas, todos los primeros martes de cada mes.

Hace un par de semanas, Agustín se ofreció ante el organizador del evento para cumplir una tradición: preparar una exposición sobre su propia vida, en la que debe contar a qué se dedica y cómo lo hace. Hoy será la primera vez que Agustín pasará por el ritual desde que asumiera la dirección de Las Últimas Noticias (Lun) en 2001, después de haber trabajado en varias otras empresas de su padre, Agustín Edwards Eastman, dueño del diario más influyente en la historia de Chile: El Mercurio.

Las palabras de Agustín se mezclan con risas y bromas. Se conocen desde la década del 60. Desde que Edwards, aquel introvertido e inteligente adolescente que sacaba las mejores notas del curso, prestaba su casa para las fiestas juveniles. En esos momentos hablaban de la incómoda burbuja social en la que vivían. De fondo sonaba la música de los Rolling Stones.

–El diario es un trabajo intenso- dice Agustín calmadamente -. Superviso cada detalle, hasta última hora. En todo caso, no han cambiado mucho las cosas en mi vida: sigo acostándome con el cántico de los pajaritos, tipo 5 de la madrugada, tal como lo hacíamos en nuestra época-. El grupo ríe.

Explica el giro que le dio a Lun cuando se hizo cargo- un diario que estaba en un pésimo momento- y de cómo el diario tiene como fin aportar a las conversaciones cotidianas de las familias chilenas. “Nunca antes lo había visto hablar sobre su trabajo con la pasión que mostró esa noche. Parecía que por fin había encontrado su lugar. Dio a entender que trabajar en Lun lo motivaba más que estar en El Mercurio”, cuenta uno de los asistentes.

En la vida de Agustín, la hora de acostarse no es lo único que sigue igual. Sus compañeros, que ya tienen más de 60 años al igual que él, lo conocieron desde niño como el futuro heredero del imperio Edwards, viviendo en un hermetismo propio de una realeza. Hoy, a pesar del tiempo y tantas conversaciones, siguen sin conocer mucho de su vida íntima.

Después de varios minutos exponiendo ante la mirada atenta de sus excompañeros, Agustín, como queriendo por fin revelar algo de sí mismo, dice: “De toda mi explicación hay una cosa que debe quedar clara: yo soy Lun”.

LOS AGUSTINES

Agustín Jorge Edwards del Río, nacido el 15 de mayo de 1953, es el sexto Agustín del linaje familiar. Siguiendo la tradición del mayorazgo, cada primogénito bautizado con ese nombre estaba destinado a asumir el control de la familia cuando muriera el patriarca, cual sucesión real. El estilo siempre fue el mismo: no solo tomar las decisiones económicas y empresariales, sino que también ser responsable de sus hermanos e hijos.

El primero de todos fue José Agustín de Dios Edwards Ossandón, un hombre que no terminó la educación primaria, alejado del mundo cultural-intelectual, pero con un gran talento: los negocios. Tal como lo define el libro Agustín Edwards, una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio, escrito por Víctor Herrero, perteneció “a ese grupo de hombres que forjaron el capitalismo del siglo XIX”. A su muerte, en enero de 1878, era una de las personas más ricas de Chile.

Agustín Ricardo Edwards Ross, su primogénito, tomaría el control familiar. Militó en el Partido Nacional, y empujó al gobierno chileno hacia la guerra del Pacífico de 1879 por sus intereses económicos; fue ministro de Hacienda en el gobierno de Balmaceda, pero se pasó al bando contrario en la guerra civil de 1891, llegando a ser catalogado como “jefe reconocido de la revolución” contra el presidente.

Edwards Ross moriría a los 45 años y dejaría su imperio a Agustín Edwards Mac-Clure de 19, quien se volcó a fundar medios. Los más importantes para esta historia: 1900 funda El Mercurio de Santiago y en 1904 Las Últimas Noticias. Además fue nombrado ministro del Exterior y posteriormente del Interior. Ahí se ganó enemigos. Y de peso: Carlos Ibáñez del Campo, en 1927 le recomendó abandonar el país. Edwards Mac-Clure era amigo íntimo de Arturo Alessandri Palma, adversario de Ibáñez. El empresario y político tomó sus cosas y junto a su familia se fueron a París.

Su primogénito, Agustín Edwards Budge, tenía 27 años cuando por primera vez en la historia los Edwards se iban exiliados por temas políticos. No sería la última.

A diferencia de sus antepasados, Edwards Budge mantuvo una vida alejada de la política, centrándose en sus negocios. En pleno exilio nacería el nuevo primogénito, el quinto del linaje: Agustín Edwards Eastman, el 24 de noviembre de 1927 en París.

Pero Agustín Edwards Eastman no tuvo una relación cercana con su padre. Sí la tendría con su abuelo, Agustín Edwards Mac-Clure. El abuelo lo invitaba a sentarse a conversar a la mesa con los adultos cuando sólo tenía ocho años, algo muy extraño para el estilo jerárquico y disciplinado que acostumbraban las familias de clase alta de la época. Creció admirando a uno de los Edwards más influyentes en la historia política chilena.

En 1941 moriría Edwards Mac-Clure, mientras que Agustín Edwards Budge fallecería en 1957. Tras la muerte de ambos, Agustín Edwards Eastman, de 30 años, se hacía cargo del imperio familiar, que abarcaba un banco, empresas y su trinchera preferida: El Mercurio. Agustín Edwards del Río, el sexto del linaje, en ese momento tenía cuatro años.

Edwards Eastman, había visto en acción a dos Agustines en vida. Tenía claro cómo manejarse en su posición familiar. Desde un principio tomó el control, un ejemplo de ese poder fue lo que sucedió con su hermana Sonia, díscola de la la familia y afín a la Unidad Popular. Según un reportaje de The Clinic, del 2013, Sonia quedó embarazada después de una fugaz relación con Alfredo Carmona, un ayudante en la carrera de sicología cuando ella estudiaba en la Universidad de Chile. Para Agustín, si la noticia se hacía pública sería un escándalo familiar. El nuevo patriarca decidió que su hermana debía ir a tener a su hija a Londres. Allá, tras el parto, a Sonia se la arrebataron al nacer para entregarla a un orfanato. Con los años, la encontraría y la llamaría María Carolina Carmona.

Mientras se dedicaba a manejar sus intereses- desprestigiando las medidas de Allende desde El Mercurio y moviendo sus influencias para financiar el golpe-, sus seis hijos (Agustín, Isabel, Carolina, Cristián, Andrés y Felipe) crecían con una figura maternal cercana, pero con un padre distante. Edwards Eastman pasaba poco tiempo en la casa, por lo que su esposa María Luisa del Río se encargaba de la familia.

Según fuentes consultadas para este reportaje, Agustín Edwards no sólo fue lejano sino que opacó el desarrollo de sus hijos. Sin muchas muestras de cariño, le importaba más mantenerlos bajo su control. Algo que, según un ex ejecutivo de El Mercurio, era una constante en Don Agustín: “Edwards no solo ha ninguneado a sus hijos, sino que a todo el mundo”.

Otra fuente cercana a la familia, que prefiere guardar su identidad, tiene una visión similar: “Agustín se cagó a sus hijos. Nunca les soltó el poder, siempre los ninguneó. Y mira los currículums de los tipos, no son ni unos idiotas”.

Cuando habla de “los tipos” se refiere a los cuatro hombres, aptos para suceder a su padre según la lógica patriarcal que impera en la familia. Agustín, el primogénito, economista, ha participado en el directorio de varias empresas y es actual director de Las Últimas Noticias. Cristián MBA en Wharton, llegó a presidir la División de Servicios Noticiosos de The New York Times, uno de los diarios más importantes del mundo. Andrés, es el único que no vive en Chile y se dedica a su ONG medioambiental en Estados Unidos como consultor. Felipe, que aparece en el diario oficial como periodista, ha tenido una larga trayectoria en El Mercurio, sobre todo como vicepresidente ejecutivo de La Segunda.

Agustín “Junior”, como le dicen a Edwards del Río, sería por tradición quien debiera tomar la sucesión familiar. Sin embargo, dos detalles generan la incertidumbre sobre qué hijo asumirá el poder: el primero es que Edwards Eastman, el padre, vivió más que cualquier otro Agustín, acostumbrados a tomar el control familiar desde muy jóvenes, en sus 89 años nunca hizo un gesto público de traspasar el mando. El segundo es que el 2009 Cristián Edwards llegó hacerse cargo de la Vicepresidencia Ejecutiva de El Mercurio, un cargo con mayor influencia que el de su hermano mayor.

Sea cual sea el elegido, la tradición de los primogénitos que tanto ha cuidado la familia Edwards en casi 200 años se alterará en esta generación: si Cristián, de 59 años, toma el relevo de su padre, el linaje de agustines se cortará por primera vez. Si “Junior” es el sucesor, la línea directa que lo unía con Agustín Edwards Ross morirá con él: a sus 63 años el actual director de Las Últimas Noticias nunca ha tenido un hijo.

LOS HIPPIES

Marzo de 1969. Por los pasillos del Grange School camina Alberto Labbé Troncoso, director de la Escuela Militar. Camina seguro hacia la sala del tercero medio, donde en una de las sillas está sentado Agustín Edwards del Río. Labbé, padre del ex alcalde de Providencia, sería llamado a retiro tres años después por negarse a rendir honores militares a Fidel Castro en su visita a Chile.

Tiene un objetivo claro: convencer a los jóvenes de la elite chilena a ofrecerse de voluntarios para realizar el servicio militar, gracias a un sistema recién creado que permite a estudiantes compatibilizar sus estudios con los entrenamientos.

“Nadie de nosotros quería hacer el servicio, no nos importaban los milicos, pero nos ofrecieron licencia de conducir antes de los 18 años, andar en tanques y tirarnos en paracaídas. Con eso, a esa edad, nos convencieron”, recuerda un exalumno del Grange. Además, dice que cuando llegaron a sus casas sus padres los apoyaron de inmediato.

“No a la guerra, sí a la paz. Aunque era más moda que convicciones profundas. Pero concordábamos en que la guerra no era la solución. La mayoría nos disfrazábamos de hippies”, recuerda el mismo amigo de Agustín. Aunque asegura que Junior era más recatado, no se vestía como el resto. Fue siempre más conservador.

A pesar de su perfil más introvertido, Junior era partícipe de las fiestas de la época. De hecho, habitualmente invitaba al grupo a su casa, para aprovechar la piscina y el enorme terreno. “Esas juntas eran con minitas, cervezas y música”, asegura un amigo. Se bailaba rock and roll o Rolling Stones. Aunque para los momentos más calmados, Bob Dylan iba fijo. El grupo, compuesto por unos 15 alumnos del Grange School, ya era de confianza en la casa de los Edwards. La madre, María Luisa del Río, los recibía cariñosamente. Ellos podían entrar a la cocina y prepararse sándwich es sin ningún problema.

“El papá casi nunca estaba. El resto de amigos teníamos una relación con nuestros padres más cercana. A veces, cada uno salía con su familia. Pero yo por lo menos nunca vi eso entre Junior y su padre. De hecho, cuando estábamos en la casa y él llegaba, nos miraba serio y apenas saludaba. Nunca vi una expresión de cariño hacia su hijo”, relata un amigo que participó de esas fiestas.

En el grupo, Junior era fundamental. Cuando salían a fiestas, los padres de los estudiantes sólo le daban permiso a sus hijos si iban con Agustín. “Era regalón y protegido. Lo mandaban en auto y con chofer a las fiestas, entonces ahí nos sumábamos nosotros. Después nos dejaban cerca de nuestras casas”, recuerda el mismo amigo.
En esas salidas, a veces conversaban de política. Influenciados por la convulsionada época en la que vivían- un año antes había sido la revolución del 68, con grandes manifestaciones en Francia y EEUU, y también en Chile, con el histórico lienzo “El Mercurio miente” desplegado en la Universidad Católica el 67-, hablaban de que la sociedad debía cambiar, reconocían el estatus privilegiado en el que vivían y eran críticos con sus padres. “Pero Agustín opinaba muy poco. No tomaba posición. Sólo escuchaba y se mantenía distante. Aunque estaba lejos de incomodarse con las conversaciones”, recuerda un amigo.

Semanas después de la visita de Labbé al colegio, el grupo ingresó al servicio militar. El primer problema lo tuvieron de entrada: a todos les cortaron el pelo. El segundo problema vino poco después: nunca anduvieron en tanques, ni se tiraron en paracaídas y para qué hablar de licencias de conducir. Sólo bastaron un par de días para querer desertar. “Nosotros pensábamos que Agustín, por ser hijo de una persona tan influyente como su padre, tenía ciertos beneficios”, asegura el excompañero. En pleno entrenamiento Junior se paró frente a un militar y le dijo que ya no seguiría como voluntario, que él se iba a su casa. El militar lo miró y lo mandó a hacer flexiones a gritos. Estuvieron un año en el servicio.

“Para septiembre del 69, nos hicieron desfilar en la parada militar. A nosotros no nos importaba nada. La noche anterior, se nos alargó el carrete hasta el otro día. Llegamos curados al desfile. El escuadrón del Grange School tambaleaba para todos lados”, recuerda entre risas el exalumno del colegio.

En 1970, Allende asumió la presidencia de Chile el 4 de noviembre, a sólo un mes de salir de cuarto medio. Varios de sus padres habían trabajado muy en serio para que la Unidad Popular no tomara el poder. Agustín Edwards Eastman, se convertía en uno de los principales enemigos del gobierno tras la llegada de Allende al poder.

En un par de semanas, varias familias del grupo de quince amigos del Grange, vendieron sus casas para irse de Chile. No hubo tiempo para despedidas. “Fue un momento muy traumático para todos, porque el grupo de amigos no siguió más. Fue todo repentino. A los 17 años se quebró el mundo en el que vivíamos”, recuerda un amigo de ese grupo.

Agustín Junior junto a su familia tomarían un avión rumbo a EEUU. Allá lo internarían en The Choate School, un establecimiento a 90 kilómetros de distancia de la casa donde se asentaron los Edwards.

EL SÍNDROME DEL HEREDERO

Los Edwards se fueron de Chile apenas asumió la presidencia Salvador Allende en 1970, en una especie de autoexilio en Estados Unidos. No sería por mucho: en 1975 ya estaban de vuelta. Había sido la segunda vez que la familia vivía fuera del país por asuntos políticos.

En EEUU, después de haber estado meses en The Choate School terminando su enseñanza secundaria, Agustín Edwards del Río ingresó a la universidad Trinity College para estudiar Bachillerato mención negocios. La familia esperaba que el primogénito se graduara para volver.

Al regresar, Agustín Junior se reencontró con la mayoría de sus excompañeros de colegio. Para los amigos del Grange School, Agustín Junior seguía siendo el mismo joven alto, macizo, de frente amplia, nariz puntiaguda y labios pequeños, más bien serio, observante, mesurado, seguro; pero ahora, con los años, tenía algo distinto: volvió convertido en un norteamericano, con todo lo que ese estereotipo conlleva. “Agustín es un liberal, muy gringo. Es frío, racional y muy concreto para pensar. No le importa tanto la teoría política, sino que los números, lo práctico, lo comprobable”, dice un amigo.

Tenía 22 años cuando volvió. Su padre parecía tener un plan para el primogénito: primero lo puso como periodista en El Mercurio, tal como lo hicieron con él cuando joven. Luego, en 1976, con 23 años, lo instaló en el directorio de CCU, aunque poco después el padre vendería sus acciones. Desde comienzos de la década del 80, presidió el directorio del Banco Edwards. Ninguno de sus hermanos pasó por tantas empresas familiares como Junior.

En 1981, Junior puso un alto a su ajetreada vida empresaria. El 28 de diciembre de ese año se casaría con Therese Matthews, en una ceremonia celebrada en Viña del Mar. Matthews, una norteamericana de familia acomodada, en la década del 90 se convertiría en campeona nacional de Pruebas Ecuestres.

A pesar de la nueva vida matrimonial, Junior seguiría al pie de la letra la ruta trazada por su padre. Continuó en el Banco Edwards, posteriormente lideró Intercom- empresa de televisión por cable que Edwards Eastman vendería más tarde-, integró la fundación Paz Ciudadana y participó en otras sociedades familiares.

En los 90 el poder económico de los Edwards ya no era el mismo. No hay mayor testigo de ese proceso que Agustín “Junior”. Después de haber estado en casi todas las grandes empresas familiares, el primogénito vio cómo en 1999 su padre se desprendía del último gran negocio: el banco Edwards, vendiendo su participación al grupo Luksic. El Mercurio se convertiría en la trinchera para mantener el poder. Aunque en esa misma época el histórico diario entraría en un declive de su influencia.

“El Mercurio ya no es el tótem que era hace 30 o 40 años. En los años 70 era una institución. A mediadios de los 90, El Mercurio comienza su declinación, debido a los cambios tecnológicos y la diversificación de la elite, que gran parte de ella ya no lee diarios, o se informa por otros medios”, asegura un hombre ligado al diario.
Sin embargo, fue Las Últimas Noticias, propiedad de los Edwards, el medio más golpeado en este naciente periodo democrático que vivía el país. El modelo exitoso de la década del 70, centrado principalmente en noticias policiales, entró en una fase de decadencia que se profundizaba día a día. Para 1995 las ventas eran muy bajas.

Justo ese año, Agustín Junior había renunciado a la presidencia del Banco Edwards. El primogénito debía cambiar de aires. Y en vez de posicionarlo en un cargo importante al interior de El Mercurio, Edwards Eastman designaría a “Junior” en la dirección del diario menos exitoso del conglomerado de medios. En 1997, Agustín hijo empezaría a trabajar en Las Últimas Noticias. En 2001 sería nombrado director.

Casi con 50 años, Agustín Edwards del Río parecía haber pasado la vida preparándose para una sucesión que no se materializaba. Ninguno de sus antepasados se había tardado tanto en tomar el control familiar. “Agustín Jota tiene virtudes que quizás su padre no quería”, dice un ex ejecutivo de El Mercurio para explicar la tardanza en el traspaso de poder al primogénito.

Pese haber pasado por varias empresas y de toda la influencia que ha tenido su familia, Junior no ha formado un círculo cercano de políticos, artistas, intelectuales o escritores, algo muy diferente al estilo de su padre. Junior optó por una vida alejada de la exposición pública.

“Agustín ha vivido una vida triste, golpeada por su familia- asegura un amigo-. Vive con el síndrome del heredero, del cual nunca pudo escapar. Creció cercado con una muralla a su alrededor”.

YO SOY LUN

-¿Quién es Kenita Larraín?- preguntó Agustín Edwards del Río en una de sus primeras reuniones de pauta tras asumir la dirección de Lun el 2001. El nuevo jefe del diario, parecía desconectado de la actualidad nacional, según periodistas que vivieron su llegada.

Pero no fue lo único que llamó la atención a los trabajadores: el nuevo jefe usaba siempre la misma ropa, un traje marca Brooks Brothers gris y camisa blanca. “Una vez le pregunté por qué usaba lo mismo, y me dijo: ‘es muy simple, la tela de este terno tiene la cualidad de no ser demasiado calurosa ni demasiado helada. A mí no me gusta complicarme la vida con lo que me voy a poner’”, cuenta un experiodista de Lun.

No sólo eso: todos quedaron impactados con la obsesión de Agustín Junior por los autos. “Yo creo que nadie sabe más de autos en Chile que él”, asegura René Naranjo, exeditor de espectáculos. Comúnmente los trabajadores lo ven en diferentes vehículos. “Hay empresas que le prestan nuevos modelos para que los pruebe”, dice un periodista que lleva más de diez años.

Desde que conoció Lun por dentro, Junior tuvo claro que al diario le faltaba identidad, por lo que el cambio debía ser drástico. “Lun era el patito feo del holding, y su desafío era convertirlo en un fenómeno”, asegura Axel Picket, ex editor de la sección nacional del diario hasta 2005. La fórmula, según Agustín, era escuchar a la gente.

El primer gran movimiento de Agustín fue regirse por los clics en internet: los artículos periodísticos que irían en el papel, comenzaron a publicarse el día anterior en la web. Las noticias más cliqueadas aparecerían como las principales al día siguiente. Así, Lun lograba saber con un día de anticipación lo que la gente quería leer. Todas las decisiones del diario pasaban por interpretar los índices de lectoría.

La primera etapa de Agustín Junior en Las Últimas Noticias estuvo marcada por la cobertura de la farándula. A punta de Daniela Campos, Zamorano, Marcelo Ríos y Kenita Larraín, el diario levantó las ventas rápidamente. El 2009 eran tres los ejes temáticos del diario: fútbol, personajes de realitys e historias llamativas.

Ese mismo año, con el éxito de Lun consolidado, llega Cristián Edwards a la vicepresidencia ejecutiva de El Mercurio SAP, cargo que le daría a su hermano un poder mayor en las decisiones de la empresa familiar. Cristián llegaba con la experiencia acumulada en The New York Times, y volvía a Chile 18 años después de vivir el traumático secuestro en 1991 por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. La pregunta de si el cuarto de los hermanos Edwards venía a tomar la sucesión del poder se abrió de inmediato.

“Desde su llegada Cristián Edwards tomó el control de la compañía. La dirección actualmente es suya y cualquier decisión la toma él”, asegura un ex ejecutivo de El Mercurio. Tras arribar a Chile y en pocos años, ocho altos ejecutivos renunciaron a sus cargos, algunos con más de 20 años de trayectoria y muy cercanos a su padre. Entre ellos Jonny Kulka, histórico gerente general del diario. Aunque en la práctica la parte periodística y editorial sigue en manos de Cristián Zegers, director de El Mercurio.

“Creo que el padre no escogió a Agustín Junior porque creyó que Cristián estaba más preparado, era más inteligente”, dice el mismo ejecutivo. Algunos entrevistados aseguran que la sucesión ya está hecha y que Cristián es el hombre. Otros dicen que con el desempeño de Junior en Lun desde que asumió la dirección, finalmente él tomará la sucesión que le corresponde por tradición.

“A Agustín Edwards padre se le imputa haber creado a los Chicago boys, el programa económico de Pinochet, de ser artífice del golpe. Cualquiera de esas cosas está a miles de kilómetros de distancia de Agustín Junior. No creo que él tenga la conciencia de trascender en la historia de Chile. Ningún hijo siente que deba proyectar la figura de su padre. No es su driver. Creo que no va haber un sucesor. Nadie asumirá el rol del padre”, cuenta una fuente que trabaja hace años en El Mercurio.

Tiempo después de la llegada de su hermano, Junior empezó a diversificar las temáticas del diario. Aparecieron con fuerza los autos, la tecnología, la ciencia aplicada, los rankings. Fue una segunda etapa, definida por lo que contó en aquella junta con sus excompañeros en el Country Club: aportar temas de conversación a la vida cotidiana de las familias chilenas.

“Tiene que ver un poco con su personalidad. Lun tiene mucho de Agustín Jota. Por el tipo de temas que trata, por los acentos que pone. Prefiere lo curioso, lo concreto, lo útil, lo práctico. Él es más bien de ese tipo, alejado de los grandes temas de política y culturales. No es intelectual, no busca influenciar en las esferas de poder”, asegura un hombre relacionado a El Mercurio.

Lun, en concreto, le abrió un mundo que desconocía y del cual se mantuvo ajeno toda su vida. “El diario está en Bellavista. Viajar era bajar de su burbuja. Tenía ganas de vivir otras experiencias, una relación distinta con su entorno, obtener una visión distinta de la sociedad. Conoció un mundo diferente, el del chileno cotidiano”, asegura René Naranjo.

Nunca ha trabajado tanto tiempo en un mismo lugar como en Lun, convirtiéndolo en distintos periodos en el diario más leído de Chile, superando las 90 mil impresiones en promedio semanalmente el 2016, según datos de Valida. “Yo creo que se siente muy orgulloso de su logro. Me da la impresión que está bastante satisfecho en donde está trabajando y no le interesa mucho estar en El Mercurio”, asegura un hombre ligado al diario.

Un trabajador que lleva años en Las Últimas Noticias, y que conoce de cerca a Agustín, tiene un diagnóstico tajante en la relación de Junior con El Mercurio: “Agustín ha evitado la solemnidad del mundo mercurial. Su trabajo actual se entiende como una especie de rebelión contra el aura del diario. Esa fue su forma de rebelarse a su padre”.

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