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6 de Mayo de 2017

Grianni Crea, el hombre que custodia las 2.797 llaves de los Museos Vaticanos

Como en una escena bíblica, Gianni Crea aparece en la oscuridad de una Roma que aún duerme, son las 5 de la mañana, con un enorme manojo de llaves en la mano. Se detiene ante el enorme portón de madera y abre “las puertas del paraíso”: es el responsable de los claveros de los Museos […]

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Como en una escena bíblica, Gianni Crea aparece en la oscuridad de una Roma que aún duerme, son las 5 de la mañana, con un enorme manojo de llaves en la mano. Se detiene ante el enorme portón de madera y abre “las puertas del paraíso”: es el responsable de los claveros de los Museos Vaticanos.

Procedente del latín, el término clavero (clavarius) designa al custodio de las llaves de un lugar y en los Museos Vaticanos hay 2.797 que abren todos los portones, puertas y ventanas de los más de 7 kilómetros y medio de salas y rincones más escondidos.

Cada día, pasadas las 5 de la mañana, los claveros, divididos en cuatro sectores, comienzan su jornada cargados con centenares de llaves y se encargan en un recorrido de más de una hora de abrir todos los accesos a los Museos Vaticanos para las cerca de 27.000 personas que los visitan diariamente.

Crea, de 44 años, responsable de los claveros, acompaña, con su inseparable linterna, a la agencia Efe en un recorrido único en el mundo.

Dejó sus estudios de abogado para entrar a trabajar en el Vaticano y desde hace casi 20 está en el servicio de los claveros, encargados de abrir, pero, sobre todo, cerrar las puertas, vigilando que nadie quede dentro, de los Museos.

Se siente un “privilegiado” por poder admirar a solas en silencio las obras maestras conservadas en el Museo y asegura que después de 20 años recorriendo sus pasillos “no se aburre nunca” y “cada día descubre un nuevo detalle” que se la había escapado durante los kilómetros que camina cada día.

Ahora es el jefe de este servicio casi desconocido formado por once personas y que, como le recordó el anterior Director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, tienen la responsabilidad de conservar las llaves de las “puertas del paraíso”.

A esta temprana hora, la Gendarmería vaticana acaba de desactivar la alarma y Crea llega con un centenar de llaves, donde se encuentran las más antiguas, casi todas de hierro, y abre la cerradura número uno, la del portón central que da acceso a los Museos Vaticanos.

Pocos visitantes se habrán dado cuenta de que todas las cerraduras de los Museos Vaticanos están numeradas y Crea encuentra la justa casi sin mirar, pasando los dedos de memoria por el centenar de llaves que lleva colgadas en la muñeca.

El resto de las 2.797 llaves de los Museos Vaticanos se encuentran conservadas en un pequeño búnker, climatizado para evitar que las llaves, con varios siglos, se oxiden, aunque puntualmente pasan también por la restauración como los tesoros que custodian.

En este manojo también se encuentra la 401, la más grande y pesada, la más antigua, con más de 500 años y que abre el Museo Pío Clementino, el primero que alojó la colección papal y el más visitado con sus esculturas clásicas.

Dentro del pequeño búnker, Crea muestra una pequeña caja fuerte. Allí se guarda una pequeña joya: la llave que abre la puerta de uno de los más lugares más emblemáticos de la Iglesia católica y de la Historia del Arte: la Capilla Sixtina.

Se encuentra dentro de un sobre cerrado y sellado por la dirección de los Museos Vaticano; la apertura tiene que realizarse delante de otro clavero que certifique el buen procedimiento y su uso tiene que ser anotado en un registro.

Es pequeña y de hierro, la única sin una numeración y la única que no tiene copia, explica Crea, que cuenta que a pesar de sus 20 años de trabajo sigue sintiendo emoción cuando la tiene que utilizar.

La Sixtina, antología pictórica del Renacimiento, pero en realidad la principal capilla del palacio apostólico, sede de los cónclaves para elegir a los pontífices, la abren todos los días sólo los responsables de la sacristía pontificia.

Por ello, sólo en ocasiones especiales como hoy, el clavero realiza el protocolo para poder abrir y entrar en la oscuridad en la sala.

En silencio, sintiendo el peso de los frescos de Miguel Ángel que se entrevén en la oscuridad, y ayudado de la imprescindible linterna enciende las luces y la Sixtina cobra vida.

Ahora la pequeña llave tendrá que regresar a la dirección para volver a ser conservada en un sobre sellado y guardada en la caja fuerte.

Crea explica que la figura del clavero ha heredado ahora los deberes del Mariscal del Cónclave, que hasta 1966 se tenía que ocupar de sellar las puertas de la Capilla Sixtina para incomunicar a los cardenales en su interior.

Ahora se ocupan los claveros, que son quienes cierran dos de las puertas de la Sixtina que dan acceso a los Museos después de que el maestro de las ceremonias pontificias exclame el “Extra Omnes” (fuera todos).

Confiesa que en el pasado cónclave tras cerrar las puertas, junto con sus colegas subieron a la terraza del Nicchione, desde donde se observa una de las más bellas vistas de la cúpula de San Pedro, para esperar la “fumata blanca” que anunciaba la elección de Jorge Bergoglio. También de este lugar mágico, Crea llevaba hoy colgada en la muñeca esta llave.

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