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Mundo

9 de Mayo de 2017

Las historias humanas tras la quiebra económica de la isla de Puerto Rico

Cuando se habla en términos macroeconómicos, como en cuanto al crecimiento, el desempleo, la inflación de un país, no se ve lo concreto, pues esto, lo particular, se pierde con las abstracciones y generalidades de los números. Por eso es que si no se le pone rostro al drama que atraviesa Puerto Rico, declarado en […]

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Cuando se habla en términos macroeconómicos, como en cuanto al crecimiento, el desempleo, la inflación de un país, no se ve lo concreto, pues esto, lo particular, se pierde con las abstracciones y generalidades de los números. Por eso es que si no se le pone rostro al drama que atraviesa Puerto Rico, declarado en quiebra, no se sabe con certeza cómo sufre su población, más aun cuando se está tan cerca de un país tan rico como Estados Unidos.

“El gobierno está en bancarrota (…) Todos están en bancarrota. Ya no queda nada. La gente que no tiene trabajo no toma el autobús para ir a trabajar”, dice a The New York Times, Bernardo Rivera, un chofer de 75 años que como tantas otras personas ve como es el día a día de un país en bancarrota, como cuando en una empresa entra un síndico y poco a poco comienza a quedar poco de lo que ésta fue. Pues se enajena, se dice.

Como Rivera, hay otros casos de personas que recoge el artículo de NY Times. Maestros de escuela, contratistas, jubilados. Tal es la situación de Santiago Domenech, “un contratista que tenía ahorrados dos millones de dólares en bonos gubernamentales cuyo pago recientemente incumplió Puerto Rico, alguna vez tuvo 450 empleados. Ahora tiene ocho. Su suegro, Alfredo Torres, es dueño de la librería boricua más antigua, pero desde hace dos años ha ido en picada”.

Puerto Rico tiene una deuda de 123 mil millones de dólares, lo que equivale a sumar dos de las mayores fortunas Forbes del mundo, por lo que su situación es de total insolvencia que, como se dijo, se advierte en el transcurso de las jornadas.

El anuncio del pasado 3 de mayo, cita El Times, dejó una sensación de pesimismo y ansiedad en la población. Se prevé que sigan cayendo los salarios y que la clase media emigra hacia Florida, en Estados Unidos.

Para hacerse una idea lo que viene, el gobierno -entre sus medidas de austeridad- planea cerrar 184 escuelas, con las consecuencias en términos laborales que esto conlleva.

“Llegará un momento en el que tendré que decidir entre si vivir en una casa o tener seguro médico”, dice Ángel González, profesor jubilado de 55 años de edad. Su pensión es de cerca de 1900 dólares al mes, de los cuales 556 están destinados a pagar el plan médico de su familia.

Al llevar este drama a un porcentaje mayor de la población, por ejemplo, se cita a Roberto Pagán, vicepresidente de la división puertorriqueña del Service Employees International Union (sindicato internacional de funcionarios públicos), quien dice que se espera que casi 400.000 personas pierdan sus planes de salud porque no podrán ser pagados.

El gobernador Ricardo Rosselló acaba de reconocer que las personas con ingresos más bajos serán, como siempre, como en todos lados, los más complicados.

Jesús González barre calles desde hace 30 años y con esta situación proyecta que deberá seguir haciendo esto mismo hasta los 70.

“No hay un solo sector que no haya sido golpeado: los adultos mayores están preocupados por sus jubilaciones, los padres trabajan menos horas, los jóvenes están en huelga en la universidad y los niños están a punto de ver cómo cierran sus escuelas”, refiere Iris Matos, de 64 años. “Están distribuyendo el dolor, pero solo a un tipo de personas: nosotros”, se queja.

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